Viernes, 29 de Marzo de 2024

De Españolas en París a La Lola dicen que no vive sola

Miércoles, 19 de Abril de 2017

Determinados sujetos interesados siguen insistiendo en la persistencia del franquismo en la sociedad española. Que ciertos hábitos culturales del franquismo continúan existiendo a día de hoy incluso en los sectores de la población que se presenta como más antifranquista no admite discusión.

A fin de cuentas son males de siglos derivados de la cultura católica y muy anteriores a Franco. El dogmatismo, la condena del disidente, la actuación sectaria, el control de los medios, el sentimiento de superioridad moral, el desprecio hacia lo que se ignora, la consideración de mentira y hurto – siempre que no nos afecten – como pecados veniales, la visión de la educación como instrumento de adoctrinamiento y un largo etcétera siguen muy vivos en España, pero no por Franco sino porque se viene arrastrando desde la Contrarreforma. Que ahora la inquisición sea gay en lugar de católica y el adoctrinamiento de izquierdas en lugar de papal es casi secundario. El esquema mental, incluso me atrevería a decir que espiritual, es idéntico. Sin embargo, para ver hasta qué punto del franquismo sociológico no persiste prácticamente nada basta con repasar el cine y la televisión de entonces. Hace dos semanas, aprovechando la tarde del domingo, volví a ver películas de los años setenta que, incluso en algún caso, tuvieron bastante repercusión. Pueden encontrarlas en youtube y en ambos casos, merece la pena verlas.

La primera es Españolas en París. En su día, la cinta causó sensación por varias razones. Una de ellas era que se refería a la situación de esos más de dos millones de españoles que habían tenido que irse al extranjero para poder sobrevivir. No eran exiliados políticos, pero sí emigrantes dispuestos a casi todo para poder salir adelante. La práctica totalidad soñaba con volver y, por supuesto, contaba maravillas a parientes y paisanos a pesar de que su vida era, en general, muy dura, por no decir, miserable. Aunque algunos, dicho sea de paso, siguen mirando por encima del hombro a sus compatriotas simplemente porque en una época vivieron en Alemania o Francia, la verdad es que su suerte no era envidiable y tuve ocasión de comprobarlo en no pocos casos. Pero no nos desviemos.

La película se refería a aquellas chicas que se marchaban al extranjero a trabajar como criadas y que lo mismo habían acompañado a un hombre que las había abandonado tras acostarse con ella, que reunían dinero durante años para casarse, que se quedaban embarazadas. Así, la protagonista principal, encarnada por una jovencísima Ana Belén, se enfrentaba con la disyuntiva de abortar o ser madre soltera. No voy a contar lo que decidía – el personaje era real y, de hecho, la película aparece dedicada en los rótulos finales a ella - pero el desarrollo de la trama muestra hasta qué punto la sociedad española ha cambiado y además en profundidad.

Todavía percibí más esa alteración en una comedia de Jaime de Armiñán titulada La Lola dicen que no vive sola. De entrada, la censura cambió el título que, originalmente, afirmaba que lo que La Lola no hacía sola era dormir. Como tantas obras de Armiñán – un guionista, director y escritor más que notable y más que injustamente olvidado y desconocido aunque, de vez en cuando, le den algún reconocimiento – junto con una problemática real presentaba una carga de compasión, de ternura y de bondad más que dignas y apreciables. Sus películas fueron no pocas veces pequeñas obras maestras aunque no hay quien las encuentre más allá de Mi querida señorita – un tratamiento sobre la transexualidad que hoy sería imposible precisamente por su delicadeza – o El nido. Dar con El amor del capitán Brando o con series suyas como Las doce caras de Juan o incluso Juncal es imposible y es una pena.

La historia de la Lola – interpretada por una maravillosa Serena Vergano a la que imagino doblada – no sólo refleja toda una visión del amor y de las relaciones entre hombre y mujer que merece la pena contemplar sino también la modelación de una alternativa que me parece tierna, delicada y bella. La película – comedia a fin de cuentas – provoca sonrisas continuas, pero, por encima de todo, tiene un buen fondo e incluso un dulce romanticismo. No voy a relatarla, pero ya adelanto que no se podría rodar en la actualidad fundamentalmente porque resultaría inverosímil. Quizá lo sea, pero en aquella época – recuerdo cuando la vi en el cine San Diego, un cine de barrio por primera vez – resultaba creíble. Por supuesto, hoy no. Totalmente inverosímil sería en estos tiempos que corren.

Basta ver ambas películas para darse cuenta de que del franquismo no queda prácticamente nada salvo algunos nostálgicos – algunos incluso post-nostálgicos - y lo que ya estaba dentro de los españoles antes de que el general llegara al poder. Da que pensar sobre todo si se tiene en cuenta la insistencia de algunos en recordar el franquismo y sus crímenes y en olvidar los crímenes – mucho más cercanos – de la organización terrorista ETA. Por ejemplo…

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