Jueves, 28 de Marzo de 2024

XXXV.- El camino hacia la victoria (III): de la batalla de Badr a la derrota de Uhud (III): La derrota de Uhud

Viernes, 19 de Junio de 2020

Al saber de la derrota de Badr, Abu Sufyan se había comprometido a no lavarse la cabeza – promesa nada baladí dado el clima de la zona – hasta haber combatido a los seguidores de Mahoma.  Encabezó, pues, una expedición que llegó hasta las cercanías de Yatrib, asoló algunos sembrados y se retiró sin que los seguidores de Mahoma tuvieran tiempo de reaccionar.  Abu Sufyan podía volver a lavarse la cabeza y los adeptos de Mahoma sólo tuvieron como consuelo que su enemigo, para poder retirarse más aprisa, se vio obligado a abandonar una harina de la que se había apoderado.  Abu Sufyan había obtenido además otra utilidad de la expedición y fue que pudo recoger información entre los judíos sobre la situación en el interior de Yatrib.  Al año siguiente, se valdría de ella para lanzar el peor ataque sufrido hasta entonces por los adeptos de Mahoma.

    De momento, aquel año, los ritos de la peregrinación tuvieron que celebrarse en Yatrib ya que la Meca se había convertido en un enclave prohibido para los seguidores de Mahoma.  Éste, por su parte, continuó con su estrategia de asaltar a cualquier grupo no aliado que cometiera el error de ponerse a su alcance.  Fue el caso, a inicios del año, de los Banu Sulaym, que se encontraban en al-Kudr.  Sorprendidos por el inesperado ataque, los Banu Sulaym se retiraron ante las fuerzas de Mahoma que pudo repartir varios camellos a cada uno de sus hombres.  Precisamente al regresar de esta incursión, Mahoma se encontró con que los judíos de los alrededores aprovechaban su paso por Yatrib para expresar sus puntos de vista, nada favorables por otra parte, sobre él.  Hasta poco antes, les había parecido un aliado con una religiosidad errada; ahora habían llegado a la conclusión de que era un peligro más que potencial para ellos como habían tenido ocasión de sufrir los Banu Qaynuqa.  Es posible que haya que situar en este contexto aleyas como 2: 103/109.

 

109[3]. A muchos de la gente del Libro les gustaría que apostatareis después de haber creído, por envidia, después de habérseles manifestado la Verdad.  Sin embargo, vosotros perdonad y pasadlo por alto hasta que Al.lah traiga su mandato. Al.lah es omnipotente.

 

     Desde luego, la época en que Mahoma se manifestaba amistoso con los judíos había pasado trágicamente a la Historia y ya no retornaría.   A decir verdad, las relaciones se iban a agriar aún más en un futuro no lejano.

     Por añadidura, entre los adversarios más denonados de Mahoma se hallaba un poeta judío llamado Kab b. al-Asraf.  Su madre era una judía de los Banu Nadir que, tras la victoria obtenida por los adeptos de Mahoma en la batalla de Badr, se había visto obligada a buscar refugio entre los coraishíes de la Meca.  Kab b. al-Asraf fue autor de unos versos en que se lloraba el derramamiento de sangre que había tenido lugar en Badr y se saludaba con esperanza la posibilidad de un futuro desquite.  La poesía provocó una verdadera contienda literaria ya que fue respondida por Hassan b. Tabit, convertido en el poeta oficial de Mahoma, y por al-Shaadira, una mujer de los Banu Murayd.  Pero aquella respuesta no debió ser suficiente a Mahoma.  de hecho, por orden suya, Kab fue asesinado.  Fue la primera de una cadena de muertes que tuvieron como víctimas a judíos reacios a inclinarse ante Mahoma y como perpetradores a los adeptos de éste.  Estas acciones provocaron tal terror en la comunidad judía que sus representantes decidieron dirigirse a Mahoma.  El resultado del encuentro fue un acuerdo que garantizaba a los judíos la seguridad siempre que no hubieran formulado críticas contra Mahoma. 

     Con los judíos inmovilizados por el terror, Mahoma desencadenó en el curso de tres meses otras tres incursiones armadas.  La primera estuvo dirigida contra los Du Amarr – en el curso de la cual pudo ser alanceado mientras llevaba a cabo una necesidad fisiológica y se salvó, según la tradición islámica, por intervención directa del ángel Gabriel – la segunda contra Buhran con la intención de atacar a los Banu Sulaym si bien éstos, advertidos, pudieron escapar y la tercera contra Qarada.  Ésta última fue dirigida por Zayd b. Harita y tuvo importantes consecuencias ya que, según la tradición, iba encaminada contra la nueva estrategia comercial de los coraishíes que Mahoma conocía gracias a sus espías en la Meca.

