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Aventuras paraguayas (IV): Iguazú, un milagro en todos los sentidos

Jueves, 21 de Septiembre de 2017

Les contaba ayer que, tras la exposición en la iglesia menonita, nos encaminamos a ver las cataratas de Iguazú. En realidad, la aventura comenzó el día antes. Tras una de mis conferencias, R se ofreció a llevarnos a mi asistente y a mi a ver este prodigio de la Naturaleza por el lado brasileño.

Lo que vino a continuación fue una aventura totalmente inesperada para nosotros. La salida de Ciudad del Este se realiza a través de unas calles estrechas que desembocan en un puente internacional. El atasco de tráfico es – no exagero lo más mínimo - lo nunca visto. He contemplado caos circulatorios en Delhi, El Cairo, Madrid o Miami. El peor de ellos es una despejada fluidez comparado con lo que padecimos en Ciudad del Este. Simplemente, los automóviles se quedaban detenidos en medio del caos mientras la policía paraguaya contribuía decisivamente al desastre. Los agentes de inmovilidad del ayuntamiento de Madrid, en comparación, parecían competentísimos funcionarios.

La sensación de inmovilidad era tan agobiante que tanto mi asistente como yo dijimos varias veces a R que no pasaba nada por dejar la visita para otro día dado que llevábamos más de una hora detenidos en un lugar. Quizá sería mejor dar la vuelta en el primer desvío al que pudiéramos llegar y regresar a Ciudad del Este porque la realidad era que tenía que dar una conferencia y no estaba nada claro que contáramos con tiempo suficiente para la vuelta. El argumento era serio, pero a R le resbaló. Simplemente, no nos escuchó. Se había empecinado en llevarnos a Iguazú y lo iba a hacer. Aceptamos porque no deseábamos desairarlo, porque presuponíamos en él las mejores intenciones y porque no era cuestión de sublevarse. De hecho, nos sometimos humilde y educadamente a su plan. Cuando, al cabo de una espera interminable, logramos pasar el puente y adentrarnos por territorio brasileño, mi asistente indicó a R que a esa hora – habían pasado las cinco de la tarde - las cataratas tenían que estar cerradas. R insistió en que no era así ya que permanecían abiertas hasta las 6. De nada sirvió que mi asistente señalara que – a diferencia de R – se había tomado la molestia en ver el horario o que recordara que Paraguay se lleva una hora de diferencia con Brasil. Llegar a las cataratas en el auto infame de R, ciertamente llegamos. Por supuesto, las encontramos cerradas. A esas alturas, yo sólo deseaba llegar a tiempo a mi conferencia al otro lado de la frontera, pero, por el camino, mi asistente y yo intentamos consolar a R. Es verdad que todo se había debido a su incapacidad para programar algo tan sencillo como un viaje a pocos kilómetros mirando, por ejemplo, los horarios y acordándose de la hora de diferencia entre Paraguay y Brasil, pero nos quedaba semana y media de viaje y no era cuestión de tener eso que los americanos llaman “hard feelings”. De camino, mi asistente le sugirió que, al día siguiente, tras mi exposición en la iglesia menonita, volviéramos a intentar llegar a Iguazú porque ya no tendríamos la premura de esa tarde y además sabíamos el horario. Me dio la sensación de que a R no le entusiasmaba la sugerencia, pero asintió. Lo que iba a contemplar al día siguiente iba a ser una batalla de proporciones épicas.

Efectivamente, R no tenía el menor deseo de llevarnos de nuevo a Iguazú, ese lugar que no pudimos ver por su despiste fenomenal o su incompetencia morrocotuda, pero no se encontraba en la mejor situación para evitarlo. Tomó una ruta distinta a la del día anterior y, en apenas unos minutos, nos encontramos sumergidos en un atasco aún peor – que ya es decir – que el de la tarde previa. A partir de ese momento, R no dejó de sugerirnos que diéramos media vuelta y señalarnos los desvíos que podíamos tomar. Reconozco que es posible que yo hubiera cedido viendo su nada encomiable disposición, pero mi asistente se había tomado el tema más como una acción de justicia cósmica que como una cuestión personal. Le dijo que el día anterior ya habíamos esperado mucho y que no teníamos la premura de la tarde pasada lo que, dicho sea de paso, era innegable. A Iguazú, pues.

