Viernes, 29 de Marzo de 2024

El dios de la lluvia llora sobre México

Miércoles, 14 de Junio de 2017

No debía yo de tener más de una docena de años. De manera inesperada, en un cumpleaños, me encontré con la extraordinaria suma de doscientas pesetas, es decir, menos de euro y medio.

Inmediatamente, me catapulté a una librería y compré el Juicio universal de Papini y El dios de la lluvia llora sobre México de Lazlo Passuth. Como ambas obras iban en dos tomos de la extinta colección Reno y cada uno costaba diez duros, el minúsculo capital apenas duró en mis manos unas horas. De Papini hablaré otro día porque ocupó horas y horas de mi paso de la infancia a la adolescencia y me causó una fascinación que luego han conseguido poquísimos autores. De Passuth, permítaseme que hable hoy. No había yo pasado en mis viajes infantiles – los reales, claro – más allá de la provincia de Madrid, pero Passuth me transportó con una maestría singular a Castilla la Vieja y de allí al continente americano en busca de un reino que conquistar. El dios de la lluvia… narraba de manera extraordinariamente sugestiva la hazaña de Hernán Cortés, pero se guardaba muy mucho de perderse en la ciega hagiografía del conquistador o en el estúpido indigenismo. Por ahí andan los que han despiezado Bolivia en supuestas nacionalidades indias y los que con insistencia digna de mejor causa se empeñan en decir que la llegada de los españoles a América superó en bondades a Santa Claus. La realidad es que en América se produjo un choque brutal de culturas en el que tanto los llegados como los ya afincados reunían luces y sombras. Basta con leer las fuentes – es decir, con hacer lo que no suelen hacer los apologistas o detractores – para ver lo que pasó. Cortés pretendía – y seguramente no era un cínico – respetar el derecho internacional de la época recitando en latín fórmulas obligadas antes de proceder al ataque y sometimiento de los indígenas y los aztecas habían levantado una cultura que aún nos sobrecoge por su grandeza. Sin embargo, al mismo tiempo, Cortés estaba decidido a someter lo que encontrara a su paso y Moctezuma era un neurótico que mantenía oprimidos a diversos pueblos indígenas que, ingenuamente, no dudaron en sumarse a los españoles antes que en seguir sometidos a los dictados del rey azteca.

Todo aquello – insisto, con enorme pulcritud y mayor interés – lo narraba Passuth dejando de manifiesto a la vez lo grandioso y lo ruin de ambas visiones. Durante días, surqué al lado de Cortés una geografía hostil, estuve cercado en la capital azteca, huí a la desesperada durante la Noche triste, participé en la victoria de Otumba e incluso creo que me enamoré fugazmente de Malinche. Ya en la adolescencia, comenzaría a leer a los historiadores de Indias con verdadero placer siquiera para saber de qué hablaba cuando me refería a Hispanoamérica, pero el mérito de haberme iniciado en tan sabrosos textos estaba en un centro-europeo que me había mostrado el llanto del dios de la lluvia sobre México.

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