Jueves, 25 de Abril de 2024

Pablo, el judío de Tarso (XXIX): El segundo viaje misionero (V): Pablo en Berea

Domingo, 2 de Julio de 2017

Como ya vimos, Pablo llegó a Tesalónica tras recorrer ciento cincuenta kilómetros desde Filipos utilizando la Via Egnatia.

Este camino cruzaba Macedonia y llegaba hasta su conclusión en Dirraquio, ya en el Adriático. Es muy posible que el plan inicial de Pablo fuera ir surcando Macedonia, llegar al Adriático y dirigirse a Italia para alcanzar la ciudad de Roma, la capital del imperio. De hecho, algunas referencias en su carta a los cristianos de esta ciudad, escrita seis o siete años después (Romanos 1, 13; 15, 22 ss) nos permiten ver que intentó visitar Roma, pero que le resultó imposible. De hecho, en lugar de seguir el itinerario mencionado, Pablo abandonó el camino principal y se encaminó a Berea que se encontraba a alguna distancia al sur y a la que Cicerón calificó como una ciudad fuera del camino [1]. ¿A qué se debió ese cambio sustancial? Por un lado, es obvio que la elección de Berea derivó de los cristianos tesalonicenses que deseaban que Pablo y Silas pudieran resguardarse en algún lugar seguro. También cabe la posibilidad de que Pablo considerara retrasar su llegada a Roma hasta que se viera libre de cualquier sospecha de sedición como la que habían arrojado sobre él los judíos de Tesalónica. Sin embargo, la razón más sólida para actuar así – que no tiene por qué excluir a las anteriores – pudo haber sido que le llegaron noticias de que Claudio había decidido expulsar a los judíos de Roma (c. 49 d. de C.). Partiendo de ese punto de vista, Berea parecía un destino tan apropiado como otro cualquiera.

La presencia romana en Berea era antigua. De hecho, la ciudad había sido la primera que se había entregado a los romanos tras la victoria de éstos en Pydna en 168 a. de C. Como en el caso de Tesalónica contaba con una comunidad judía a la que se dirigió Pablo para predicarles el Evangelio. La respuesta de los judíos de Berea fue muy positiva. Se trataba de gente piadosa, sin duda, pero, a la vez, muy interesada en determinar la veracidad de lo que pudieran escuchar. Precisamente por ello, al escuchar a Pablo se dedicaron a contrastar el contenido de su predicación con lo que aparecía en las Escrituras. De manera bien significativa, Lucas los define como “más nobles” espiritualmente. Esa mayor nobleza no derivaba de que fueran sumisos, crédulos, obedientes o incluso generosos. No. La nobleza espiritual venía de que, a diario, contrastaban con la Biblia lo que Pablo afirmaba para ver si era verdad (Hechos 17: 11). Sin duda, se trata de una importantísima enseñanza espiritual. ¿Alguien desea ser más noble espiritualmente? Pues entonces que compare lo que cree con lo que enseñan las Escrituras porque ése es el único criterio de veracidad espiritual y no una autoridad humana por más que se auto-erija en único intérprete verdadero. Pocas veces la enseñanza de la Escritura habrá podido ser más clara y taxativa.

Precisamente, el resultado de esa actitud resultó verdaderamente alentador. Al ver que la enseñanza de Pablo encajaba con lo que contenido en las Escrituras la aceptaron. No se sometieron a una autoridad apostólica, a una jerarquía, a una religión sino a la enseñanza de la Biblia. Ciertamente, entre los conversos no faltaron algunas importantes del grupo de las prosélitas, pero, en esta ocasión, el grueso de los que abrazaron el Evangelio fueron judíos que habían llegado a la convicción de que en Jesús se habían cumplido las Escrituras (Hechos 17, 8-12). Entre ellos se encontraba un tal Sopater, hijo de Pirro, que años después acompañaría a Pablo en un viaje a jerusalén (Hechos 20, 4). Posiblemente, se trate del mismo Sosípater mencionado años después por Pablo como uno de los conversos judíos (Romanos 16, 21)

La situación transcurrió pacíficamente hasta que los judíos de Tesalónica tuvieron noticia de lo que estaba sucediendo. Al saberlo, se dirigieron a Berea y desencadenaron un tumulto. El recurso había dado buen resultado en Tesalónica y, obviamente, esperaban que volviera a suceder. Quizá incluso esperaban que esta vez Pablo cayera en sus manos. Muy posiblemente, Pablo debió oponerse a la posibilidad de tener que dejar a otra iglesia recientemente fundada. Al final, sus colaboradores, Silas y Timoteo, optaron por quedarse en Berea atendiendo a la joven congregación a la vez que convencían a Pablo para que se pusiera a salvo embarcándose (Hechos 17, 13-4). La idea era que Silas y Timoteo se ocuparían de la comunidad establecida en Berea y en cuanto fuera posible se reunirían con el apóstol para continuar su viaje misionero. A pesar de todo, no debían estar muy convencidos [2] de que la seguridad física de Pablo no peligraría si abandonaba Berea, porque la fuente lucana narra que realizó el viaje hasta Atenas – un viaje que implicaba atravesar toda la región de Tesalia - acompañado. De esa manera, Pablo llegó hasta la ciudad más gloriosa del mundo helenístico.

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