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Nanjing (III): el museo de las seis dinastías

Lunes, 14 de Mayo de 2018

Una de las cosas que más llama la atención en la China actual son sus extraordinarios museos.

Creo que no exagero si digo que se encuentran en cuanto a fondos y gestión entre los mejores del mundo y que por lo que se refiere a la disposición del espacio y la presentación se hallan a la cabeza. Tendré ocasión en esta serie de referirme a algunos, pero ya adelanto que son muy superiores a la práctica totalidad de los europeos y norteamericanos. Uno de esos ejemplos es el dedicado a las Seis dinastías.

Las Seis dinastías es un nombre con el que se hace referencia a un período de la Historia de China que tuvo lugar tras la caída de la dinastía Han en el 220 d. de C. y que se extendió hasta finales del siglo VI d. C., El término deriva de que las seis dinastías tuvieron su capital en Nanjing y además no estuvieron formadas por usurpadores y arribistas sino por linajes legítimos.

Como otros reinos, el de las Seis dinastías se apoyó en la cercanía a una importante vía fluvial como es el Yang-tse-kiang o río Azul. A pesar de que se trató de una época especialmente difícil, los sucesivos monarcas lograron no sólo crear un marco de estabilidad y prosperidad más que notable sino que además provocaron una efervescencia artística que se dejó percibir en las artes plásticas y, muy especialmente, en la poesía. Cualquiera que lea las Canciones nuevas desde la terraza de jade de Xu Ling (507-83) o las derivadas de Zi Ye, la dama de la medianoche, una cantante profesional del siglo IV, se percatarán de una hermosura y una delicadeza líricas que incluso se conservan parcialmente en la traducción. El amor y la belleza eran cantados por estos poetas chinos precisamente cuando el imperio romano se desplomaba a empujones de los bárbaros y Europa entraba en una época que, con toda razón, se ha denominado la Edad oscura.

De manera no menos significativa, el período de las Seis dinastías se caracterizó por una notable libertad religiosa y un florecimiento del pensamiento. Budistas, daoístas, confucianos compitieron y se retroalimentaron mientras la iglesia de Roma en occidente comenzaba, por primera vez en la Historia, a ejecutar personas por el mero delito de ser disidentes religiosos. Por cierto, para el que no lo sepa, hay que señalar que el primer ejecutado por causas religiosas en ese período fue el español Prisciliano, un personaje del que casi todos reconocen que no era ni siquiera un hereje sino, simplemente, alguien bastante cansado de la corrupción episcopal que ya por aquel entonces era clamorosa. Pero volvamos a China.

A pesar del carácter convulso de su Historia – o quizá precisamente por ello – los chinos han levantado siempre palacios, jardines, templos, paseos en los que se busca y se consigue la armonía. Para cualquiera que haya viajado por China esa circunstancia resulta innegable y constituye uno de los aspectos más notables de la cultura nacional. Lo artificial se integra en lo natural, lo arquitectónico en lo frondoso, lo encauzado en las líneas suaves de la Naturaleza. Hasta donde yo he podido observar en los distintos países que conozco en el planeta, sólo China ha logrado ese objetivo, muy posiblemente, porque se esforzó en alcanzarlo y porque otras culturas buscaron la vanidad, la grandiosidad, el espectáculo o la exhibición y no mostrar que el ser humano puede estar totalmente injertado en la belleza del cosmos que lo rodea.

Todo ello se percibe en este museo no sólo por los vestigios del pasado sino también por la manera en que se ha trazado el conjunto de espacios en el presente. A decir verdad, hay momentos en que uno desearía sentarse en un banco o incluso en el suelo y tan sólo disfrutar de un entorno tan magníficamente diseñado. Si los chinos han demostrado ser maestros de los medios de transporte, no lo son menos consumadamente de la ciencia museística.

 

CONTINUARÁ