Domingo, 5 de Mayo de 2024

Del 11-S al 11-M (1ª parte)

Miércoles, 11 de Marzo de 2015

O de cómo unos terroristas segaron la vida de más de doscientas personas y cambiaron trágicamente la Historia de España

​Era un agradable mes de septiembre y yo había decidido aprovecharlo para viajar por Egipto. El barco en el que remontaba el Nilo en dirección a Sudán había atracado en una pequeña ciudad y yo, un tanto cansado de la actividad de los días anteriores, había optado por echarme la siesta. No debí dormir mucho. Cuando me levanté y salí a cubierta, descubrí a dos pasajeros que hablaban animados de algo que habían contemplado en televisión tan sólo unos minutos antes. Describían, con gestos y aspavientos, como un avión se había estrellado contra un edificio en Estados Unidos. Lo que relataban me sonaba tan familiar que pensé que había dado con la clave de su relato.

- Disculpe – dije entremetiéndome - ¿Han estado ustedes viendo una película titulada Independence Day?

La cara del que tenía más edad de los dos se vio iluminada por una sonrisa.

- Sí – dijo – ¡Era como Independence Day, pero real!

Sentí un escalofrío al escuchar aquellas palabras y tras dar las gracias, me encaminé apresuradamente hacia mi camarote. Conecté el televisor y ante mis ojos aparecieron unas imágenes de horror inenarrable. Una y otra vez, aparecían unos aviones que, surgidos de la nada, se precipitaban contra los Torres gemelas de Nueva York, creando un infierno de fuego y humo. Las imágenes procedían – el logotipo era obvio – de una cadena de noticias americana. Sin embargo, habían suprimido la voz original y sobre ellas habían superpuesto los comentarios en árabe de un egipcio. Observé aquella visión espantosa todavía unos minutos y, acto seguido, subí de nuevo cubierto con la intención de descender a la mayor brevedad a tierra.

Pasé toda aquella tarde moviéndome por la ciudad y entablando conversación con la gente más diversa. El empleado de un banco donde entré con el pretexto de cambiar dinero; el conductor joven, casi un niño, de un coche de caballos – éste fue el que tuvo más dificultades para entender mi árabe – el dueño de una tienda de souvenirs horribles; un guía turístico… todos y cada uno de ellos conocían lo sucedido y todos y cada uno de ellos me dieron una versión que podía resumirse en tres puntos. En primer lugar, aquello había sido un castigo de Allah contra los Estados Unidos por sus crímenes y, en especial, la invasión de Irak tiempo atrás; segundo, los árabes no podían haber perpetrado aquellos atentados porque carecían de capacidad para ello aunque, con seguridad, intentarían imputárselos y tercero, los culpables de aquel crimen tenían que ser los judíos para perjudicar las relaciones entre Estados Unidos y las naciones árabes. Sólo Israel podía haber sido capaz de llevar a cabo una acción tan malvada y, al mismo tiempo, tan difícil.

Regresé al barco al cabo de unas horas. Mientras los turistas extranjeros abandonaban Egipto de manera acelerada, yo decidí continuar los días que me quedaban sin darle mayor importancia y, sobre todo, aprovechando para intentar comprender lo que sucedía a mi alrededor. No tardé en enterarme de que Osama bin Laden, un terrorista buscado desde hacía años por la inteligencia de Estados Unidos, había reivindicado el atentado. Sentí entonces un súbito malestar. Aproximadamente un año antes, en el curso de un programa de radio en el que, una vez a la semana, intervenía bajo la dirección de Jordi González, había yo comentado que Osama bin Laden podía perpetrar un atentado terrorista el día menos pensado en una ciudad como Nueva York o Washington. Mis previsiones – por desgracia – se habían convertido en realidad.

El regusto de amargura que sentí al evocar aquel recuerdo fue insoportablemente doloroso. Me había sentido muy satisfecho durante todo el tiempo había colaborado en el programa de Jordi González – donde, por cierto, me apodaban el CD Rom por los datos que era capaz de almacenar en la cabeza - porque Jordi era un magnífico profesional y porque había tratado los temas más diversos relacionados con la Historia. Pocas veces, muy pocas, nos habíamos adentrado en la especulación y precisamente ésta tenía que haberse cumplido de aquella manera horrible. Algún tiempo después, con motivo de la presentación de mi libro de Enigmas históricos al descubierto en Barcelona, Jordi González me invitó a un programa que dirigía, esta vez de televisión, y trajimos a colación mi vaticinio.

- ¡Anda! ¡Pues si es verdad! – dijo Jordi recordándolo.

Sí, por desgracia, lo había sido y no pude quitármelo de la cabeza en los días siguientes al atentado. Fue así también como medité, una y otra vez, sobre la manera en que una opinión pública, macerada durante el tiempo conveniente por la propaganda, podía responder casi como un mecanismo de relojería ante un estímulo terrible sin pararse a analizar lo que se le ofrecía en todo su horror ante los ojos. Quise convencerme de que semejante aberración se podía producir simplemente porque en Egipto no existía prensa libre y la nación se hallaba sometida a una dictadura. Sin embargo, no logré evitar preguntarme una y otra vez, qué podría acontecer en mi país si un día – Dios no lo quisiera - tuviera que enfrentarse con unos atentados semejantes. Confieso que no conseguí dar con una respuesta que me infundiera tranquilidad. Años después, de la manera más trágica posible, quedó de manifiesto – por desgracia, una vez más – que tampoco en esta ocasión me había equivocado en mi visión del futuro. Todo sucedió también en un día 11, pero no de septiembre sino de marzo.

El año 2003 concluyó en España con un gobierno del PP presidido por Aznar plenamente consolidado y con perspectivas de obtener una holgada mayoría, posiblemente absoluta, en las elecciones de 2004. En medio de ese panorama general, sólo aparecía un punto de discrepancia en Cataluña, región donde se había producido un cambio político esencial. Tras la firma del Pacto del Tinell entre el partido socialista y los partidos nacionalistas – un pacto que excluía al PP de la vida política catalana como antaño lo había hecho de la vasca el Pacto de Estella suscrito entre el PNV y ETA – se formó una coalición que concluyó en la formación de un gobierno nacional-socialista en Cataluña sobre la base de los diputados del PSC, de ICV y de la ERC, un partido abiertamente independentista.

El nuevo gobierno nacional-socialista, presidido por Pascual Maragall, acababa con décadas de pujolismo y, partiendo de esa base, despertó en algunos una tibia esperanza de que tuviera lugar una más que necesaria higienización de la vida política catalana. Lo cierto, sin embargo, es que ésta nunca se produjo y, por añadidura, desde el primer momento, el nuevo gobierno catalán demostró un aliento liberticida que llevaría a Maragall a querellarse contra el humorista Fray Josepho por unos versos leídos en el programa La Linterna de la cadena COPE o a crear el 20 de diciembre de 2005, el CAC, un comité audiovisual que puede imponer sanciones económicas y cierres preventivos de emisoras por decisión política y sin que intervenga previamente un juez. No puede sorprender, por lo tanto, que las críticas más duras contra Maragall y el gobierno nacional-socialista de Cataluña procedieran de los organismos internacionales de defensa de libertad de prensa. El Comité Mundial de Libertad de prensa (WPFC) afirmaría, por ejemplo, que “El CAC utiliza un mandato arbitrario para intentar censurar y silenciar las opiniones de toda una red radiofónica”, que “es injustificable que un órgano estatal sea el árbitro del comportamiento de un medio de comunicación” o que “no se recuerda en España algo parecido desde los órganos censores franquistas”, por lo que instó “al parlament y a la Generalitat a tomar las medidas oportunas para desmantelar cuanto antes el CAC, adhiriéndose a las normas internacionales de libertad de expresión y prensa”. De manera semejante, el 24 de enero de 2006, el eurodiputado Luis Herrero depositaría más de setecientas mil firmas en la sede del parlamento europeo protestando por las actividades del CAC.

