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“Mi Buenos Aires querido…” (I): la capital de un imperio que nunca existió

Lunes, 9 de Mayo de 2016

Podía haber comenzado a escribir esta serie sobre mi reciente viaje a Argentina la semana pasada, pero decidí concederme el regalo de cumpleaños de empezarla hoy, 9 de mayo. Adelanto que no es tarea fácil escribir sobre ese Buenos Aires, querido, según la letra, del tango cantado extraordinariamente por Carlos Gardel.

No lo es porque no hay una capital en Hispanoamérica – al menos, hasta donde yo sé – que se le pueda comparar. México DF, Lima, Bogotá son extraordinariamente hermosas y en ellas he disfrutado de paseos inolvidables, pero Buenos Aires es algo distinto. Alguien la describió como “la capital de un imperio que nunca existió” y en esa definición hay no escasa verdad. De hecho, en todo el continente sólo Nueva York, quizá Washington, podrían aguantar la comparación con Buenos Aires. En el resto del mundo, quizá sólo una decena de ciudades podrían competir – en España, sólo Madrid – aunque sin tener la menor seguridad de ganar en el enfrentamiento.

Pasear por Buenos Aires significa surcar avenidas que parecen arrancadas de París, bloques de casas que podrían ser londinenses y calles enteras que parecen extraídas del madrileño Barrio de Salamanca. Pero no se trata sólo de esos parecidos – no pocas veces mejorados – que saltan a la vista. Quizá el secreto se encuentre en su inmensa vitalidad que te envuelve y te arropa con una incomparable sensación de calidez. Dicen que Buenos Aires tiene más teatros que ninguna ciudad del mundo y muy posiblemente es verdad, pero lo relevante es que esos teatros presentan una oferta extraordinaria que no incluye bodrios del tipo de 4 boludos.com sino que va desde los clásicos de la escena a novedades dramatúrgicas pasando por una ópera china que sólo puede contemplarse en Nueva York o en la propia china. Esos teatros están además llenos. Esos teatros mantienen obras en cartel durante años. Esos teatros no padecen un IVA del 21 por ciento como el creado por Cristóbal “Nosferatu” Montoro. Esos teatros conmueven sólo con verlos a alguien como yo que ama cordialmente el teatro.

No hablemos ya de las librerías… o sí, hablemos. No existe una ciudad en el mundo que tenga tantas librerías por metro cuadrado como Buenos Aires. Son de todo tipo. La cadena El Ateneo cuenta incluso con una que fue antaño un antiguo teatro – un experimento que he visto aunque no de manera tan extraordinaria en Sevilla – pero además están las Cúspide y, sobre todo, se suman innumerables las librerías de segunda mano o las librerías más tradicionales. Todas son excelentes lo mismo si publican sus propias colecciones, si saldan libros, si se hacen eco de las últimas novedades. Todas están llenas de compradores lo que demuestra que se mantienen abiertas porque los bonaerenses leen y leen mucho. Leen cultamente también. Basta ver los escaparates para comprobar que les pueden interesar los nacionales Borges o Aguinis, pero también Chéjov o La Ilíada. No sólo eso. Además son editoriales argentinas las que los editan.

Constituye un placer indescriptible el partir de la Plaza de mayo, pasearse ante el Cabildo desde el que los españoles gobernaron estas tierras y desde el que también se proclamó la independencia – primera nación de Hispanoamérica en conseguirla fue Argentina – cruzar ante la catedral donde se halla enterrado a medias – ya lo contaré otro día – José San Marín; contemplar la Casa Rosada y los que ante ella protestan recordando la derrota de las Malvinas y, sobre todo, ir recorriendo las librerías que pespuntean esas vías y otras muchas. Incluso llegar al café Tortoni donde el chocolate es más liviano que en Madrid, pero los churros excelentes, es una dulce senda que pasa por una sucesión gratísima de librerías.

Es tanta la vitalidad, la cultura, la energía que se percibe en estas calles de Buenos Aires que cuesta creer que la nación esté en crisis. Y es que si Buenos Aires es una sociedad en crisis, ay, entonces España se está muriendo. Pero de todo hablaremos en su momento.

CONTINUARÁ