Durante un tiempo, me mantuve al margen de ese pugilato aunque me decía que gente del temple de mi asistente fue la que convirtió Stalingrado en una ratonera para Hitler. Mientras tanto, R se había bajado del automóvil y se había acercado a una policía de movilidad. Charlaron un rato y, al regresar, nos informó de que la agente le había dicho que teníamos no menos de hora y media de espera para llegar a la esquina. Dado el calor sofocante que había dentro del automóvil porque no funcionaba el aire acondicionado, la propuesta de R de salir en el próximo desvío resultaba tentadora. “No pasa nada”, me escuché decir a mi mismo, “Esta tarde no tenemos compromiso como ayer. Podemos esperar”. El rostro de R se trasmutó como si le hubieran comunicado que su madre acababa de fallecer. El frente se ha roto, el VI Ejército ha quedado cercado, me siento como el general Zhúkov.

En menos de media hora logramos salir del atasco que, supuestamente, iba a durar más de hora y media – R dixit – y llegamos a territorio brasileño. El contraste es muy acusado. Si el lado paraguayo tiene ese aspecto casi tercermundista que se aprecia en no pocos lugares de Hispanoamérica, el brasileño recuerda casi a Estados Unidos. Es llamativo que los brasileños – que hablan portugués – se sienten profundamente acomplejados ante el español – lo mismo les pasa a franceses y catalanes dicho sea de paso – que es la lengua con más hablantes de origen de todo el globo. Por eso – como los catalanes, pero no los franceses – han decidido proscribirla en sus tratos con Paraguay. Los letreros que debían ser bilingües en empresas comunes aparecen sólo en esa versión aguada de la lengua de Camoens conocida como brasileiro - ¿les suena? – pero lo único que consiguen es hacer el ridículo. Al final, el español es un verdadero regalo de Dios con una proyección que jamás tendrá ese dialecto de la langue d´oc (lengua de oca) que se habla en el noreste de España o ese dialecto del portugués plagado de hispanismos que se habla en el Brasil.

Esta vez, con mi asistente controlando tiempos, sí que llegamos a las cataratas. La entrada, incluida la de R, la pagué yo. Sí, no sé por qué; sí, no era cuestión de dinero; sí, R quedó de nuevo como Rufete en Lorca y más cuando nos percatamos de que el día anterior lo había hecho todo tan mal que, incluso sin diferencia horaria y cerrando a las seis como él pensaba, apenas hubiéramos podido ver durante veinte minutos esta colosal maravilla de la Naturaleza. Pero de todo eso nos olvidamos enseguida porque Iguazú es espectacular como podrán ustedes juzgar por las fotos y el video. No es tan impresionante como las cataratas del Niágara en un primer plano; lo es mucho más cuando se va recorriendo. Mientras los monos saltan de los árboles por encima de nuestras cabezas – nos hallamos en medio de la jungla – y algunos pequeños cuadrúpedos pretenden que les demos de comer, vamos pasando ante un salto de agua tras otro. En algún caso, han añadido el nombre del Diablo a la designación del lugar, pero ni siquiera tan siniestra referencia resta un ápice a este inmenso despliegue de belleza. Por un tiempo, de mi recuerdo desaparecen las torturas en el lodo, los emplastos de mandioca, el automóvil en que nos transportan, los embotellamientos, las faltas de coordinación, los consejos de R para que se aprovechen de mi trabajo porque todo lo hago gratis, el fallido intento del día anterior… todo parece haberse disuelto en medio de esa suma inmensa de agua que nos acaricia suavemente el rostro. Como en otras ocasiones de mi vida, la belleza – en este caso, una belleza relacionada directamente con el Creador – ha sido como un paño que ha limpiado todo lo desagradable, lo mezquino, lo intolerable que puede asaltarnos de manera cotidiana. Ciertamente, la naturaleza canta la gloria de Dios. En el camino de regreso, agradeceremos repetidamente a R que nos haya llevado a disfrutar de esas sensaciones. Más animado que al inicio del viaje, nos señala que se alegra mucho de haber conseguido que pasáramos ese buen rato. Señor, ten compasión de nosotros en los días que faltan.

CONTINUARÁ