 

Todo aquello estaba en el futuro en 2003 y, a la sazón, lo más definitorio del gobierno nacional-socialista catalán fue su deseo de desbordar el ámbito legal de la constitución desalojando al PP de la vida pública y estableciendo pactos incluso con la banda terrorista ETA. Así, en diciembre de 2003 y enero de 2004, Carod Rovira, el número 2 del gobierno nacional-socialista de Cataluña se reunió en Perpiñán con terroristas de ETA. El nacionalismo catalán llegaba así a un pacto con la banda terrorista cuyo contenido completo seguimos sin conocer a día de hoy, aunque es sabido que poco después ETA declaró una tregua que afectaba únicamente a Cataluña. Semejante acción tuvo una consecuencia inmediata sobre la política nacional y más teniendo en cuenta que Rodríguez Zapatero, por aquel entonces candidato del PSOE a la presidencia del gobierno, no desautorizó a Maragall ni le exigió que la ERC, el partido de Carod, saliera del gobierno catalán.

La conducta de Rodríguez Zapatero, totalmente desprovista de escrúpulos morales, presentaba, sin embargo, un flanco débil y es que, a partir de ese momento, cualquier atentado de ETA podía tener un efecto especialmente negativo sobre el PSOE. No podía ser de otra manera en la medida en que la sección catalana del partido gobernaba en coalición con la ERC que había llegado a un acuerdo con los terroristas vascos sin ser objeto de desautorización alguna. No es menos cierto que no eran los únicos contactos que, a la sazón, mantenía el partido socialista con ETA. De hecho, el socialista Jesús Eguiguren había mantenido conversaciones con miembros de la banda terrorista de manera continua que ni siquiera se había interrumpido cuando ETA había asesinado a militantes socialistas. Por enésima vez, los intereses del partido se veían colocados por encima de principios morales elementales.

Los éxitos del gobierno Aznar – especialmente en materia económica – la escasa consistencia de Rodríguez Zapatero, el candidato socialista a la Moncloa y los pasos que había dado el gobierno nacional-socialista en Cataluña hacia un pacto con la misma ETA llevaban a prever a la práctica totalidad de los analistas políticos una holgada victoria del PP en las elecciones del 14 de marzo de 2004. Ese análisis era aceptado – lo pude comprobar en la Mesa del debate de María Teresa Campos, semana tras semana – hasta por los periodistas que eran correas de transmisión del PSOE. Ni que decir tiene que, por supuesto, mientras ante las cámaras realizaban su labor propagandística, en el exterior del estudio reconocían apesadumbrados que “la cosa está muy jodía” (cito textualmente) para Zapatero. Y así se llegó al 11 de marzo.

 

La noche del 10 al 11 de marzo estuve yo en Radio Nacional de España invitado por Manolo HH para su espléndido programa de madrugada – sería la última vez que me invitaría – a fin de que hablara de uno de mis últimos libros. Se trataba, si no recuerdo mal, de una serie de novelas juveniles que publicaba SM y que tenían como finalidad acercar a los jóvenes a la Historia de España. Tituladas Aventuras de la Historia, el plan inicial era llegar a cubrir desde la romanización hasta la Transición, pero, finalmente, sólo se publicaron algunos como El poeta que huyó de Al-Ándalus, El año de la libertad, Victoria o muerte en Lepanto, La batalla de los cuatro reyes, ¡Bilbao no se rinde!. Cada volumen además de la trama novelesca, aunque muy bien documentada históricamente, incluía un apéndice sobre el período histórico concreto. Así, al concluir la colección, el lector joven habría contado con una breve Historia de España con bibliografía incluida. Pero volvamos al momento al que me refería. Como la entrevista era en directo y a Manolo no le gustaba la comunicación telefónica, había tenido que desplazarme a Prado del Rey y, concluida mi intervención, llegué a mi casa a las cinco de la madrugada. Para remate, al día siguiente, había acordado con la editorial Anaya que realizaría una serie de libro-foros en distintos colegios hablando de algunos de mis libros infantiles. Tanto entonces como ahora recibo casi a diario invitaciones para dar conferencias, participar en seminarios o formar parte de mesas redondas. Por regla general, suelo responder con una negativa por motivos más que justificados de trabajo, pero, en aquel entonces, siempre aceptaba las invitaciones de libro-foros con niños y jóvenes. Puse el despertador a las 8 – tenía que encontrarme con una empleada de la comercial de Anaya a las 9 en Campamento – y me dispuse a dormir siquiera un par de horas.

Me hallaba sumido en el más profundo de los sueños, cuando, de la manera más inesperada, sentí un golpe de consideración contra el muro de mi dormitorio. Abrí los ojos pensando que un trailer se había estrellado contra la casa en la que vivo, pero, inmediatamente, me dije que era imposible que un vehículo hubiera podido llegar hasta un cuarto piso y volviendo a cerrar los párpados, me sumí nuevamente en el sueño. Ignoro cuánto tiempo pudo pasar, pero sí sé que un nuevo golpe – tan violento que provocó que el cristal de la ventana temblara – me arrancó nuevamente del deseado descanso. Salté esta vez de la cama y me dirigí hacia el salón de la casa con la intención de echar un vistazo desde el balcón. Se trataba de una distancia de pasos, pero, cuando llegó hasta mis oídos el sonido de las sirenas, me escuché a mi mismo decir:

- Ha sido ETA. Al final, han conseguido poner una bomba en una estación de tren.

Durante años, aquella eventualidad había sido una de mis pesadillas – con seguridad también lo fue de las fuerzas de seguridad del estado y de no pocos españoles – y ahora, tan sólo unos días después de que se hubiera podido interceptar a unos terroristas de ETA que pretendían perpetrar un crimen de esa magnitud y características, todo parecía indicar que lo habían conseguido.

