Jueves, 18 de Abril de 2024

Desde Perú (V): El choque (II): Los resultados

Martes, 7 de Julio de 2015
Pese a quien pese – pero sólo puede pesar a los adversarios de la verdad – la llegada de conquistadores y frailes a América implicó un drama indescriptible por su crueldad para la población del imperio inca.

Entre las consecuencias, se encontró una catástrofe demográfica espantosa. Y es que aunque el término “leyenda negra” fue inventado por españoles nacionalistas precisamente para NO reflexionar sobre las razones de la derrota en Cuba y Filipinas y para evitar pensar en las raíces de la innegable decadencia nacional, los datos que la nutrieron fueron proporcionados directamente por españoles que habían sido testigos oculares críticos - como Las Casas o Antonio Pérez – u oficialistas. En las próximas entregas, expondré cómo ese choque implicó no sólo una tragedia demográfica sin paralelo en el Perú sino también la imposición – en buena medida fracasada – del catolicismo y cómo se deja sentir en una mentalidad persistente que ha sido fuente de continuas desgracias a uno y otro lado del Atlántico.

La población del imperio inca era de entre nueve y once millones de habitantes. Se trataba de una entidad política de inmensa relevancia que superaba con diferencia la de todo el norte del continente. En lo que sería luego Canadá y los Estados Unidos, se calcula que, en números redondos, pudo haber algo más de un millón de indígenas. Juzgue el lector la diferencia demográfica por no hablar de la cultural ya que mientras los incas gobernaban uno de los imperios más extraordinarios de la Historia, en el norte las tribus eran muchas veces nómadas y semi-nómadas sin aportación cultural de relevancia. Por utilizar un símil, sería como comparar la cultura del Antiguo Egipto con los bosquimanos o la de Asiria y Babilonia con la de los beduinos. El sufrimiento de los individuos podría mostrar paralelos, la pérdida cultura, la explotación y el desplome poblacional, no. De los no menos de nueve millones de indígenas que poblaban el imperio inca en 1530; en 1620, sólo quedaban unos seiscientos mil y, en realidad, no comenzarían a recuperarse demográficamente hasta inicios del siglo XX, cuando el dominio colonial español estaba ya lejos.

Las razones de semejante catástrofe están relacionadas totalmente con la llegada de los conquistadores y los frailes. Por supuesto, hubo multitud de muertes derivadas d las enfermedades traídas por los europeos y hay que sumar a ello las cifras de indígenas muertos en las guerras con los conquistadores, guerras que se repitieron una y otra vez hasta el siglo XVIII porque los indios no terminaban de resignarse al yugo hispano-católico. Sin embargo, el mayor número de muertes estuvo relacionado muy posiblemente con la explotación terrible vinculada a la conquista y la colonia. Los españoles no buscaban desplazar a los indios de una parte de sus tierras y convertirlos del nomadismo a una cultura sedentaria como sucedió, por ejemplo, en Estados Unidos. Por el contrario, pretendían evitar que los indígenas pudieran moverse para así someterlos a la explotación económica y sexual. A decir verdad – y eso tendría enormes consecuencias – los españoles no colonizaron sino que conquistaron, repartieron y explotaron estableciendo un patrón de conducta que ha llegado hasta la actualidad.

La institución de la encomienda entregó al conquistador tierras e indios para que las cultivaran. En teoría, esta forma apenas encubierta de esclavitud quedaba legitimada porque, supuestamente, los indios serían educados en la fe católica. No resulta difícil imaginarse el entusiasmo de los indígenas a los que arrancaron violentamente su religión, sometieron a otra nueva y además ataron a la tierra para cultivarla en beneficio del invasor. De manera bien significativa y para evitar conflictos, los conquistadores establecieron alianzas con los curacas o caciques locales que integró a los curacas en el sistema de explotación y aumentaron la explotación de los indígenas. No cuesta comprender por qué los indios – a los que tampoco se educó en el catolicismo con especial celo, especialmente en lugares lejanos de incómodo acceso – comenzaron a morir a pasos agigantados.

