Viernes, 19 de Abril de 2024

Fuentes patrísticas (II): Eusebio de Cesarea

Domingo, 28 de Agosto de 2016

LOS PRIMEROS CRISTIANOS: LAS FUENTES ESCRITAS (XII): FUENTES CRISTIANAS (X): Fuentes patrísticas (II): Eusebio de Cesarea

Eusebio de Pánfilo[1], obispo de Cesarea, en Palestina, ha sido denominado con justicia como «padre de la historia eclesiástica».[1]Si exceptuamos al autor del libro de los Hechos, puede decirse que, para lo bueno y para lo malo, el apelativo es cierto. Al parecer Cesarea no fue sólo el lugar de su formación intelectual y su actividad literaria y episcopal, sino también el de su nacimiento hacia el 263 d. J.C. La ciudad había adquirido una relevancia notable desde que Orígenes fundó allí su escuela, cuya biblioteca amplió el presbítero Pánfilo.[1] A este Pánfilo debía Eusebio su formación científica, así como la admiración por Orígenes. Como muestra de gratitud hacia su mentor se hizo llamar Eusebio de Pánfilo y escribió una biografía del mismo, tras su muerte como mártir el 6 de febrero del 310.

Al parecer Eusebio fue elevado a la sede episcopal de Cesarea en el 313, y se vio envuelto casi de inmediato en la controversia amana. Escribió varias epístolas en favor de Arrio e influyó enormemente en el sínodo de Cesarea que declaró ortodoxa la profesión de fe de Arrio. En el 325, un sínodo antioqueno le excomulgó por rechazar una fórmula que iba dirigida contra el arrianismo. En el concilio de Nicea[1] Eusebio mantuvo una postura conciliadora tendente a reconocer la divinidad de Cristo en términos bíblicos y rechazó la tesis atanasiana del «homoousios» por creer que derivaría hacia el sabelianismo. Finalmente firmó el símbolo conciliar sin convicción interna y, muy posiblemente, por no contrariar al emperador Constantino. Poco duró aquella sumisión nicena porque se alió en breve con Eusebio de Nicomedia y desempeñó un papel muy relevante en el sínodo de Antioquía del 330,[1] que depuso al obispo Eustacio, y en el de Tiro del 335, que excomulgó a Atanasio. Contra Marcelo de Ancira redactó dos tratados, lo que provocó, al menos en parte, que un año después perdiera su sede episcopal.

Sus relaciones con Constantino resultaron considerablemente estrechas. Al cumplirse los aniversarios vigésimo y trigésimo de su ascenso al poder, Eusebio fue el encargado[1] de pronunciar los panegíricos. La eulogia funeraria del emperador fue también obra de este obispo. No puede decirse que todo fuera positivo en aquella amistad. Por un lado, Eusebio pudo muy bien influir en las medidas tomadas por el emperador contra los obispos ortodoxos; por otro, realizó un retrato del mismo que pesó enormemente en los historiadores posteriores, pero que, seguramente, no dejó de ser tendencioso e interesado; finalmente, abrió camino a concepciones acerca de la relación entre el poder civil y la Iglesia cuyas consecuencias difícilmente pueden juzgarse como positivas.

Con la excepción de Orígenes, posiblemente sea Eusebio el Padre griego más sobresaliente en lo que a erudición se refiere. Trabajador incansable, siguió escribiendo hasta edad muy avanzada. En sus obras se recogen con profusión referencias a obras cristianas y paganas cuyos únicos restos se han conservado gracias a él. Posiblemente sean estas circunstancias las que explican que sus escritos hayan llegado a nosotros pese a ser un simpatizante del arrianismo.

De entre ellos, sólo nos interesa para el presente estudio su labor histórica. Sabemos al menos de la existencia de tres obras de este tipo, la Crónica, la Historia eclesiástica y los Mártires de Palestina (ésta perdida), pero para nuestra área de interés sólo resulta de utilidad la segunda. En su forma actual, la Historia eclesiástica comprende diez libros que van desde la fundación de la Iglesia hasta la derrota de Licinio (324). Propiamente, la obra, pese a lo que pueda indicar el título, no es una historia de la Iglesia. Como el mismo autor indica en la introducción, en primer lugar busca consignar «las sucesiones de los santos» y luego señalar aspectos relevantes como pueden ser los maestros cristianos, la aparición de las herejías, el destino de los judíos, las persecuciones imperiales y los mártires. Resulta, pues, clara la intención apologética del autor y, sobre todo, su visión de la Iglesia que si bien en buena medida se va a imponer[1] (de hecho, tiene claros antecedentes) es dudoso que pueda engarzarse con el cristianismo primitivo.

Parece indudable que Eusebio reformó en varias ocasiones la obra pasando por diferentes ediciones. E. Schwartz[1] señaló hasta cuatro (312, 315, 317 y 325). H. J. Lawlor[1] apuntó una fecha anterior para la aparición de la obra y, efectivamente, puede ser posible que los primeros siete libros fueran publicados antes de la persecución de Diocleciano en el 303. El texto gozó de un enorme predicamento y además disponemos de tres traducciones. La más temprana es la siríaca del siglo IV, mucho mejor que la latina de Rufino[1] (403 d. J.C.). Esta última, que también ha sido atribuida a Gelasio,[1]interpreta equivocadamente el original en varias ocasiones a la vez que en otras parafrasea en lugar de traducir. No obstante, tiene la ventaja de continuar la Historia hasta la muerte de Teodosio el Grande (395), lo que prolonga la obra otros setenta años. En Occidente, la Historia eclesiástica se conocería precisamente a través de esta traducción.

Sin caer en el maximalismo de W. Bauer,[1] no cabe duda de que la Historia eclesiástica es una obra que debe ser leída con un especial cuidado. Ciertamente Eusebio dispuso de una riqueza de fuentes que nosotros no tenemos, pero la lectura (y aún más la selección) de las mismas iba orientada hacia unos fines concretos que, presumiblemente, desvirtuaron en buena medida los datos que nos ofrece. A título de ejemplo digamos que Eusebio da por correcto el arquitrabado eclesial de su época y que, muy posiblemente, lo proyecta hacia el pasado, con lo que cuestiones importantes relativas al judeo-cristianismo en el Israel del siglo I quedan oscurecidas. Más aprovechable nos parece la información que proporciona sobre sucesos relacionados con el judeo-cristianismo, sobre todo en la medida que cita la fuente (Hegesipo, Epifanio, etc.). En varios casos, Eusebio es la única vía de acceso que tenemos.

Para el lector que crea que, por ejemplo, la iglesia católica es igual desde hace veinte siglos, la lectura de Eusebio puede resultar frustrante. Eusebio creía en un sistema episcopal, pero no papal o romano. Roma, si acaso, era una de las sedes. Aún más llamativo es que Eusebio se refiriera a los sobrinos de Jesús y de datos sobre ellos. El cristianismo ya había cambiado no poco a inicios del siglo IV y aún cambiaría más a partir de entonces, pero no cabe duda de que estaba más cerca del siglo I que de los desarrollos de la Edad Media. Precisamente por eso, su área de interés nos permite acceder a datos muy aislados aunque no desprovistos de valor. Teniendo presentes estos condicionantes, su Historia eclesiástica puede ser utilizada como una fuente de valor.

 

CONTINUARÁ

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