Me asomé al balcón, pero no conseguí ver nada. Tan sólo pude observar a gente que se acercaba a la estación del AVE y escuchar el inconfundible ulular de las sirenas de las ambulancias. Yo no podía saberlo entonces, pero aquel 11 de marzo de 2004, a las 7:37 de la mañana, habían estallado cuatro trenes en Madrid. De manera inmediata, se produjeron las primeras llamadas de auxilio en los teléfonos de Emergencias Madrid, la policía municipal y el SAMUR. Agustín Díaz de Mera, director general de la policía, y Pedro Díaz-Pintado, subdirector general operativo, recibieron la noticia cuando se encontraban en el aeropuerto a punto de subir a un avión con destino a Asturias. Algo semejante sucedió con Jesús de la Morena, comisario general de información, que iba a tomar un vuelo hacia París. Rápidamente, el director gerente del 112 avisó a Alfredo Prada, vicepresidente de la Comunidad de Madrid que a su vez comunicó los hechos a la presidenta Esperanza Aguirre. Por su parte, Agustín Díaz de Mera se comunicó con Acebes, ministro del interior, que avisó al presidente del gobierno José María Aznar. El CNI se puso en contacto con el ministro de defensa, Federico Trillo, que ordenó la puesta en funcionamiento del dispositivo de alerta del ejército.

 

Yo, por mi parte, intenté saber lo que había sucedido, pero las emisoras de radio no se habían hecho eco todavía de nada. Profundamente preocupado, me dirigí hacia el cuarto de baño y me metí en la ducha. Menos de media hora después, paraba un taxi en la Avenida de las Delicias y me encaminaba hacia mi destino. Mientras el taxi me llevaba a Campamento, iban llegando a la estación de Atocha Agustín Díaz de Mera, Pedro Díaz-Pintado y otros mandos policiales al igual que las primera unidades de las FSE, entre las que se encontraban los Tedax de la Jefatura superior de policía de Madrid. Por su parte, Aznar comunicaba al rey lo sucedido.

En torno a las 7: 50, los medios de comunicación comenzaron a dar las primeras informaciones sobre la explosión en Atocha haciendo referencia a un número indeterminado de muertos y heridos. Las cámaras de EFE llegaban a Atocha y poco después se sabría que también se habían producido explosiones en Santa Eugenia y El Pozo. El taxista y yo íbamos comentando sobrecogidos lo que contaban las emisoras y, como era natural, atribuimos lo sucedido a ETA. Por añadidura, el taxista comenzó a acordarse de la madre de Carod Rovira, de Maragall y de todos los que se habían reunido con ETA para evitar que no causara muertes en Cataluña, pero sin importarles un bledo lo que pudiera suceder en otras partes de España. Guardé silencio mientras lo escuchaba despotricar, entre otras razones, porque me desagrada decir malas palabras, pero no oculto que mis sentimientos hacia los que se habían sentado a pactar con ETA en Perpiñán no eran más benévolos que los suyos.

El taxista y yo no éramos una excepción. A nadie, desde luego, le cabía la menor duda de que detrás de las muertes estaba ETA ni tampoco de las consecuencias que esa circunstancia tendría para el PSOE. A las 8: 05, mientras el comisario jefe de los Tedax, Sánchez Manzano llegaba a Atocha, Iñaki Gabilondo, desde los micrófonos de la Cadena SER atribuía el atentado a ETA condenándolo. Gabilondo actuaba en esos momentos de manera correcta y hacía, ni más ni menos, que lo que estaban haciendo los demás medios de comunicación.

Entre las 8:15 y las 8:30, llegaron a Atocha Esperanza Aguirre, Ruiz-Gallardón y Álvarez-Cascos. Precisamente, a esa última hora, Ruiz-Gallardón recibió una llamada del lehandakari Ibarreche que le comunicó su vergüenza porque semejante matanza la hubieran perpetrado unos vascos. También durante aquellos minutos, los Tedax encontraron en Atocha una bomba sin explotar y ordenaron evacuar la estación. El policía municipal Jacobo Barrero localizó otro artefacto similar en uno de los vagones del Pozo y lo colocó en el andén. A esas alturas, se iniciaban formalmente las diligencias en la Brigada provincial de información de Madrid y el ayuntamiento ponía en funcionamiento un hospital de campaña frente a Atocha.

A las 8:40, se informó del primer cómputo de muertos. Iba yo todavía en el taxi y nos quedamos literalmente horrorizados al escucharlo. Se trataba de una cifra provisional de quince que, por desgracia, fue creciendo en las próximas horas. Apenas unos minutos después, mientras Aznar celebraba una reunión en Moncloa con algunos de sus colaboradores y Acebes establecía su cuartel general en el ministerio de Agricultura, las televisiones proyectaban las primeras imágenes del atentado. Ana Terradillos, en la cadena SER, afirmaba que la policía había confirmado la ausencia de llamadas de aviso, algo que, supuestamente, ETA no habría hecho nunca. El aserto de Ana Terradillos era falso, aunque quizá haya que atribuirlo más a ignorancia que a mala fe.

A punto de llegar a mi destino, pudo escuchar como, a las 8:50, Rodríguez Zapatero atribuía desde los micrófonos de la SER la matanza a la banda terrorista ETA y pedía la unidad de los partidos. A las 9, también Gaspar Llamazares, el coordinador de IU, condenó el atentado de ETA, una conducta que seguía a la misma hora el socialista Enrique Barón desde Bruselas.

A esas alturas, el sentimiento mayoritario de los ciudadanos era de cólera ante semejante acción de ETA, una cólera susceptible de proporcionar aún más votos al PP – un partido que se había mostrado especialmente beligerante contra la banda terrorista - en las elecciones del día 14. Al respecto, recuerdo, sobre esas horas, una llamada de una amiga de la Rioja que, tras acordarse de las madres de Carod Rovira, Maragall y Arzalluz, me dijo que estaba convencida de que el atentado de ETA barrería al PSOE y al PNV en las urnas. No era la única que había llegado a esa conclusión. Desde luego, la preocupación ante un descalabro del PSOE en los comicios se reflejó de manera inmediata y significativa entre los participantes de la tertulia de la cadena SER. A las 9:10, ya fueron varios los que expresaron su opinión de que nadie debería cambiar su voto ni aprovecharse del atentado. El mensaje lanzado desde la radio de PRISA resultaba más que obvio. La izquierda mediática estaba más que inquieta ante la posibilidad de que un atentado de ETA perjudicara al PSOE. No en vano, el gobierno nacional-socialista de Maragall había pactado con ETA y Rodríguez Zapatero no lo había desautorizado. De manera bien significativa de la astucia de unos y de la torpeza de otros, el socialista José Blanco lograba en esos momentos que el popular Gabriel Elorriaga aceptara suspender la campaña electoral. Sin duda, las referencias a un atentado de ETA en esos momentos podían ser letales electoralmente para el PSOE.

 

Cuando llegué a Campamento, aún no había aparecido Pilar, la comercial de Anaya. Hizo acto de presencia con retraso y alegando no recuerdo bien qué historias de sus hijos. Mientras nos dirigíamos al primer colegio donde tendríamos el primer libro-foro me fue comentando sus impresiones. Otra vez salieron a relucir las madres de Carod Rovira, de Maragall, de Arzalluz - ¡qué insistencia con las pobres mujeres! – y con que todo iba a significar un golpe de consideración para un Rodríguez Zapatero que, de todas formas, tenía las elecciones perdidas.

