Viernes, 19 de Abril de 2024

Las epístolas de Pablo (I)

Domingo, 26 de Junio de 2016
LOS PRIMEROS CRISTIANOS: LAS FUENTES ESCRITAS (III): FUENTES CRISTIANAS (I): Las epístolas de Pablo (I)

La figura de Pablo[1] contó una considerable trascendencia en los inicios del cristianismo primitivo. Nacido aproximadamente en el año 10 d. J.C., en Tarso (Cilicia) (Hch. 7, 58), en el seno de una familia judía de la tribu de Benjamín, que contaba con fariseos de observancia estricta (Fi. 3)[1], fue enviado por la misma a Jerusalén, donde fue discípulo de Gamaliel. Se convirtió al cristianismo hacia el 32-33 a consecuencia de una visión de Jesús resucitado cuando se dirigía a Damasco a detener a los cristianos, en cuya persecución había colaborado con entusiasmo.[1] Tras una estancia en Damasco y en el reino de los nabateos (aproximadamente tres años), subió a Jerusalén (entre el 35-36), donde sólo pudo entrar en contacto con Pedro (Hch. 7, 58; 9, 1; 22, 4; 9, 20; 9, 23; 9, 26; Gál. 1, 13-18). Desde entonces hasta c. 42, Pablo estuvo en Tarso (Hch. 9, 30; Gál. 1, 21). Sobre 43-44 se estableció en Antioquía de Siria (Hch. 11, 25). Ante la situación de hambre que padecía Jerusalén, Pablo, cerca del año 46 d. J.C., fue enviado por la comunidad cristiana de esta ciudad con una colecta de ayuda (Hch. 11, 27; 12, 25). Del 47 al 48 d. de J.C. tuvo lugar su primer viaje misionero, acompañado por Bernabé y Marcos (Hch. 13, 14), en el curso del cual proclamó el evangelio en Chipre, Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra, Derbe, Perge y Atalia. Con ocasión de este periplo, sufrió la persecución de algunas comunidades judías y, en ocasiones, tuvo lugar derramamiento de sangre causado por los judíos opuestos a la misión paulina.

Hacia el año 48, escribió su Epístola a los Gálatas, de especial interés para determinar su visión acerca de la Torah, así como el conflicto con los judaizantes y la actitud del judeo-cristianismo en el Israel del siglo I en relación con el tema. En tomo al año 49, Pablo asistió al denominado concilio de Jerusalén, donde se discutió la relación de los conversos gentiles con la Torah.

Del 49 al 53 tuvo lugar el segundo viaje misionero de Pablo (Hch. 15, 36 y ss.) durante el cual volvió a visitar las iglesias fundadas por él en el curso del primero. En Listra lo acompañó Timoteo; resultó asimismo notable su estancia en Atenas. Posteriormente, se dirigió a Corinto[1] y de regreso a Siria, pasó por Jerusalén (52) y Éfeso (52-55). De esta época son, muy posiblemente, sus Epístolas a los Tesalonicenses.

El tercer viaje misionero de Pablo tuvo lugar en torno a los años 55-57 (Hch. 18, 23; 21, 17). Fundó iglesias en Colosas, Laodicea, Hierápolis, Troas, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes y Filadelfia. De este período son las Cartas a los Corintios (55-56) —cuyas comunidades visitó de nuevo a inicios del 57— y a los Romanos. Al descender a Jerusalén (mayo del 57) fue detenido por un alboroto en el Templo y permaneció en esa situación en Cesarea hasta el 59. En septiembre de ese año, viajó a Roma, donde sufrió prisión hasta el 61-62 (Hch. 27, 28). Escribió entonces las cartas de la cautividad (Efesios, Filipenses, Colosenses, Filemón) y, quizá, alguna de las Pastorales, como la primera a Timoteo.[1]

A partir de este momento las opiniones se dividen en lo relativo al destino ulterior de Pablo. Aunque algunos abogan por su ejecución durante la persecución neroniana del 64 (discutiéndose, no obstante, si Pablo llegó o no a recuperar su libertad tras su llegada a Roma), a nuestro juicio, cabe la posibilidad de que el apóstol fuese liberado en torno al 62, y realizara nuevos viajes, entre ellos el proyectado a España[1] (c. 65), y padeciera un nuevo cautiverio. Hacia el 65, Pablo sería ejecutado tras haber escrito poco antes de su muerte la 2 Epístola a Timoteo y, seguramente, la dirigida a Tito.

