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Desde Washington (VI): el funcionamiento de la democracia

Lunes, 2 de Noviembre de 2015

Moverse por ciertas esferas en Washington permite contemplar desde dentro el funcionamiento del legislativo norteamericano. A diferencia de España, Estados Unidos no cuenta con un sistema parlamentario sino con uno de separación de poderes o, como ellos prefieren decir, de frenos y contrapesos. Precisamente por ello, las cámaras – congreso y senado - se renuevan parcial y periódicamente y resulta impensable que se disuelvan dos meses antes de las elecciones como sucede ahora en España.

Por si fuera poco, resulta casi conmovedor el contemplar cómo congresistas y senadores atienden a sus representados los hayan votado o no. Estar en la oficina de un legislador implica ver cómo su equipo no deja de recibir llamadas de ciudadanos que lo instan a ocuparse de tal o cuál problema. Y aunque a ustedes les cueste creerlo, lo hacen. A partir de cierto número de peticiones- no muy elevado, por cierto - cualquier senador, cualquier congresista sabe que no escuchar significa que perderá las elecciones. Unos y otros no dependen para ocupar su escaño de la decisión de un comité del partido sino de que los ciudadanos los voten. Ni siquiera el propio presidente puede imponerse a las gentes de su partido si piensan que saldrán perjudicados sus electores. Me causa un profundo dolor decirlo, pero el sistema español está a años luz de lo que se ve en Washington. Basta con preguntarse por las veces que cualquiera se ha puesto en contacto con senadores o diputados para que lo escuchen. Basta con ver si los legisladores están localizables y atienden a los ciudadanos de a pie. Basta con comprobar ante quien responden, el pueblo o la cúpula del partido, para conservar el puesto. Por eso, lo sucedido hace unos días en el parlamento catalán aquí sería imposible. No sólo es que el legislativo no andaría disuelto porque hay elecciones sino que la Guardia nacional patrullaría por las calles de la capital del estado sedicioso. Más que probablemente, el presidente de la nación ya habría llamado – la anécdota es cierta – al del estado rebelde para decirle que no recibiría un céntimo y que, para remate, todos sus equipos deportivos quedaban, de momento, fuera de las competiciones nacionales. Fue así, por ejemplo, como se logró que un estado profundamente racista aceptara la enseñanza integrada en los años sesenta y es para reflexionar en ello. Si en lugar de haber regado Montoro con millones de todos al gobierno catalán le hubiera enviado, como era su obligación, a los hombres de negro, ahora no estaríamos en semejante berenjenal. Pero las cortes están disueltas y todos andan con estos pelos.