Durante las siguientes horas, mientras yo procuraba que el pesar profundo que me embargaba por el atentado no se trasluciera en los libro-foros que iba teniendo en distintas clases de niños, las condenas de ETA seguían sumándose. A las 9: 30, el lehendakari Ibarreche condenó públicamente en televisión el atentado de ETA. Un cuarto de hora después, casi al mismo tiempo que se hacía detonar la mochila encontrada por Jacobo Barrero en la estación de El Pozo, Aznar telefoneó al rey para comunicarle que iba a convocar una manifestación. A esas alturas, la cifra de muertos alcanzaba las sesenta y dos personas.

A las dos horas del atentado, la situación parecía meridianamente obvia. Existía una convicción generalizada de que el atentado lo había ocasionado ETA. No sólo se multiplicaban las condenas procedentes de socialistas y nacionalistas, sino que desde la SER se pretendía minimizar el impacto que una matanza de este tipo debía tener en contra de las fuerzas políticas mencionadas. El cambio iba a comenzar a realizarse al cabo de unos minutos y la SER desempeñaría un papel esencial en que tuviera lugar. Todavía a las 10, Joaquim Nadal manifestaba su condena de ETA por el atentado y los medios de comunicación difundían las palabras de condena de ETA pronunciadas por Ibarreche, Llamazares y Carod-Rovira, el nacionalista catalán que muy poco antes había ido a Perpiñán a pactar con los terroristas vascos. La misma cadena SER informaba de que, según fuentes policiales, ETA era la culpable de la matanza.

Sobre las 11 salí del segundo libro-foro y subí al coche de la comercial para dirigirnos a otro colegio. Pilar conectó la radio y pudimos escuchar a Arnaldo Otegui. Antiguo componente de un comando de ETA y dirigente de Batasuna, el brazo civil de la organización terrorista, Otegui era el protagonista de las conversaciones secretas que en aquellos momentos se mantenían entre socialistas y batasunos, y que los ciudadanos, por supuesto, ignorábamos. No exagero si digo que tanto la comercial como yo nos quedamos estupefactos cuando Otegui, de manera tajante, afirmó que el atentado no había sido obra de ETA, sino de la “resistencia árabe”.

- Esto se le puede volver en contra a Aznar… - dijo la comercial que no terminaba de dar crédito a lo que acababa de afirmar Otegui.

No capté yo por qué tenía que ser así. En buena lógica, si se confirmaba que eran terroristas islámicos los que habían perpetrado el crimen, lo suyo sería que la población española se movilizara contra la agresión igual que habían hecho los ciudadanos americanos tras los atentados del 11-S. Como ya ha tenido ocasión de comprobar el lector en las páginas precedentes, hay ocasiones en que, como diría mi buen amigo Roberto Centeno, demuestro ser más tierno que el día de la madre. En mi defensa puedo decir que en aquellos momentos sólo se escuchaban condenas a ETA por haber perpetrado el atentado. A las 10: 50, lo hizo el parlamento vasco – donde Sozialista Abertzaleak, sucesora de Batasuna se ausentó para no suscribir la condena - pero también, entre las 11:45 y las 12:00, actuaron de la misma manera el socialista Rafael Simancas, la UGT, el nacionalista catalán Jordi Pujol y el nacionalista vasco Josu Jon Imaz. Todos ellos condenaron el atentado culpando del mismo a ETA. Por si fuera poco, aproximadamente a la misma hora, un miembro del Partido Socialista de Euskadi, Manuel Huertas, difundía la noticia de que simpatizantes de ETA habían arrojado octavillas en San Sebastián el día anterior instando a boicotear a RENFE.

A las 10:15, un portero de la calle Infantado de Alcalá, Luis Garrudo, había hablado con el presidente de la comunidad de vecinos para decirle que a las siete de la mañana había visto a tres sospechosos, cuyo aspecto era de gente del Este de Europa, deambulando en torno a una furgoneta aparcada en la calle. Un cuarto de hora después, el presidente de la comunidad telefoneó a la comisaría de policía de Alcalá de Henares para informar de lo que le ha dicho Garrudo. Cinco minutos después, llegaron las primeras unidades policiales a la furgoneta de Alcalá en cuyo salpicadero hallaron una tarjeta.

En paralelo, se habían ido produciendo diferentes acontecimientos relacionados con la furgoneta de Alcalá, la tristemente célebre Kangoo. A las 10:40, los policías de la Brigada provincial de información habían llegado para inspeccionarla concluyendo que era robada gracias a la matrícula. A las 11:05, la Unidad central de desactivación de explosivos de Canillas recibió la solicitud de enviar Tedax a revisar la furgoneta, pero todos estaban ocupados. A las 11:10, el inspector de policía científica de Alcalá procedía a revisarla desde fuera y comprobó que la zona de carga estaba vacía, circunstancia ésta de especial relevancia. Media hora después, aproximadamente, ante la imposibilidad de enviar Tedax, se optó por mandar perros adiestrados a examinar la furgoneta Kangoo.

A las 12 menos cuarto, el ministro Trillo celebró una reunión con miembros del CNI. En el curso de la misma, el director del Centro Nacional de Inteligencia informó al ministro de que los culpables del atentado probablemente eran miembros de la organización terrorista ETA. La tesis de Dezcallar resultaba unánime en esos momentos – con la excepción de las declaraciones de Otegui – en el sentido de atribuir el atentado a ETA. De hecho, a las 12, los sindicatos SUP y AUGC y la Conferencia episcopal condenaron a la banda terrorista vasca por los hechos. Incluso la cadena SER culpó a ETA a esa misma hora citando “…fuentes jurídicas de toda solvencia”. Desde luego, todos los datos seguían apuntando en esa dirección. Así, sobre las 12, se recibió una llamada en la comandancia de la Guardia civil denunciando que se había visto a una persona despojándose de ropas cerca de la estación de Vicálvaro. El aspecto del personaje en cuestión era occidental. Lo mismo afirmó a las 13:00, una de las personas heridas en el atentado hablando con el ministro Trillo en el hospital Gómez Ulla. Insistió en que había visto a los terroristas y que “eran españoles”. La única nota discordante – aparte de las declaraciones del batasuno Otegui – la dio una fuente, presuntamente policial, que telefoneó al Periódico de Catalunya para decir: “Fíate de mi: ha sido Al-Qaeda”. Era la misma tesis del batasuno Otegui y no deja de resultar llamativa ya que no había aparecido aún un solo indicio que apuntara a una autoría islamista.

 

Por lo que se refiere a la furgoneta Kangoo, a las 12:05, el primer perro la revisó por fuera sin que llegara a detectar nada. Tampoco el guía canino vio nada por los cristales. A las 12:15, Sánchez Manzano, el jefe de los Tedax, llegó al complejo policial de Canillas con los primeros restos recogidos en los lugares de las explosiones. Al ser informado del hallazgo de la furgoneta, llamó a su superior inmediato, Cuadro Jaén, comisario general de Seguridad ciudadana, pero éste le dijo que esperara a los resultados del examen llevado a cabo por los perros. A las 12:20, un segundo perro revisó la furgoneta y el resultado fue el mismo que con el primero. Cinco minutos después, se procedió a forzar la puerta trasera de la furgoneta con una palanqueta y el segundo perro penetró en su interior. De manera bien significativa, no apareció ni el más mínimo rastro de que la furgoneta albergara o hubiera albergado rastro alguno de explosivo. Cinco minutos después, se precintó la furgoneta con cinta policial y a las 12:35, el comisario de policía de Alcalá, Eduardo Blanco, ordenó que se llamara a una grúa para llevar la furgoneta a la comisaría de Alcalá. La grúa llegó a la 1 menos cuarto ordenando el jefe de la Brigada provincial de información que fuera llevada a Moratalaz para ser revisada por la Brigada provincial de policía científica a las órdenes del comisario Santano. Sin embargo, el vehículo tenía la luz de emergencia estropeada por lo que hubo que ir en busca de otro. Así, Eduardo Blanco, el comisario de Alcalá, se marchó dejando al mando del operativo de la furgoneta a Martín Gómez, jefe local de policía científica de Alcalá.

