Jueves, 25 de Abril de 2024

Shanghai (IV): El metro

Martes, 1 de Agosto de 2017
El metro de Shanghai es uno de los mejores del mundo – quizá incluso el primero – y, desde luego, el más barato. Sin embargo, lo que más llama la atención no es su servicio impecable de aire acondicionado, su limpieza, su automatización o hasta su plurilingüismo.

Lo que casi sobrecoge es su carácter podríamos decir que simbólico. Personalmente, estoy convencido de que los buenos sistemas de transporte colectivo – entiéndase como tales los que aúnan rapidez, calidad y precio módico – son los que señalan la verdadera calidad de un sistema. Sé que algunos me dirán que es mucho mejor un sistema como el norteamericano donde en una familia se acumulan los automóviles. Ciertamente, a escala individual ese sistema puede parecer muy superior, pero cuenta con el problema insalvable de que no se puede exportar. Estados Unidos puede predicar incluso con cierto éxito la separación de poderes, la independencia judicial o el amor a la libertad y sería una bendición que semejante buena nueva fuera acogida por todas las naciones. Sin embargo, para que el resto del género humano lograra consumir tanto como sus ciudadanos nuestro pequeño planeta azul tendría que ser ocho veces mayor lo que, dicho sea de paso, no parece posible. No sólo no es posible. Tiene pésimas consecuencias colaterales. Quizá el hecho de que Estados Unidos sea la nación del mundo con mayor población penitenciaria – a pesar de que no es la más poblada – se relacione con la enorme frustración de ciertos sectores sociales que ven en la delincuencia su manera de consumar el sueño americano. Se trata de un final, verdaderamente, trágico ante el que no se puede mirar hacia otro lado.

El crecimiento económico; la promesa cumplida de prosperidad moderada, pero ininterrumpida; la insistencia en otros valores que compensan de la falta de un consumismo desbocado y el mantenimiento de la familia contra viento y marea caracterizan sabiamente el sistema chino. Quizá por eso también la situación social es de práctico pleno empleo, la población penitenciaria resulta muy inferior numéricamente a la de naciones con mayor capacidad de consumo y la seguridad ciudadana recuerde a la de una época cuyo principal protagonista ya no puede ser mencionado en ciertas partes de España sin recibir una multa. En China, no se persigue a los ricos – todo lo contrario – pero tampoco se les considera el modelo. De hecho, una buena esposa, un buen padre o un buen estudiante son referentes mucho más importantes y en las películas, el romanticismo y el amor conyugal tienen un papel extraordinario frente al sexo de consumo rápido que observamos en el cine occidental. Ciertamente, los automóviles de alta gama resultan llamativamente frecuentes en las calles, pero no da la sensación de que nadie se avergüence, se amargue o se convierta en un resentido social por ir en motocicleta. Al final, todos pueden tener una expectativa razonable de llegar a su destino y, al igual que sus familias, pueden contar con que lo conseguirán de manera cómoda, rápida, asequible e incluso climatizada. Como sucede en el metro de Shanghai.

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