Pablo no constituye una fuente directamente emanada del judeo-cristianismo en el Israel del siglo I, pero sí es una fuente de primer orden en relación con algunos aspectos esenciales del tema. Los escritos de Pablo, anteriores a la destrucción del Templo en el 70 d. J.C., son depositarios de noticias relativas al judeo-cristianismo en el Israel del siglo I, hasta finales de la década de los años cincuenta. Éstas resultan de un valor notable sobre todo en lo relativo a la forma en que los seguidores judíos de Jesús contemplaban la entrada de los gentiles en el seno de su movimiento.

Examinaremos a continuación los escritos paulinos que guardan alguna relación con el judeo-cristianismo objeto del presente estudio.

Gálatas[1]

Gálatas no ha sido cuestionada como obra genuinamente paulina. Aún más. Como en el caso de la Carta a los Romanos ha sido utilizada a modo de vara de medir para determinar el paulinismo genuino de otros escritos. La Epístola a los Gálatas está dirigida claramente a las iglesias de Galacia (1, 2), a los gálatas (3, 1), que posiblemente pueden identificarse con los mismos a los que se refiere en 1 Cor. 16, 1. Ahora bien, dado que la provincia de Galacia se extendía a lo largo de la mitad de Asia Menor, estos datos resultan excesivamente magros para poder conocer con certeza quiénes eran los destinatarios de la obra en cuestión. Ciertamente Pablo se dirige a un grupo concreto, posiblemente muy numeroso, pero no aclara si éste aparece compuesto por los gálatas étnicos (la parte norte de la provincia) o por los gálatas administrativos (la parte sur de la provincia), que no eran sino un conglomerado de pisidios, frigios, licaonios, judíos y griegos. No parece que la carta vaya dirigida a los dos grupos a la vez y tampoco es verosímil la existencia de un tercer grupo gálata.

En favor de la identificación de los destinatarios con habitantes de la parte norte de Galacia están los siguientes argumentos: el testimonio universal de la Iglesia primitiva; la mención de los gálatas por Pablo (algo que, en un sentido exacto, sólo eran la gente de la zona norte); las características personales de los destinatarios que presuntamente encontrarían cierta similitud con los celtas; las referencias a una evangelización que presuntamente no coincidiría con la del sur descrita en Hch. 14; la lectura de Hechos que requeriría un viaje misionero por la zona norte al menos en una o dos ocasiones; la identificación en la carta de los gálatas con gentiles cuando en el sur había numerosos judíos y, finalmente, el hecho de que los problemas eclesiales referidos en la carta parecen ser nuevos siendo así que de encontrarse los destinatarios en el sur —con una amplia presencia judía— hubieran surgido desde el principio de las comunidades.

La aparente solidez de la teoría del norte de Galacia ha provocado su aceptación prácticamente universal hasta hace apenas unas décadas. Las razones que obligan a cuestionarla son, sin embargo, muy sólidas. En primer lugar, no tenemos noticia alguna de iglesias en la zona norte hasta un período relativamente tardío e incluso entonces su importancia es mínima. Por el contrario, sí sabemos de iglesias en el sur de cierta relevancia, comunidades por otro lado a las que se refiere el mismo libro de los Hechos silenciando la presunta existencia de las del norte. Además, el mismo relato de los Hechos menciona a Bernabé en el sur —circunstancia ésta conocida por los destinatarios de la carta—, lo que resultaría imposible si pertenecieran a la zona norte porque en ella no estuvo este último.