De todo esto, nada sabíamos entonces los ciudadanos y serían investigaciones ulteriores las que lo determinarían. Tampoco teníamos noticia de la manera en que proseguían las investigaciones relacionadas con el tipo de explosivo utilizado para los atentados. Poder determinarlo resultaba esencial ya que semejante circunstancia serviría para deducir quiénes habían sido los autores de la matanza que, hasta ese momento, todos – con la excepción del batasuno Otegui – atribuían a ETA. A las 12:20, el juez Garzón – que se había personado en Atocha sin qué esté claro el por qué todavía a día de hoy – fue informado por un Tedax de que el explosivo utilizado en el atentado era Titadyne, es decir, el que utiliza habitualmente la banda terrorista ETA. La misma información recibió sobre las 12:45, el Subdirector general operativo de la Policía, Díaz-Pintado. Habiendo llamado al Comisario General de Seguridad Ciudadana, Santiago Cuadro, en el curso de una reunión con cargos del ministerio del interior, Cuadro le informó de que el explosivo había sido Titadyne con cordón detonante, en otras palabras, el explosivo utilizado habitualmente por la banda terrorista ETA.

Por lo que a mi se refiere, al final de aquella trágica mañana, concluí los libro-foros con una sensación de profundo malestar, como si algo en mi interior me dijera que aquel atentado iba a tener una trascendencia mucho mayor que la que habían provocado otros crímenes semejantes y que el futuro de los niños con los que había hablado durante las horas anteriores iba a verse alterado por lo que acababa de suceder esa mañana sn que el cambio fuera precisamente a mejor. No me arrancó de esa desasosegante sensación el ver cómo discurría la labor de los medios de comunicación. En la misma tesis de la responsabilidad de ETA se afirmaron los periódicos, que, entre las 13 y las 14 horas, sacaron ediciones especiales culpando a ETA de la matanza. La única excepción fue El Periódico, precisamente el medio que afirmaba haber recibido una llamada misteriosa acusando a Al Qaida. Por lo que se refiere a los políticos mantenían su línea anterior. A las 14: 05, Rodríguez Zapatero reiteró su determinación de acabar con el terrorismo – seguramente por eso su partido había pactado con los asesinos en Cataluña, pensé yo indignado - y calificó los sucesos como “los atentados más horrendos que haya cometido nunca ETA”. Los batasunos Otegui, Permach y Barrena que habían dado una rueda de prensa a las 13:25 eran los únicos que se desmarcaban de esa línea, aunque, esta vez, no atribuyeron la responsabilidad a lo que se había denominado la “resistencia árabe”.

Aquel día, la comida me supo amarga mientras me entregaba a sombrías meditaciones acerca de lo que acababa de suceder. Si ETA, como todos pensaban, era la culpable de aquellas muertes, no poca de su responsabilidad recaía también sobre el PSOE por no decir ya sobre los nacionalismos catalán y vasco. Era el PSOE el que había respaldado y autorizado un pacto con los asesinos en Perpiñán estableciendo que una vida catalana era infinitamente más valiosa que la de cualquier otro español. Era el nacionalismo catalán que gobernaba en aquellos momentos el que se había sentado a pactar con ETA dejando de manifiesto que lo único que les importaba era Cataluña porque el resto de seres humanos a sus ojos no merecíamos, en realidad, el calificativo de tales. Era el nacionalismo vasco el que había ayudado a ETA desde hacía décadas no sólo financiando a su rama civil con dinero procedente de los bolsillos de todos los españoles sino además pactando en secreto con los terroristas para arrojar de la vida política vasca a todos los que no fueran nacionalistas. Las bombas podía haberlas colocado un comando de ETA, pero la sangre también salpicaba a socialistas y nacionalistas. El que hubiéramos podido llegar a semejante grado de vileza política me provocaba una consternación y una repugnancia que no han dejado de aumentar en los años siguientes.

Mientras tanto, continuaban las pesquisas en torno a los atentados. A las 14:00, llegó la segunda grúa a Alcalá. Precisamente al ir a cargar la furgoneta, se descubrió que llevaba una marcha metida por lo que se rompió el precinto y penetró en el vehículo Martín Gómez, jefe de policía científica de Alcalá. El operario de la grúa pudo ver que en el interior de la furgoneta no había prácticamente nada. La furgoneta acabaría recalando en la unidad de Tedax dirigida por Sánchez Manzano.

A las 14:30, Acebes y el consejero de interior del gobierno vasco Javier Balza mantuvieron una conversación telefónica en la que coincidieron en que el atentado lo había cometido ETA. Diez minutos después, llegaba la furgoneta Kangoo al complejo policial de Canillas, pero no fue entregada a la policía científica sino que fue a dar en los hangares de la Unidad Central de Desactivación de Explosivos. La furgoneta llegó a esas dependencias policiales a las 14:40, pero el acta oficial de registro señalaría que había entrado en Canillas a las 15:30. En otras palabras, la furgoneta estuvo en paradero desconocido a efectos oficiales durante cincuenta minutos. Durante ese período de tiempo, el contenido de la furgoneta – inexistente como sabemos por diversos testimonios – experimentó una mutación trascendental. En el interior iban a aparecer una cinta coránica, unos detonadores, un resto de explosivo y unas prendas de ropa en las que luego se encontraría el ADN de unos supuestos islamistas a los que se atribuiría la matanza. Quien puso aquellos elementos pretendía obviamente arrastrar a la opinión pública hacia un engaño premeditado y, de paso, evitar las negativas consecuencias que el atentado iba a tener, de manera inevitable, sobre Rodríguez Zapatero y los nacionalistas catalanes y vascos.

 

A las 15:30, el comisario Mélida – que posteriormente sería procesado por la presunta falsificación de un informe del 11-M – se hizo cargo de la furgoneta en Canillas, de manera oficial. Según Sánchez Manzano - que también sería procesado posteriormente como consecuencia de una querella presentada por la Asociación de Víctimas del 11-M – un TEDAX le avisó a esa hora de que había llegado la furgoneta a Canillas y de que en su interior había detonadores y un resto de explosivo. A esa misma hora, Ana Terradillos, en la cadena SER, informaba de que, según fuentes del Ministerio del Interior, las bombas estaban compuestas por Titadyne y dinamita reforzada lo que se correspondía con el modus operandi de ETA. En la misma línea se hallaba el CNI que a las 15:51 envió una nota al gobierno dando casi por segura la autoría de ETA. A pesar de todo el cambio estaba a punto de producirse en relación con los objetos hallados en la furgoneta, objetos que, como ya hemos señalado, aparecieron en los cincuenta minutos en que la furgoneta estuvo oficialmente desaparecida.

