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¡¡Arriba Hazaña!!!

Miércoles, 18 de Noviembre de 2020

Hay películas que van más allá de lo que parece a primera vista y que merece la pena volverlas a ver con el paso de los años.  Ese es el caso de una de las películas, a mi juicio, más agudas del período de la Transición.  Debo decir que en esa época, se realizaron películas españolas muy inteligentes, pero sobre muchas de ellas se ha corrido un espeso velo quizá porque ya anunciaban lo que íbamos a terminar experimentando.  ¡¡¡Arriba Hazaña!!! se inspiraba en una novela titulada El infierno y la brisa y escrita por José María Vaz de Soto.  No me atrevería a decir que es la mejor obra de Vaz de Soto, pero sí puedo afirmar – la he leído dos veces – que es una novela enormemente interesante.  El texto se detenía en la experiencia de varios muchachos internados en un colegio católico y acababa desembocando en un profundo pesimismo en relación con la existencia humana muy relacionado con la filosofía de Schopenhauer.  Novela, en cierta medida, iniciática encajaba en la línea desconsolada y finisvitalista del autor.  La adaptación que se convirtió en Arriba Hazaña ya era muy diferente.  Hay episodios, incluso diálogos, que estaban tomados directamente de la novela, pero la finalidad y el desarrollo eran muy diferentes.

Para la mayoría, no pasó de ser una comedia entretenida en que se describía cómo los internos de un colegio se iban rebelando de manera creciente contra el gobierno – en realidad, más tonto y ciego que estricto – de los religiosos que gobernaban el internado.  Sin embargo – y fue algo que yo capté a la perfección la primera vez que vi la película – en aquel relato aparecía apenas encubierta toda una parábola de la Transición.  Aquel colegio religioso recordaba no poco al régimen de Franco donde se alternaban sujetos de mentalidad mostrenca y autoritaria – el sacerdote encarnado por Fernando Fernán Gómez – y los que pretendían ser más aperturistas, pero que acababan dando una sensación de resquebrajamiento del régimen como es el caso del director interpretado por Héctor Alterio.  Frente a ese régimen anacrónico, las muestras de desagrado habían ido creciendo y, en un momento determinado, los que verdaderamente se opusieron a él pudieron soñar con cambiar todo, quizá de manera utópica e irreal, pero lo soñaron.  Incluso en las paredes del colegio aparecen pintadas aclamando a Azaña, un político odiado por los religiosos, y cuyo nombre, en su ignorancia, los alumnos escriben Hazaña.  Sin embargo, ese cambio no tuvo lugar.  Los viejos carcamales del régimen fueron, lógicamente, desplazados por una generación nueva – la que se denominó generación del rey – que logró cambiar todo para que todo siguiera igual.  En los últimos minutos de Arriba Hazaña, vemos a un nuevo director – José Sacristán con un corte de pelo muy a lo Adolfo Suárez – que consigue hacer las suficientes concesiones – incluidas las votaciones de delegados – para que todo siga exactamente igual.  Los que mandan siguen siendo los mismos aunque los más añosos desaparezcan.  Por el contrario, aquellos que habían protagonizado la oposición se ven aislados y abandonados.  Todo sigue en manos de los mismos aunque pueda parecer todo lo contrario.

Como decía, toda esa trama me pareció evidente cuando vi la película en un cine de barrio de los que había varios en el Puente de Vallecas.  Sin embargo, mi padre, por ejemplo, no lo captó y cuando le comenté lo que había captado, me miró con la cara aquella de “qué cosas más absurdas dice mi hijo” o algo peor.  Con el paso del tiempo, he sabido que lo que yo capté en la pantalla también lo vieron varios críticos y precisamente por ello, vapulearon la película.  Simplemente, era intolerable que se pudiera poner en solfa la Transición – ¡¡que se pudiera prever en qué acabaría todo!! – nada menos que en 1977.  He vuelto a contemplar la película varias veces, la última este fin de semana.  Me sigue pareciendo una cinta magnífica.  De hecho, para mi roza casi la pequeña perfección en todos los aspectos.  Quizá por eso la han precipitado en el olvido… porque arroja luz sobre tantas cosas.   Merece la pena que la vean.