Sábado, 27 de Abril de 2024

En Colombia (II): Héctor Pardo

Miércoles, 15 de Octubre de 2014
Esta última semana ha sido febril. La puesta en marcha del programa con un éxito que nos ha desbordado - con el segundo ya éramos el segundo podcast de información política más descargado por delante de Onda Cero, COPE, Radio Nacional de España e incluso la SER (de otros no dígamos) y los cuartos en general – me ha llevado no poco tiempo.

Además, los viernes, hemos comenzado con los estudios de la Biblia y, a pesar de que sean sencillos, exigen prepararlos. Finalmente, no quisiera que acabara el mes sin que puedan disponer de libros en formato electrónico y muy económico en Amazon. Entre estas y otras obligaciones, se me retrasan los podcasts. Quería dedicarle uno a Héctor Pardo, buen amigo y excelente hermano, que fue el responsable principal de mi visita a Colombia. A decir verdad, quizá lo mejor sería recomendar el libro Desde la otra trinchera donde se cuenta la primera parte de su vida, pero creo que merece la pena que me detenga un poco en dar algunas pinceladas sobre su fecunda labor.

Héctor nació en una familia colombiana vinculada a la guerrilla liberal. Su intención a lo largo de la Historia había sido afianzar la democracia en Colombia y acabar con situaciones de clamorosa injusticia que venían de la época del dominio español. Su padre era sastre y proporcionaba los uniformes a los guerrilleros y Héctor se levantaba siendo niño a las tres de la mañana para sumarse a esa tarea. En un momento determinado de su vida, Colombia decidió ir por el camino de la reconciliación y se decretó una amnistía. Sin embargo, lo que sucedió después fue aterrador. Héctor – que era un niño fielmente católico al que uno de los sacerdotes le había contado como en la línea del horizonte se recortaba la distancia entre el cielo y la tierra y había que agacharse para pasar entremedias como había hecho él – asistió a las predicaciones de obispos y sacerdotes que instaban desde el púlpito a matar no sólo a los liberales sino también a sus mujeres y a sus hijos. Por añadidura, no tardó en comprobar con grave peligro para la vida de sus familiares, que, a pesar de la amnistía, a los liberales los estaban asesinando. Es difícil salir medianamente bien parado de traumas así y Héctor salió convencido de que Dios no existía siquiera porque los que decían que eran sus representantes en la Tierra adoptaban semejantes comportamientos. Es la experiencia de no pocos – conocí a muchísimos en España con una actitud semejante tras la guerra civil – y, aunque amarga, no puede extrañar. Sin embargo, mientras Héctor se debatía en ese océano de amargura, su madre se había convertido escuchando hablar de Jesús en una iglesia evangélica. Empeñado en rechazar la existencia de un Dios que, en apariencia, consentía tanta iniquidad, Héctor aceptó acudir una noche a un culto de la iglesia a la que asistía su madre. Su intención era quedarse unos minutos y luego marcharse al cine. Sin embargo, el local estaba abarrotado, era imposible irse y comprendió que tendría que soportar la reunión hasta el final. Esa misma noche, Dios tocó su corazón y Héctor se entregó a Él.

Contar lo que fue después la vida de Héctor daría para muchos libros. Se podría relatar como, gracias a sus buenos oficios, la guerrilla – ya no liberal si no marxista – accedió a poner en libertad sin contraprestaciones de todo tipo a unos ciudadanos israelíes a los que tenía secuestrados desde hacía más de dos años. O podría dar detalles de cómo un conocidísimo y mediático sacerdote católico colombiano – que, por cierto, se llevaba muy bien con el narcotraficante Pablo Escobar – le ofreció regalarle una casa a cambio de que afirmara su creencia en la Eucaristía y no negara la mediación de María. O podría referirme a la manera en que colaboró acertadamente para que determinadas reivindicaciones de las iglesias evangélicas – el derecho a la libertad religiosa y a la objeción de conciencia – fueran incluidas en la nueva constitución. O podría señalar la manera en que ha defendido las causas pro-vida; o la forma en que se ha entregado a expandir la educación. Me faltaría espacio y tiempo. Héctor es un ejemplo de cómo una minoría perseguida con saña y violencia, pero asentada en las enseñanzas de la Biblia acaba, con unas mínimas condiciones de libertad, imponiéndose a las tinieblas y la intolerancia para presentar un mensaje de luz, de libertad e incluso de reconciliación y amor en una sociedad desgarrada por una tradición secular de violencia.

Hace tiempo que para mi fue un placer conocerlo. Fue un privilegio servir a su congregación. Será una gran alegría reencontrarme con él. Que Dios lo bendiga por su extraordinaria labor.

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