Para colmo, el sistema inca de mita fue asumido también por los españoles, pero empeorándolo. Originalmente, la mita implicaba una entrega de trabajo al señor, pero a cambio de un reparto de bienes. Los conquistadores obligaron a los indios al trabajo, pero no les dieron nada a cambio. No sólo eso. Los españoles utilizaron el sistema de mita para enviar a los indios a trabajar a las minas del Potosí. Fray Domingo de santo Tomás calificó las minas del Potosí de “boca del infierno” que engullía a los indios. No era exagerado el juicio, pero no llevó a las órdenes religiosas a dejar de explotar y extorsionar a la población indígena, un tema al que me referiré en otra entrega.

A todo lo anterior hay que añadir que los españoles comenzaron a exigir unos impuestos que no dejaban de crecer - ¿le suena al lector? – y que obligaban a los indios a someterse a una economía monetaria que desconocía. En el imperio inca, no existían propiamente los tributos sino que los indígenas trabajaban unos días que eran, por otro lado, recompensados con bienes procedentes del inca. A partir de ahora, los indios no solo pagaban mucho más sino que además no recogían frutos y además tenían que abandonar el pedazo de tierra con que alimentaban a su familia para desempeñar empleos pagados monetariamente. El impacto que esta circunstancia tuvo en el descenso de la producción fue pavoroso. No sólo eso. Multitud de indios se convirtieron en vagabundos intentando huir de un destino imposible. Peor fue el caso de los suicidios una circunstancia que aparece reflejada en los escritos de los cronistas españoles lo que indica su extensión. Y no debería sorprendernos: ¿por qué seguir viviendo en un mundo así?

Con los indios muriendo a una velocidad vertiginosa, los conquistadores intentaron suplir sus bajas mediante la importación de esclavos africanos – una solución ya ofrecida por Las Casas - varios siglos antes de que aparecieran en alguna parte del norte del continente. Desde 1570, el aumento fue constante e incluso hubo conquistadores que pensaron que debían sustituir por completo a la población indígena. No fue así, afortunadamente para los indios porque habría significado su exterminio completo.

Como era de esperar, en medio de todo este panorama, la peor parte la llevaron las mujeres. De hecho, el eufemismo “nos mezclamos con ellos” que tanto gusta a algunos españoles apenas oculta dos circunstancias inquietantes. La primera es un sentimiento de soberbia que considera como mérito que alguien superior – los conquistadores – accediera a acostarse con alguien inferior; la segunda es que se presente como una virtud un abuso sexual sistemático.

Durante muchos años, las españolas no quisieron, comprensiblemente, viajar al Perú. Los españoles utilizaron para satisfacer sus deseos sexuales a las indígenas. En primer lugar, se apoderaron de las princesas a las que sometieron, primero, a violaciones colectivas y, después, a su transformación en concubinas – Pizarro tuvo dos – cuya voluntad no contaba absolutamente para nada. No fueron, a pesar de su miserable destino, las que peor lo pasaron. En las encomiendas, fue habitual que las indias se convirtieran en esclavas sexuales de los conquistadores y constituyó también una conducta común el secuestrar mujeres para aprovecharse de ellas. Guaman Poma de Ayala, uno de los grandes historiadores de Indias, dejaría testimonio de esa explotación al afirmar: “los dichos encomenderos en los pueblos de los yndios ellos o sus hijos ermanos mayordomos desuirgan a las doncellas y a las demás, las fuerzan a las casadas y aci se hazen grandes putas las yndias” (f. 553, pero véase también 533, 563, 575, 580, 584, 598, 607, 854, 855, 861, 863, 870, etc). Poma de Ayala señalaría además que incluso resultaba difícil para los indios reproducirse por la sencilla razón de que los españoles se llevaban a las indias (f. 931). En el f. 858, Poma de Ayala se quejará de que los españoles habían enseñado a los indios la embriaguez, el juego, la mentira, la desobediencia y la prostitución. No sorprende que en el folio 919, negara toda legitimidad a la ocupación española.

 

No sorprende tampoco ni el desastre demográfico; ni la desesperación expresada por el suicidio y las revueltas populares; ni tampoco que contemplaran de la manera más negativa a la iglesia católica que legitimaba aquel terrible expolio. Pero de ese tema, hablaré en mi próxima entrega.

CONTINUARÁ

 

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