Viernes, 26 de Abril de 2024

Los chicos de la banda

Miércoles, 7 de Junio de 2017

El Régimen de Franco estaba dando las postreras boqueadas y, tras las últimas ejecuciones, en lugar de la habitual pasividad de Europa, España sufrió una reedición del bloqueo de los años cuarenta. En el ensañamiento destacó México cuyo presidente era responsable directo de la muerte de numerosos estudiantes en el curso de una manifestación, pero, a la vez, se sentía legitimado para cuestionar la condena a muerte de algunos terroristas. El Régimen actuó de la misma manera que, tras la segunda guerra mundial, es decir, culpando de todo a comunistas, judíos y masones y organizando una macromanifestación de adhesión a Franco. En una de las pancartas podía leerse: “México, Francia y Holanda son los chicos de la banda”.

Estaba yo pasando entonces de la infancia a la adolescencia y no capté el significado de la frase hasta que alguien en casa me aclaró que Los chicos de la bandaera un drama sobre homosexuales que se representaba a la sazón en un teatro de Madrid. ¿He dicho un drama? Debería decir EL drama. La obra de Mart Crowley tomaba como pretexto la fiesta de cumpleaños que preparan algunos homosexuales a un amigo para exponer con una honradez envidiable el mundo de la homosexualidad masculina. La loca, el chapero, el ocultón – permítaseme utilizar términos fácilmente identificables - incluso el católico que sufre enormemente la contradicción entre su fe y sus prácticas sexuales aparecían recogidos en aquella obra de una manera incomparable en la que se alternaban la ternura, la compasión, el humor y el dolor. He leído y releído Los chicos de la banda en español y en inglés y no tengo la menor duda de que Crowley supo reflejar una homosexualidad nada gay – es decir, alegre – pero sí rezumante de comprensión y veracidad. Quizá por eso es una de las dos o tres grandes obras sobre el tema, quizá por eso causó el impacto tan descomunal que produjo en España, pero también en el resto del mundo y me temo que, con seguridad, ésa es la razón por la que nadie se ha atrevido a reestrenarla en una España donde el lobby gay se ha convertido en una temible inquisición. A decir verdad, después de esos dislates totalitarios que ya están en vigor en la mayoría de las Comunidades Autónomas y que han permitido incluso que en la Comunidad de Madrid se haya privado de su empleo a una docente íntegra y competente, el empresario teatral tendría que ser de la estirpe del Capitán Trueno para atreverse a dar ese paso. Años después, Crowley escribió una segunda parte donde mostraba lo que había sido de aquellos “chicos”. Como era de esperar, el lobby gay en Estados Unidos la estigmatizó, pero semejante condena no impidió que los homosexuales acudieron a verla en masa, se rieran y, sobre todo, reconocieran que el retrato que aparecía en las tablas los mostraba como pocas obras de ficción, es decir, como había pasado años antes con Los chicos de la banda.

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