 

En segundo lugar, el calificativo de «gálatas» aplicado a los pobladores del sur de Galacia no resulta en absoluto impropio. De hecho, es difícil imaginar otro que pudiera resultar común al abigarrado colectivo étnico que habitaba la zona. Añádase a esto el que Pablo suele utilizar el nombre administrativo de la región a la que se dirige y no tanto el técnico desde un punto de vista histórico o racial (1 Cor. 16, 19). Tampoco tiene nada de particular el hecho de que los judaizantes hubieran seguido a Pablo al sur de Galacia dado el número de prosélitos logrados por el apóstol. Parece más difícil imaginar que se hubieran embarcado en una persecución a lo largo de la llanura norte de la provincia. Añádase a esto que la lista de Hechos 20, 4 donde se nos habla de los delegados gentiles que acompañan a Pablo llevando la colecta para la iglesia de Jerusalén cuenta al menos con un nombre de la región sur (posiblemente dos), pero no se menciona ninguno de la zona norte, y eso aunque sabemos por 1 Cor. 16, 1-4 que Pablo había recogido el dinero precisamente del área gálata en que había desarrollado su misión. Finalmente, no parece encajar con la estrategia paulina el establecer comunidades en una zona no especialmente poblada ni urbana, despreciando otra parte de la provincia que gozaba precisamente de estas cualidades.

En términos generales, podemos señalar que aunque no sabemos con exactitud quiénes eran los destinatarios de la carta, lo cierto es que los datos parecen inclinarse más hacia identificarlos con cristianos de origen mayoritariamente gentil establecidos en la zona sur de la provincia. Eso explicaría además el hecho de que pudieran sentirse atraídos por la idea de aceptar la Torah tras su conversión a Cristo y que, por ello, fueran presa fácil de misioneros judaizantes.

De aceptar la teoría de la región norte, la datación de esta carta depende de la relación que le demos con las dos epístolas a los Corintios y la dirigida a los Romanos, puesto que Hch. 18, 23 (y no 16, 6) sería la primera ocasión en que Pablo pudo visitar la zona. Si al igual que Lightfoot, situamos Gálatas entre las cartas a los Corintios y la de los Romanos, lo más probable es que Pablo la escribiera desde Corinto, a punto de concluir el tercer viaje misionero. Si por el contrario la consideramos anterior a las dos de Corintios y a Romanos habría que considerarla escrita en el período que Pablo pasó en Éfeso.

 

De aceptar la tesis de la región sur —que nos parece con mucho la más verosímil—, la redacción de la carta podría retrotraerse considerablemente, ya que el área sur fue ya evangelizada al final del primer viaje misionero (Hch. 14). Aceptando la posibilidad de dos visitas, la segunda (Hch. 16, 1) habría tenido lugar a inicios del segundo viaje misionero. Dado que no vuelve a tenerse noticia de otra incursión evangelizadora en esta área, lo más probable, a nuestro juicio, es que la carta se escribiera poco antes de la celebración del concilio de Jerusalén, en tomo al año 48 d. J.C. Sobre este tema, no obstante, volveremos en la segunda parte de este estudio.

La carta a los Gálatas constituye un documento privilegiado dentro de las fuentes para el estudio del judeo-cristianismo. Aunque sus referencias al mismo son indirectas (en realidad, aborda un problema pastoral situado fuera del territorio de Israel), lo cierto es que nos permite ver, aunque brevemente, el esquema de gobierno de la Iglesia de Jerusalén, su proyección hacia el exterior de Israel, la tensión ocasionada por el contacto con el mundo gentil y las fricciones que esto ocasionaba en la misión paulina en el Mediterráneo; a lo anterior habría que añadir el hecho de que la carta permite contemplar cuáles eran las verdaderas relaciones entre las iglesias cristianas con la comunidad de Jerusalén. Todos estos temas los abordaremos en la segunda parte.

Finalmente, hay que añadir que la epístola es indudablemente auténtica (por muy subjetivas y personales que puedan resultar sus apreciaciones), recoge la opinión de uno de los principales protagonistas de la controversia y es relativamente fácil de datar. Sin haber podido acceder a los datos que proporciona, el retrato que poseemos del judeo-cristianismo y su expansión ulterior, con todo lo que esto implicó, hubiera quedado sensiblemente mermado.

 

CONTINUARÁ

 

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