A las 16:20, se avisó al traductor de la policía Yusuf Nidal Ziad para que acudiera a escuchar la cinta coránica supuestamente hallada en la furgoneta. Es muy posible que en aquellos momentos Aznar, todavía presidente del gobierno, temiera haber sido objeto de una trampa de la que había mordido el cebo como – dicho sea de paso – todas las fuerzas políticas. A las 16:30, se reunió con Acebes para evaluar la nota del CNI y los hallazgos de la furgoneta. Tras la reunión, llamó a Dezcallar para pedirle que procediera a investigar la pista islámica y sondeara en el plano internacional para averiguar si podía haber sido Al Qaida la responsable de la matanza. De esa manera, Aznar intentaba quizá protegerse de cualquier posible acusación en el sentido de que había dirigido la investigación policial en beneficio del PP. Las intenciones eran buenas, pero no le iba a servir de nada. Y, sin embargo, para cualquiera que conociera la manera en que actuaban los terroristas islámicos resultaba obvio que no podían haber cometido el atentado. A diferencia de lo sucedido en 11-S en Estados Unidos o en tantos otros ejemplos, no había terroristas suicidas que hubieran aceptado inmolarse para causar más muertes. Ni el menor rastro. Esta circunstancia – que a mi me resultó evidente desde el primer momento – no les pasó por alto a los que iban a protagonizar un episodio de intoxicación masivo de la opinión pública española.

En apenas unas horas, las noticias sobre la furgoneta, misteriosamente trasmutada, iban a provocar un vuelco político. De entrada, tanto los dirigentes sindicales como Pascual Maragall – en cuyo gobierno estaba un político que había pactado en Perpiñán con los terroristas de ETA – decidieron utilizar para la manifestación de repulsa convocada para el día siguiente un lema distinto del propuesto por el gobierno. Mediante una muestra innegable de villanía política, se iba a intentar desplazar la culpa del atentado de sus ejecutores al gobierno. Pocas veces, se habrá actuado con más indignidad en la vida política de ninguna nación y pocas veces habrá reaccionado con más estupidez una parte considerable de la población manipulada.

Mientras tanto, las irregularidades relacionadas con los restos del atentado seguían sumándose. El juez del Olmo, a quien le había correspondido instruir el sumario de los atentados, había dado la orden de llevar al recinto ferial de IFEMA todas las pertenencias de las víctimas encontradas en las estaciones. Sin embargo, sobre las seis de la tarde, alguien dio la orden de llevar los bultos encontrados en la estación de El Pozo a la comisaría de Puente de Vallecas. Fue así como apareció en la citada comisaría una mochila – la famosa mochila de Vallecas – cuya categoría de completo montaje sin relación real con los atentados descubrirían investigaciones ulteriores. En otras palabras, a menos de doce horas de cometerse los atentados ya se habían introducido en la furgoneta Kangoode Alcalá de Henares objetos que no estaban inicialmente y que apuntaban a la comisión de los atentados por terroristas islámicos y se había falsificado una mochila para apoyar esa tesis. Sin embargo, ninguno de esos extremos podía ser conocido a esas alturas en que, ingenuamente, pensábamos – salvo la conducta que comenzaban a asumir Maragall y otros como él – que todos estaban arrimando el hombro para dilucidar de lo sucedido y encontrar a los culpables.

A las 18:15, Acebes fue informado de que la cinta que, supuestamente, había sido encontrada en la furgoneta Kangoo era una cinta comercial dedicada a la enseñanza del Corán. Al parecer nadie se preguntó por qué unos terroristas islámicos habían dejado un objeto así en la furgoneta en lugar de una carta o una cinta que reivindicara los atentados. Una vez más, el montaje resultaba obvio. Se había buscado con rapidez algo que pudiera relacionar el vehículo con el terrorismo islámico y se había echado mano de lo primero que se tenía al alcance. En todo caso, la tesis de la autoría islámica no se había lanzado todavía a los medios abiertamente. De momento, todo parece indicar que se estaba procediendo a preparar el terreno. Así, a las 18:30, Rodríguez Zapatero condenaba en televisión el atentado de ETA, más o menos un cuarto de hora antes de que Dezcallar telefoneara a Aznar para comunicarle que, según los servicios secretos extranjeros, nada apuntaba a que la matanza la hubiera perpetrado un grupo de islamistas.

En esa misma línea, se mantenía también el Grupo PRISA. Sobre las 19:00, Carlos Llamas, en la cadena SER, que todavía no había mutado en sus informaciones, insistía en que todo apuntaba a un atentado de ETA y en que el portavoz de la Casa Blanca había señalado que no existía nada que apuntara a Al-Qaida. Media hora más tarde, el Consejo de Seguridad de la ONU expresaba su condena al atentado de ETA. Sin embargo, el cambio estaba ya próximo a producirse.

A las 20:00, Aznar mantuvo una conversación con Rodríguez Zapatero para informarle del contenido de la furgoneta. El dirigente socialista le comentó que los autores del atentado podían ser islamistas y que tenía esa información gracias a gente cercana a Kerry, el candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos. De manera inmediata, Aznar solicitó de Estados Unidos que le confirmara lo que acababa de decirle Rodríguez Zapatero y la respuesta fue que no sabían nada al respecto. Todo parece indicar que Rodríguez Zapatero estaba mintiendo y que además lo hacía en una dirección que le evitara pagar el coste electoral de no haber desautorizado al gobierno nacional-socialista de Cataluña por llegar a un acuerdo con la banda terrorista ETA.

Es posible que, a esas alturas, Aznar sospechara que su gobierno había caído en una trampa porque a las 20:10 comenzó a llamar a los directores de los medios de comunicación para decirles que se estaban siguiendo dos vías de investigación. Se trataba de un nuevo paso que ponía de manifiesto cómo el gobierno estaba jugando limpio, sin que semejante actitud fuera a servirle de nada. Tan sólo unos minutos antes, la SER había afirmado que tenía las fotografías de los etarras responsables de la matanza. Se trataba de una afirmación notable - ¿quién lo puede dudar? - que contrasta gravemente con las informaciones que emitiría a no mucho tardar.

A las 20:15, el Rey apareció en televisión pidiendo unidad, firmeza y serenidad contra el terrorismo, pero ya no mencionó a ETA. Cinco minutos más tarde, Acebes, en una rueda de prensa, anunció el hallazgo de la cinta coránica y la existencia de dos líneas de investigación. La BBC informaría tras esta rueda de prensa que el atentado podía ser obra de islamistas. Semejante información sería retorcida por algunos medios españoles en el sentido de afirmar que la prensa extranjera afirmaba que los atentados se debían al terrorismo islámico. A esa circunstancia, se sumaría el que a las 20:45 apareciera en Londres una falsa reivindicación de los atentados en nombre de las Brigadas de Abu Hafs Al Masri. Apenas unos minutos después, Javier Somalo me llamó desde la redacción de Libertad digital. Me pidió que entrara en la página web del citado grupo e intentara ver lo que decía. En la redacción nadie podía leer en árabe y no les quedaba más remedio que molestarme – fue lo que dijo literalmente Somalo siempre tan correcto – para enterarse de la verdad.

