Viernes, 19 de Abril de 2024

XXIII.- El inicio de la predicación en la Meca (X): El segundo período mecano (615-619) (VII): La predicación del segundo período mecano

Viernes, 20 de Marzo de 2020

El estilo del segundo período mecano es considerablemente distinto del que corresponde al primero.  En sus veintidós suras espaciadas desde la 18 hasta la 53, no hallamos ya el lirismo conmovedor del primer período, sino una serie de acumulaciones de aleyas que son más largas así como producto de la acumulación, un factor que resulta especialmente claro en ediciones del Corán como la de Richard Bell[4].  El mensaje anunciado por no varió sustancialmente del que encontramos en el primer período, pero se percibe con claridad que la presión que los adversarios ejercían sobre el movimiento ha dejado una huella innegable.  No sorprende por ello que Al.lah sea calificado de manera muy sobresaliente ar-Rajmán – el clemente - (43: 8/9-12/13; 36: 33-44).    Tampoco causa sorpresa que se anuncie con especial virulencia el castigo de los que atacan a Mahoma  (44: 33/34-59).   Pero, sobre todo, llama la atención que en als revelaciones proclamadas por Mahoma – que es presentado como monitor (18: 93/94-95/96) – se acentúen los paralelos con otros profetas enviados por el Dios único y que fueron rechazados por sus pueblos  (54; 37; 71; 26; 15; 21).  De esa manera, el sufrimiento claramente no-violento de Mahoma y de sus seguidores podía verse prefijado por Abraham que tuvo que soportar el sufrimiento de ver cómo su padre era un pagano aquejado de ceguera espiritual (19: 42/41-51/50; 43: 25/26-38/39) y, de forma muy especial, por Jesús, el hijo de María (Isa ben Marién) que fue rechazado por los judíos (19).  

     Mahoma, como otros predicadores de juicio divino antes y después de él, había descubierto que su anuncio no era bien recibido, algo no tan extraño si se tiene en cuenta que el llamamiento a la conversión implica cambios radicales que, por regla general, son rechazados por el común de los mortales.  ¿Por qué el que disfruta de sus riquezas sin pensar en los demás tendría que cambiar de actitud y practicar la caridad?  ¿Por qué el que no siente necesidad alguna de comunicarse con Dios tendría que entregarse diariamente a humillarse ante Él?  ¿Por qué el que vive satisfecho – o medianamente conforme o incluso infeliz – tendría que creer en que Dios va a actuar desencadenando un juicio donde el cosmos se vería trastornado por acción de su justicia?  ¿Por qué, en resumen, hay que cambiar de vida?  La respuesta común es la indiferencia, el desprecio cuando no la hostilidad más o menos abierta.  El predicador – el monitor, el guía, el mensajero – debe estar preparado para soportar esa situación y, en esa dolorosa tesitura, el reflexionar sobre lo padecido por otros antes que él – Abraham, Moisés, Jesús – puede convertirse en fuente de consuelo.  Eso mismo parece que le sucedía a la sazón a un predicador no-violento y convencido, monógamo absoluto y guía de un reducido grupo de seguidores, que pasaría a la Historia con el nombre de Mahoma.     

CONTINUARÁ


[4]   R. Bell, The Qur’ân: Translated with a Critical Rearrangement of the Surahs. Vol. 1. Edimburgo, 1937 y 1939.

 

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