Imprimir esta página

Desde Washington (I): el techo del mundo

Miércoles, 21 de Octubre de 2015

Esta semana, la previa a que La Voz regrese al completo, estoy en Washington. Dios mediante me quedaré toda la semana recogiendo material para un futuro libro que, previsiblemente, no se publicará en una España demasiado atenta a no molestar a los nacionalistas catalanes con aquellos que no se han inclinado dócilmente ante ellos.

Tengo una apretadísima agenda de entrevistas y – lo lamento, pero así es – no puedo dar cuenta de ellas porque todas han sido concertadas bajo la condición ineludible de que resulten totalmente off the record. En otras palabras, responderán a mis preguntas – lo están haciendo con una amplitud y una sinceridad que pasma sobre todo cuando las comparo mis experiencias en España - pero ni puedo citarlos ni puedo mencionar sus nombres. Senadores, congresistas, lobbystas, abogados internacionales, diplomáticos, expertos en seguridad y defensa, entre otros, me están dispensando una atención durante esta semana que – lo reconozco – me abruma. Pero sobre esto no puedo decir más. Déjenme, sin embargo, extenderme en otras cuestiones.

Lo primero a lo que tengo que hacer referencia es a la ineludible sensación de que el techo del mundo no está en el Tíbet sino en Washington. Es desde esta ciudad notablemente hermosa y sorprendentemente elegante desde donde se decide el destino de miles de millones de seres humanos. Así de claro y así de innegable. Si existe o no un plan político global de Estados Unidos es objeto de discusión – demócratas y republicanos me dicen que no y culpan al otro de esa carencia – pero lo que no se puede dudar es que - sólo por hablar de presupuestos astronómicos - es aquí donde se coge por los cuernos el toro de la inmigración en América, el narcotráfico, la política del Pacífico o los pasos de la NATO entre otras muchas cuestiones.

Los congresistas y los senadores de Estados Unidos trabajan y trabajan mucho. Su personal adjunto lejos de estar formado por amiguetes o familiares de algún compañero de partido son gente extraordinariamente bien preparada, con títulos universitarios que les dan sopas con ondas a los de cualquier centro español y que tienen un enorme deseo por servir bien a su nación. Sus salarios se acercan a los de cualquier asesor parasitario de los que hay en ayuntamientos, ministerios y CCAA en España, pero la diferencia es que éstos sudan la camiseta a base de bien y, ciertamente, saben de lo que hablan.

No oculto que hablando con personas situadas en esas alturas la sensación es de verdadero vértigo. Se mira desde lo alto y sólo se distingue lo más cercano. Por ejemplo, se intenta ver a España. No se la ve. Pero hubo una época en que sí era visible porque estaba en las alturas. Fue en la época de Aznar cuando desde el techo del mundo consideraron a España un aliado importante aunque de eso hace tanto tiempo que en ocasiones tengo la sensación de que quizá no pasó de ser un sueño. Ahora España no existe. Atribúyanlo a los gobiernos de la última década y también a un cuerpo diplomático en todo el mundo que parece que lo pasa muy bien en el ejercicio del poder, pero que no da la sensación de destacar por su competencia. Si no lo creen a las pruebas me remito. Ahora, a lo sumo se sabe que España forma parte de una Unión Europea en la que las naciones importantes son la fuerte Alemania, la dulce – aunque antipática Francia – y la aliada Gran Bretaña. No les hablo ya de los problemas internos de España. Pregunte por aquí que es Cataluña… ¿qué es eso? ¿Un plato oriental? Mientras en España le dan una importancia que no tiene ni de lejos, por aquí es dudoso que alguien haya escuchado hablar de ella. Y no será por que el nacionalismo no se haya gastado cantidades industriales del dinero del contribuyente en sus embajadas americanas… Pero es que no se le puede dar más vueltas. Danny De Vito por mucho que gaste en embajadas nunca tendrá la estatura de John Wayne. Si encima se empeña en ser antipático, ustedes me dirán… Pero nosotros no empeñamos en no enterarnos. Así nos va.

 

Sí, aquí está el techo del mundo y como ese hecho es irrefutable, los representantes de todas las naciones se esfuerzan por empujar los intereses de su nación en los infinitos corredores de Washington. Los que se preocupan por los niños abandonados, por el reconocimiento internacional, por el crimen organizado, por el desarrollo económico, por mil y un temas están trabajando en esta ciudad. Algunos incluso consiguen alcanzar sus metas de manera increíble a pesar de que su país es más pequeño y menos importante que España. desde luego, no tengo la impresión de que sea el caso español. Trinidad Jiménez, Margallo y tutti quantitienen una enorme responsabilidad en todo esto. Pero yo ahora debo dejarles mientras cuido de que no me de un mal de altura que he combatido con más o menos éxito en el Cuzco y en el Tíbet. Claro que aquellos eran físicos y éste es casi metafísico.