        La creciente agresividad – y éxito – de las fuerzas de Mahoma había llevado a los coraishíes a buscar una vía distinta para su comercio.  Siguiendo el consejo de al-Aswad b. al-Muttalib, decidieron enviar una caravana a Bosra por el camino más largo y más peligroso, pero practicable en invierno ya que los camellos necesitaban consumir menos agua durante el viaje.  Considerándola una verdadera oportunidad de oro para escapar de la asfixia económica que, poco a poco, les iba provocando Mahoma, los coraishíes invirtieron en ella importantes cantidades.  Abu Zama, por ejemplo, empleó en ella trescientos meticales de oro amén de abundantes lingotes de plata y Safwan b. Umayya, treinta mil dinares además de cantidades notables de plata.  En su contra, iba a actuar la información que sobre la caravana hicieron llegar a Mahoma sus espías.  Así, Zayd, con un centenar de guerreros montados en camellos, marchó hacia Qarada a inicios de shumada (19 de noviembre de 624), atacó por sorpresa a los coraishíes y, tras provocar su huida, se apoderó de un botín extraordinario.  Baste decir que el quinto de Mahoma se elevó a veinte mil dirhemes.

     Aquel golpe asestado a las finanzas coraishíes no les dejaba más que dos alternativas.  O bien aceptar la jefatura de Mahoma con lo que implicaría de sometimiento o enfrentarse militarmente con él y causarle una derrota que les permitiera aliviar el dogal económico que les había impuesto.  Fue Abu Sufyan el que tomó la iniciativa y pidió de los coraishíes una colaboración siquiera material.  De esa manera, Abu Sufyan logró reunir una fuerza de tres mil hombres, aunque sólo setecientos contaban con una coraza y sólo doscientos iban a caballo.  Para colmo, entre sus filas se encontraban algunos seguidores de Mahoma dispuestos a aprovechar la menor oportunidad para pasarse a su bando.  No se trataba, pues, de una tropa coherente aunque sí debió de resultar impresionante.  El 25 de ramadán (11 de marzo de 625), se puso en marcha, alcanzando las cercanías de Medina diez días más tarde. 

     Como ya hemos indicado, Mahoma estaba al corriente de lo que se aproximaba gracias a la actividad de sus espías y a una carta de su tío al-Abbas, que seguía residiendo en la Meca.  Al saberlo Abu Sufyan, temió que Mahoma rechazara una batalla en campo abierto y optara por encerrarse en las casas fortificadas de Yatrib.  Semejante eventualidad podría convertir el ataque en inútil ya que Abu Sufyan no disponía de instrumentos de asedio ni tampoco de provisiones para abastecer a sus tropas mientras se llevaba a cabo.

      Al mismo tiempo que la caballería de los coraishíes se dedicaba a destruir las cosechas y casas que hallaban a su paso, los seguidores de Mahoma comenzaron a discutir en la mezquita si debían lanzarse a una batalla en campo abierto o encerrarse en las casas a la espera de que todo concluyera.  Esta última era la opinión de Mahoma, pero no pudo imponerse fundamentalmente porque, según la tradición, buena parte de los jóvenes de Yatrib no había combatido en la batalla de Badr y soñaba con enriquecerse en este combate.  De manera paradójica, el tipo de guerra que había desarrollado hasta entonces se volvía en contra de Mahoma que no tuvo otro remedio que ceder.

     El ejército de Mahoma estaba formado por un millar de hombres, aunque, según las fuentes islámicas, sólo un centenar llevaba coraza y únicamente dos tenían caballo, extremo este último un tanto llamativo.  En cualquiera de los casos, Mahoma pensaba que se encontraba en una situación de inferioridad militar por lo que resultaba obligado que sus órdenes fueran obedecidas de manera tajante. 

     La falta de apoyo que a la sazón sufría Mahoma entre buena parte de los habitantes de Yatrib no tardó en quedar de manifiesto.  Así, Abd Allah b. Ubayy, jefe del grupo al que los adeptos de Mahoma denominaban hipócritas, anunció que permanecería en la ciudad con trescientos hombres.  Se trataba de un contratiempo no pequeño, pero Mahoma supo contrarrestarlo tácticamente.  Con sus setecientos hombres procedió a tomar la Harra, un altiplano escarpado formado por lava de volcanes ya extinguidos.  Mediante ese paso, impidió que los coraishíes pudieran lanzar en su contra la caballería y ocupó una posición inexpugnable.

     Cuando amaneció el 7 de sawwal (23 de marzo), Mahoma decidió presentar batalla.  Gracias a la guía de Abu Hatma al-Hariti, Mahoma se desplazó con sus hombres por los palmerales, en las estribaciones del monte Uhud – lo que le permitió pasar desapercibido - hasta llegar a un punto situado a unas tres millas de Yatrib.  Alcanzó así un barranco, donde, con la retaguardia protegida por el monte, inició la oración de la mañana.

