Si preguntáramos a la gente que pasa por la calle cuál es su razón para vivir, sin duda, recogeríamos no pocos gestos de perplejidad. Es posible que muchos ni siquiera se lo hayan planteado nunca. Cierto.
Los habituales de esta página tendrán que echar mano de su indulgencia y disculparme esta semana por la ausencia de los estudios bíblicos habituales de cada viernes. Como todos los materiales que cuelgo lo elaboro con el mayor esmero que puedo y por ello me exige varias horas de trabajo…
Si Cervantes fue la quintaesencia de lo noble y Lope, la exuberancia creativa, don Francisco de Quevedo y Villegas encarnó el dominio de la lengua. Madrileño como los anteriores, logró que su poesía alcanzara los cielos y descendiera a los orinales.
Vivir en el exilio tiene peculiares consecuencias y una de ellas es que la memoria, como si fuera una marea imposible de controlar, nos arrastra hasta las playas del presente los recuerdos más inesperados.
Después de Worms, los intentos realizados para volver a remendar, siquiera en parte, la unidad eclesial resultaron, desde luego, fallidos. Quizá el último se agostó en diciembre de 1549 a los tres años de la muerte de Lutero.
En 1862, en medio de la guerra de Secesión, un hombre llamado Wallace Willis, escribió en el territorio indio una canción titulada Steal Away. De manera bien significativa, Willis había sido esclavo y vivía ahora entre los choctaws.
Si la Biblia se hubiera limitado a tener en su canon los dos libros de Samuel y los dos de Reyes contaríamos con una información más que suficiente – e imparcial – sobre la monarquía de Israel, monarquía que, como recordarán los lectores, sólo se mantuvo unida durante los reinados…