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Regreso a Argentina (y IV): El Congreso de la Biblia

Viernes, 8 de Diciembre de 2017

A pesar de la importancia de las conferencias que he ido dictando en días anteriores, realmente lo más relevante de mi visita a Argentina es mi participación en el Congreso de la Biblia que se inicia el día 15 y que ha sido impulsado por la Sociedad Bíblica Argentina.

Las sociedades bíblicas – da pena decirlo – son, a día de hoy, desiguales. Hubo una época en que se dedicaban única y exclusivamente a difundir la Palabra de Dios contra viento y marea. Esa circunstancia fue la razón de que el Vaticano fulminara contra ellas las más horrendas condenas y las señalara como un enemigo al que había que exterminar. Eran otros tiempos. En la actualidad, algunas de esas sociedades bíblicas han perdido su celo por la Palabra de Dios, se han vendido al modernismo teológico e incluso editan textos de dudosa calidad. También existen sociedades bíblicas de las de antaño, de las que siguen buscando que la Palabra de Dios llegue a todos. Es el caso de la argentina. Esa es la razón de que yo haya aceptado su invitación para venir a participar en este congreso donde, por añadidura, se aumentará mi participación hasta el punto de que tendré que impartir tres talleres y una plenaria.

Debo decir que la organización del congreso que, en su mayoría, desarrollará sus sesiones en el Centro Cultural Kirshner (CCK) son de primerísima división. La elección de temas, la realización de los actos, los invitados – el que yo sea uno de ellos no se debe esgrimir en su contra – dan fe de que han llevado a cabo un trabajo extraordinario que no se hubiera podido superar en el hemisferio norte.

El miércoles 15, el Congreso va a dar inicio oficialmente con un concierto en el que se recuerda el legado envidiable de la Reforma en la Historia de la música. Acudo acompañado de Darrow Miller, un personaje extraordinario que lleva décadas desarrollando sus tesis sobre la cosmovisión y que a pesar de los años – debe andar cerca de los ochenta – no tiene la menor intención de retirarse. Me dicen que no pasa por su mejor momento de salud, pero me consta que de Argentina parte para Asia a seguir enseñando. Darrow endosó mi libro de La herencia del cristianismo y desde hace mucho tiempo queríamos conocernos en persona. Es humilde, sencillo, modesto como suelen serlo los verdaderos sabios. Mientras nos preparamos para escuchar el concierto me dice que está enormemente interesado en leer mi libro sobre La reforma y la mujer. Todo lo que pueda aportar le parece muy interesante en especial porque viaja mucho a África y Asia donde la mujer es no pocas veces despreciada y maltratada. Sé que es la primera vez que nos encontramos, pero que no será la última. De momento, le prometo que intentaré acabar mi libro – que estoy escribiendo en inglés - estas Navidades.

El concierto no defrauda. Las piezas se han elegido con gusto, las interpretaciones son magistrales, la emoción no deja de asaltarnos en ocasiones. Sin duda, es un perfecto inicio para el congreso.

El jueves 16 y el viernes 17, imparto tres talleres. El primero es sobre La Reforma y el trabajo. Espero poder colgar estas ponencias más adelante, pero de entrada ya anuncio que durante una hora desarrollo la manera en que la recuperación de valores bíblicos llevada a cabo por la Reforma implicó una cultura del trabajo que nunca hemos llegado a alcanzar en las naciones de herencia contrarreformista. El segundo, ya el viernes, está dedicado a La Reforma y la mujer. No puedo dejar de observar el rostro de sorpresa de no pocos de mis asistentes, primero, cuando descubren la insoportable – en ocasiones, repugnante - misoginia de teólogos como Tertuliano, Agustín de Hipona, Juan Crisóstomo o Tomás de Aquino y, después, cuando se percatan de que los tan maltratados puritanos concibieron la teología más hermosa sobre la mujer que se ha escrito jamás. Aquellos teólogos reformados aborrecían las ideas católicas del celibato obligatorio del clero, de desprecio a la mujer, de denigración de la sexualidad. Combatieron semejante oscurantismo propio de hombres obligados a mantener un celibato obligatorio - y, por tanto, tendentes a considerar a la mujer como la fuente del pecado - volviendo a la Biblia. Así, insistieron en que la mujer no era un mal necesario – como siguen diciendo muchos hoy – sino el bien necesario, señalaron la bendición del compañerismo entre hombre y mujer, apuntaron a que la unión más maravillosa que se produce en este mundo es la de los esposos y afirmaron que si hubiera que poner un rótulo a las mujeres sería el de “regalo de Dios”. Resulta pavoroso ver la profunda maldad que hacia la mujer mostraba el catolicismo – incluso el ilustrado Erasmo era despectivamente misógino – y, por el contrario, la visión tan positiva nacida de los reformadores y, muy especialmente, de los puritanos.