 

- Javier – le dije – esos tipos son unos locos. Se dedican a reivindicar hasta atentados que no se han cometido.

 

- Ah, ¿sí? – exclamó Javier sorprendido.

 

- Como te lo cuento – respondí – Hace unos años se produjo un apagón en Nueva York que no se debió a ningún atentado y estos sujetos lo reivindicaron. De todas formas, entro en la página y le echo un vistazo.

 

- Te lo agradecería…

 

Apenas necesité unos minutos de pasar la vista por el texto en árabe de la página web para despejar la absurda incógnita.

 

- Lo que te decía, Javier – le comenté por teléfono - Estos no tienen más relación con los atentados que las ursulinas que llevan a los ancianos de excursión.

Escuché una carcajada al otro lado del hilo.

- Gracias, César.

- De nada y recuerda que está por ver un atentado islámico donde el ejecutor no se haya suicidado en la comisión y aquí no ha aparecido ningún terrorista suicida.

 

- Eso es cierto… Muchas gracias.

 

En medio de aquel clima informativo que, sin que nos percatáramos ya estaba comenzando a cambiar, fue la cadena SER el primer medio que viró a inusitada velocidad en una dirección novedosa aunque nunca he pensado que también inocente. De hecho, los datos que iba a proporcionar la radio del Grupo PRISA estaban llamados a causar un enorme daño al PP y, sobre todo, a favorecer extraordinariamente al candidato socialista, José Luis Rodríguez Zapatero. A las 21:00, Javier Álvarez señaló en la SER que había que rectificar una información previa ya que el explosivo no era Titadyne – se sabría con seguridad en 2009 que sí lo era – sino dinamita. La información difundida por la cadena SER era absurda e incluso podría haberse tachado de ridícula por no decir de abiertamente manipuladora. De hecho, el Titadyne es un tipo concreto de dinamita. En otras palabras, la información de la cadena SER carecía de sentido. Era equivalente a decir que un animal que tenemos ante nosotros no puede ser un perro porque es un mamífero. Ciertamente, podrá ser o no un perro, pero el hecho de ser mamífero no puede servir para negarlo por la sencilla razón de que todos los perros, por definición, son mamíferos. Sin embargo – y esto resulta esencial – con semejantes datos se empezaba a introducir en la mente de los ciudadanos dudas sobre las informaciones que estaba proporcionado el gobierno del PP. Pero no todo iba a concluir ahí. A decir verdad, se trataba únicamente del principio.

En paralelo a la absurda, como mínimo, difusión del dato que diferenciaba el Titadyne de la dinamita, en la SER comenzó a plantearse la tesis de que Acebes, el ministro del interior, no informaba de las investigaciones con suficiente rapidez. La acusación también era absurda – salvo que se quisiera infamar al ministro del PP – ya que, a decir verdad, Acebes estaba dando informaciones casi tiempo en real, algo inusitado en cualquier situación semejante. De hecho, a mi – que deseaba como todos saber qué era lo que había sucedido y cómo estaban transcurriendo las investigaciones – me pareció en aquellos momentos excesiva la profusión de comunicaciones que procedían del ministro del Interior.

A esas alturas, la ausencia de terroristas suicidas – una circunstancia que eliminaba de raíz la posibilidad de que los autores del atentado fueran islamistas - no sólo se le había pasado por la cabeza al autor de estas líneas. Todo lleva a pensar que más de uno se había percatado de que la que luego sería conocida como “versión oficial” hacía aguas escandalosamente siquiera por esa circunstancia. Los terroristas suicidas – reales o imaginarios – tenían que aparecer si se deseaba que el atentado pudiera dirigirse contra el gobierno y contra el PP. A las 21:30, en medio de una estrategia que difícilmente podía ser casual y que se estaba traduciendo en cerrar la trampa sobre el gobierno, Rodríguez Zapatero llamó a Pedro J. Ramírez, el director de El Mundo para decirle que había dos terroristas suicidas entre los muertos de los trenes. De hecho, la afirmación de Rodríguez Zapatero fue tajante: “Hay restos de terroristas suicidas, Pedro”. Semejante afirmación – que era rotundamente falsa – provocó la pregunta inmediata de Pedro J: “¿Oye, y no ha podido ser una faena a medias, una especie de joint venture?”. La respuesta de Rodríguez Zapatero fue tajante: “Eso es lo que dice Felipe, que ha sido un trabajo por encargo de ETA. Sería la primera vez que pasa algo así”. Sabemos actualmente que la información proporcionada por Rodríguez Zapatero era un mentira total y absoluta, pero la cadena SER - ¡también es casualidad! - la iba a difundir con unos efectos extraordinarios sobre los ciudadanos españoles.

A las 22:00, Ana Terradillos, desde los micrófonos de la SER, anunció que en el primer vagón del tren de Téllez iba un terrorista suicida. La noticia era rotundamente falsa. A decir verdad, jamás aparecería ningún terrorista suicida. Sin embargo, a partir de ese momento, en la SER se anunció como tesis indiscutible que explicaría los atentados como originados por la participación de España en la guerra de Irak. En otras palabras, los doscientos muertos había que atribuirlos al apoyo que Aznar había dispensado al presidente Bush en su intervención contra el dictador irakí Saddam Hussein. La culpabilidad se desplazaba así de los asesinos al gobierno del PP. No hace falta decir hasta qué punto la conducta seguida por la radio del Grupo PRISA era extremadamente grave. Si actuaba de manera inocente, había incurrido en una grave temeridad por dar una noticia de enorme trascendencia sin contrastarla de manera suficiente. Si, por el contrario, estaba manipulando de manera consciente a la opinión pública, sólo daba muestra de una terrible falta de la ética periodística más elemental y se convertía en una mera correa de transmisión dentro de un ejercicio indecente de manipulación mediática.

Fuera como fuese, lo cierto es que la labor de la cadena SER no iba a discurrir en solitario. Sobre las 22:15, fuentes del CNI y de la policía ya estaban llamando off the record a los medios de comunicación para hablarles de suicidas que viajaban en los trenes. La información – nunca se insistirá bastante en ello – era totalmente falsa. Sin embargo, a esas alturas era difícil saberlo y cuando a las 23:00, Esperanza Aguirre llegó a IFEMA se encontró ya con familiares de las víctimas de los atentados que la increparon a gritos por su apoyo a la guerra de Irak. Era la misma hora en que Gaspar Llamazares, coordinador de IU, pedía desde la SER explicaciones a Acebes “antes de que vayamos a las elecciones”. La misma cadena que había insistido nada más producirse los atentados en que no debían influir en el voto ya se había convertido en el instrumento para arrastrar a los ciudadanos en la dirección diametralmente opuesta.