     Cuando los coraishíes se percataron de la maniobra ejecutada por Mahoma, su situación táctica ya resultaba pésima.  Ganada por Mahoma la altura por la ladera de la montaña, si se mantenía sin descender al barranco, los coraishíes no tendrían más remedio que intentar trepar a las alturas para batirlo, una tarea en la que quedaría neutralizada su caballería y además en la que se verían expuestos a la acción de los arqueros.   Por añadidura, los coraishíes tenían la ciudad de Yatrib a la espalda, mientras que Mahoma la podía contemplar sin dificultad.  En esa situación, tras colocarse una segunda coraza, Mahoma dio la orden terminante de permitir que los coraishíes llevaran la iniciativa.          

      Antes de comenzar el combate se produjo un último intento por evitar el derramamiento de sangre.  Lo protagonizó un personaje de Yatrib llamado Abu Amir Abd Amr b. Sayfi b. Malik b. al-Numan[4] – Mahoma lo llamaba al-Fasiq – que se había negado a aceptar las pretensiones espirituales de Mahoma.   La circunstancia tiene su interés porque no era un idólatra sino un hanif, es decir, un monoteísta sin adscripción confesional.  Como los judíos y buena parte de los cristianos, consideraba que Mahoma no podía ser objeto de obediencia espiritual y ahora se dedicó a impetrar de los habitantes de Yatrib que no vertieran su sangre por alguien que no era de los suyos.  Sin embargo, los que en esos momentos formaban parte de las filas de Mahoma o creían firmemente en él o ansiaban un botín como los recogidos en Badr si es que no ambas cosas a la vez.  El monoteísta no tuvo, pues, ningún éxito.

      Tras los desafíos habituales entre paladines, se pasó a la batalla.  Tal y como había previsto Mahoma, la caballería de los coraishíes quedó neutralizada por la posición táctica en que se hallaba así como por la acción de los arqueros enemigos, de tal manera que sus filas comenzaron a retroceder.  Se produjo así la sensación de que los seguidores de Mahoma podrían irrumpir en el campamento de los coraishíes en cualquier momento.  Si en ese momento los arqueros hubieran seguido las órdenes estrictas de Mahoma, la victoria de sus fuerzas habría resultado rotunda.  Sin embargo, ansiosos de apoderarse de su parte del botín, abandonaron sus posiciones descendiendo por la montaña.  Semejante acción, torpe fruto de la codicia, permitió a la caballería coraishí, a las órdenes de Jalid b. al-Walid, llevar a cabo la maniobra que, hasta ese momento, había resultado imposible.  Así, cayó sobre la retaguardia enemiga sembrando la confusión en sus filas.  El golpe fue tan considerable que no tardó en circular la voz de que Mahoma había muerto.  No era cierto.  Mahoma no había caído, aunque sí había sido herido.  Cubierto por una veintena de adeptos, se retiró hacia el Uhud mientras los coraishíes llevaban a cabo una verdadera matanza.  Es posible que en aquellos momentos sólo Mahoma y Abu Sufyan mantuvieran la sangre fría.  Mientras que el primero intentaba reagrupar a sus desordenadas tropas para conjurar el desastre, el segundo intentaba encontrar – por supuesto, no lo consiguió – el cadáver de Mahoma para anunciar el final victorioso del combate. 

     Al caer la noche, los coraishíes discutieron si debían continuar la campaña atacando Yatrib o, por el contrario, debían darse por satisfechos y regresar a la Meca.  Abu Sufyan era partidario de proseguir hasta el final ya que estaba convencido – y no le faltaba razón – de que si Mahoma seguía vivo, los coraishíes no podrían estar seguros.  Sin embargo, se impusieron los partidarios de retirarse.  No sólo les faltaba la claridad de ideas de Abu Sufyan sino que además se daban por más que satisfechos con aquella victoria.  Pagarían muy caro aquel error.

CONTINUARÁ


Véase: J. Akhter, Oc, p. 69 ss; K. Armstrong, Oc, pp. 187 ss; M. Cook, Muhammad…, pp. 12 ss; E. Dermenghem, Mahomet…, p. 21 ss; J. Glubb, Oc, pp. 191 ss; M. Lings, Oc, pp. 202 ss; T. Ramadan, Oc, pp. 122 ss; J. Vernet, Oc, pp. 102 ss; W. M. Watt, Oc, pp. 120 ss; C. V. Gheorghiu, Oc, pp. 317 ss.

[3]  108 en la edición del rey Fahd.

[4]  Sobre el personaje, véase: M. Gil, “The Creed of Abû `Amir” en Israel Oriental Studies, XII, 1992, pp. 9-57. 

 
 
 
 
 

 

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