Esa misma tarde, mi taller versará sobre La Reforma y la educación. De nuevo, los puritanos descollaron. Llegaron más tarde a América que los españoles, pero seis años después de tocar las costas fundaron Harvard. Su visión curricular era extraordinaria, a decir verdad, superior a la de la mayoría de las universidades de ahora y quizá eso explique que mientras que Lima o México andan muy lejos de acercarse a la excelencia, todavía en la actualidad las universidades fundadas por los puritanos – Harvard, Yale, Princeton – continúen a la cabeza. No en vano – deseo insistir en ello – los puritanos tenían una visión integral de la educación mientras que en las universidades españolas el yugo de ignorancia impuesto por la iglesia católica impedía todavía a finales del siglo XVIII enseñar el método científico de Francis Bacon o los estudios de Isaac Newton alegando que eran herejes. No hemos avanzado mucho desde entonces y en España seguimos sin tener una sola universidad entre las primeras doscientas. Claro que podemos decir que peor está la República Dominicana – el primer lugar pisado por los españoles en el continente americano – donde no hay una sola universidad entre las quinientas primeras.

El sábado 18, tengo a mi cargo una de las plenarias de este magnífico congreso con el tema Cómo la Reforma recupera la centralidad de la Biblia. No deseo caer en el tópico, pero es imposible una verdadera Reforma sin colocar las Escrituras en el centro de la vida cristiana. Por supuesto, para la iglesia católica semejante idea es inaceptable. Incluso no existe ningún deseo de defender la Biblia de los asaltos modernistas porque esa aparente debilidad de las Escrituras cree que justifica someterse a una autoridad jerárquica. Vana necedad porque si la Biblia no es fiable ¿cómo iba a serlo una institución humana de Historia tan poco ejemplar? También esa idea es inaceptable para todos los que desean fingir que son cristianos y, a la vez, desobedecer las enseñanzas de Dios. Aquellos que defienden la denominada teología queer – una simple correa de transmisión de la abominable ideología de género – o que sostienen el modernismo se sienten incómodos con una Palabra de Dios que no se deja retorcer por mucho que se empeñen.

Precisamente por todo esto, yo dedico mi ponencia a enfatizar la importancia de leer la Biblia a diario, de meditar en ella, de seguir sus enseñanzas. No hay otra manera de ser cristiano porque aquellos que sustituyen los mandatos de Dios por los de hombres, por su deseo de amoldarse a la última moda o por sus propios apetitos no lo son por más que blasonen de ello.

Siento un cierto pesar cuando concluye el congreso. La Sociedad Bíblica Argentina difícilmente hubiera podido haberlo llevado a cabo de mejor manera. Sólo por contemplar – incluso sin participar – la manera en que han coordinado todo; por observar su amor cristalino a la Biblia, por asistir a su deseo de compartir el pan del Evangelio con todos hubiera merecido venir a Argentina. Sé cuando termina el Congreso que no tardaré en volver a Argentina. No me veo lejos por mucho tiempo de gente que ansía de manera tan noble y entregada compartir la Biblia con sus compatriotas. A diferencia de lo sucedido con alguna otra confesión, así lo desean no por favorecer a un estado extranjero sino por amor genuino a su nación, por el más limpio patriotismo, aquel que asume ser incluso un disidente si así se puede avanzar en el bien común.

 

El domingo 19 por la mañana – antes de salir para el aeropuerto – me invita a predicar en su iglesia Tomás Mackay. Se trata de una gratísima ocasión que se verá seguida por un almuerzo al que acude también Raul Scialabba, uno de los artífices - junto a Rubén del Re, a Marcos Buzzelli y a otros cuyo nombre injustamente no recuerdo - de este magnífico congreso. He predicado sobre El mensaje de Jesús y cuando el automóvil me conduce hacia el aeropuerto me digo que esa es la meta de mi existencia: compartir con otros el mensaje de Jesús y disfrutar de esa circunstancia maravillosa, prodigiosa incluso, que es la fraternidad. Sí, con seguridad, regresaré a no mucho tardar a la Argentina.

 

(Fin de la serie)