A las 23:37, desde la SER, en el seno de lo que ya era una abierta campaña de intoxicación, Alfredo Pérez Rubalcaba, antiguo ministro socialista en gobiernos desde los que se practicó el terrorismo de estado de los GAL, acusó a Acebes de haber dado información falsa, una circunstancia que explicaría, según él, las condenas de ETA pronunciadas por el PSOE. Un cuarto de hora antes de las 24:00, la cadena SER difundía la información – una vez más falsa – de que el gobierno había pedido a Israel ayuda para identificar los restos de las víctimas del atentado. Se insistía así en la autoría islámica del mismo. Media hora más tarde, Javier Zarzalejos, asesor de Aznar, telefoneó a Rubalcaba para darle la información del CNI contraria a la autoría islámica y desmentirle la existencia de suicidas. Como muestra de candor casi podía provocar ternura. ¡Equivalía a intentar que cambiara de postura alguien que ya había descubierto la clave para la victoria del PSOE tres días después! Por supuesto, Rubalcaba – que acabaría siendo ministro del interior con Rodríguez Zapatero y ocupándose de las conversaciones con la banda terrorista ETA - insistió en que estaban convencidos de la autoría islámica.

A la 1:30 de esa misma noche, concluyeron las autopsias en IFEMA sin que apareciera ninguno de los suicidas a los que habían hecho referencia Rodríguez Zapatero y los miembros de las fuerzas de seguridad que habían llamado a distintos medios de comunicación. Resultaba obvio que las noticias difundidas por la Cadena SER no se correspondían con la verdad. De hecho, se habría impuesto, por pura ética profesional, una rectificación. Sin embargo, la rectificación nunca se produjo. A esa misma hora aproximadamente, aparecía la mochila 13, la célebre mochila de Vallecas. Sobre las 3 de la madrugada comenzaron los trabajos de “desactivación” de un objeto cuya condición fraudulenta dejarían de manifiesto investigaciones posteriores. Las tareas duraron hasta las 4:45 aproximadamente y en el curso de las mismas no se permitió a la policía científica proceder a fotografiar el objeto. En el interior de la mochila – en realidad una bolsa de viaje de loneta – aparecieron 10, 120 kgs de Goma-2 ECO; 600 kg de clavos y tornillos mezclados con el explosivo, un detonador eléctrico de cobre, un teléfono Trium que debía hacer actuar el detonador, pero que no estaba conectado con éste, una tarjeta telefónica de Amena y el cargador del teléfono. Tiempo después se sabría que tanto el explosivo como el cargador eran similares a los introducidos en la furgoneta de Alcalá, lo que indica una misma mano tras la manipulación de ambas pruebas; que los cables del teléfono no estaban conectados a los del detonador – seguramente para minimizar el riesgo que se correría al hallarla – y que en la mochila no hubo huella dactilar o rastro de ADN de ninguna de las 116 personas detenidas por su relación con los atentados ni tampoco de los denominados “suicidas” de Leganés a los que luego me referiré.

El 12-M iba a amanecer con una serie de pruebas falsas colocadas para crear la impresión de que los autores del atentado habían sido terroristas islámicos. Quedaría marcado, sin embargo, por una innegable alianza del Grupo PRISA y la oposición para arrojar sobre el gobierno del PP la acusación de que había mentido a los ciudadanos para ocultar que la culpa de los atentados era suya por participar en la guerra de Irak. El razonamiento era de una notable bajeza moral y, sobre todo, contradecía el comportamiento de cualquier democracia avanzada como la británica o la norteamericana donde los atentados terroristas tuvieron como consecuencia directa que, con el respaldo de los medios, los ciudadanos se agruparan en torno al gobierno. En España, sucedió todo lo contrario. Así, a las 6:00 de la mañana, a pesar de que ya habían concluido las autopsias y resultaba obvio que no había terroristas suicidas, la cadena SER comenzó a difundir la falsa noticia añadiendo incluso detalles – por supuesto, falsos también – como el de que el suicida iba depilado y llevaba tres capas de ropa interior.

Con unos ciudadanos convenientemente manipulados por informaciones falsas difundidas de manera muy sobresaliente por la radio del Grupo PRISA y tras la aparición de una mochila manipulada, comenzaron a lanzarse acusaciones contra el gobierno en el sentido de que escondía la verdad porque, al tratarse de un atentado islamista la causa de lo sucedido estaría en el apoyo a Bush en la segunda guerra de Irak. La consecuencia que se extraía de ese razonamiento asentado en mentiras era que el PP debía perder necesariamente las elecciones. Ésa fue la tesis que avanzó a las 9.00, el socialista José Blanco – futuro ministro de Rodríguez Zapatero - desde Antena 3. Sobre las 12:00, fuentes policiales filtraron a medios de comunicación cercanos al PSOE que la dinamita usada en los atentados era Goma-2 ECO – que ETA no usaba desde hacía mucho tiempo – y que los detonadores y teléfonos apuntaban a islamistas. Era la misma hora en que distintos partidos nacionalistas – Batasuna, el PSC y ERC – ya acusaban abiertamente al gobierno de mentir. Por su parte, IU, en una vuelta más de tuerca, instaba a la gente a acudir a las manifestaciones de la tarde con pancartas de “No a la guerra”. Una hora después, la SER difundía el hallazgo de la mochila de Vallecas y su composición subrayando que no eran los elementos habituales utilizados por ETA. En una ofensiva en toda regla contra el gobierno, Localia – una televisión del Grupo PRISA ahora desaparecida – señalaba a las 17:00 que la policía apuntaba a una autoría islamista. Era la misma hora en que la cadena SER reproducía unas palabras de Aznar sobre un intento de atentado de ETA en Baqueira-Beret con doce mochilas bomba para, a continuación, emitir unas declaraciones del portavoz de la policía autónoma de Cataluña diciendo que no tenía constancia de ningún intento de atentado en Baqueira. Lo cierto, sin embargo, era que Aznar estaba diciendo la verdad y que ETA había intentado, pocas semanas antes del 11-M, ese atentado en Baqueira contra la familia real. Pero ¿qué podía importar la verdad cuando el único objetivo era impedir que el PP ganara las elecciones?

A las 19:00 – cuando daban inicio las manifestaciones en las principales ciudades de España – la SER seguía insistiendo en la línea comenzada unas horas antes. Carlos Llamas, una de las estrellas de la cadena del Grupo Prisa, afirmaba que ETA negaba cualquier responsabilidad en el atentado y subrayaba la diferencia entre las afirmaciones de la organización terrorista con la insistencia de Acebes por dejar abiertas dos vías de investigación. PRISA, a través, sobre todo, de la Cadena SER, estaba lanzando un mensaje diáfano: el gobierno de Aznar mentía, la responsabilidad de los atentados era islamista y la causa era la intervención en la guerra de Irak por deseo del gobierno del PP. No puede sorprender que los miembros del PP fueran increpados en las manifestaciones. De hecho, Rodrigo Rato y Josep Piqué, ministros del PP, llegaron incluso a ser agredidos en la manifestación que tuvo lugar en Barcelona. Sin embargo, aún faltaba el último movimiento que permitiera dar la apariencia de que todas las piezas encajaban desacreditando al gobierno y culpándolo de los atentados.

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