Viernes, 29 de Marzo de 2024

La Reforma indispensable (LII): En que acertó Lutero (V): Sola gratia (IV)

Domingo, 26 de Abril de 2015
​Fue el propio Pablo el que lo señaló de manera indiscutible en su carta a los Romanos capítulo 11 versículo 6: “Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra”.

Lo que Pablo señala es tan de sentido común que no se discutiría de no ser por un trágico desarrollo histórico de siglos cuyas malvadas razones abordaré siquiera en parte en esta entrega. La salvación, dice Pablo, no puede ser a la vez por gracia y por obras – como pretende, por ejemplo, la iglesia católica – y no puede ser así porque esa afirmación va contra la razón más elemental. O es por gracia y entonces no es por obras o es por obras y entonces ya no es por gracia. Dado que la palabra gratis viene etimológicamente en español de la misma raíz que gracia, lo afirmado por Pablo es aún más fácil de entender. Si te dan algo gratis no lo pagas y si lo pagas es que no es gratis. Por lo tanto, lo que la iglesia de Roma ha afirmado durante siglos no pasa de ser una estafa espiritual de gravísimas consecuencias. Sin embargo, no es original en esa terrible estafa. Pablo ya tuvo que combatir con semejante herejía en el siglo I y uno de los frutos de ese enfrentamiento se encuentra en su primer escrito, la carta a los Gálatas. Vamos a detenernos en ella un poco.

El escrito que conocemos como carta o epístola a los gálatas es considerablemente breve. Dividido modernamente en seis capítulos, en su conjunto se extiende a lo largo de cinco o seis páginas en cualquier edición de la Biblia. Aunque el texto original griego permite imaginar a un hombre presa del celo espiritual más encendido y que casi recorre a zancadas una habitación mientras dicta la carta, lo cierto es que la lógica y la contundencia que respira la misma siguen resultando de una claridad y una fuerza realmente impresionantes.

Pablo comienza señalando que está absolutamente sorprendido de que los gálatas a los que él convirtió a Jesús se hayan apartado de aquella predicación y al indicarlo señala uno de los principios fundamentales del cristianismo, el de que ninguna revelación espiritual puede ir en contra del mensaje del Evangelio y si se da esa circunstancia debe ser rechazada :

 

“Estoy atónito de que os hayáis apartado tan pronto del que os llamó por la gracia del mesías, para seguir un evangelio diferente. No es que haya otro, sino que hay algunos que os confunden y desean pervertir el evangelio del mesías. Pero que sea anatema cualquiera que llegue a anunciaron otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, aunque el que lo haga sea incluso uno de nosotros o un ángel del cielo” (1, 6-8)

 

Pablo no puede ser más directo. Cualquiera que pretende sustituir el evangelio de la justificación por la fe sin las obras incluso aunque apele a una aparición angélica es un verdadero anatema y lo es, de entada, porque está cargando contra el mensaje de salvación por sola gracia.

Tras señalar esta cuestión central, Pablo indica en la carta cuál ha sido su trayectoria. Para empezar, desea dejar claro que su labor no arranca de la legitimidad que deriva del nombramiento emanado de una institución formada por hombres, sino del propio Jesús (1, 12). A diferencia de sus adversarios que habían intentado imponer sus puntos de vista apelando alguna autoridad humana – la de Santiago seguramente - Pablo señalaba que él debía sólo a Jesús precisamente el haber pasado de ser un antiguo perseguidor del cristianismo (1, 13-4) a cristiano. No es que con esta afirmación deseara distanciarse de los otros apóstoles o descalificarlos, pero sí quería dejar de manifiesto que, en primer lugar, no existía una jerarquía que pudiera imponer sus opiniones sobre las de él, segundo, que lo que él predicaba no se contradecía con lo que aquellos anunciaban y tercero, que la guía de los creyentes no podía ser nunca la de uno o varios hombres sino sólo el Evangelio.

La manera en que Pablo desarrolla estos aspectos en los dos primeros capítulos de la carta es ciertamente brillante. Para empezar, señala que aunque había tenido la posibilidad de visitar Jerusalén dos veces después de su conversión y charlar con Pedro, Juan y Santiago, en ningún momento descalificaron lo que él enseñaba. No sólo eso. Habían compartido su postura de no obligar a los gentiles a convertirse en judíos sólo porque habían creído en Jesús. De hecho, Tito, uno de sus colaboradores más cercanos “con todo y siendo griego” (2, 3), no había sido obligado a someterse a la circuncisión pese a las presiones que en este sentido habían realizado algunos judeo-cristianos y tanto él como Bernabé habían sido reconocidos por los apóstoles como las personas que debían encargarse de transmitir el Evangelio a los gentiles (2, 9-10).

Pese a todo, Pablo - y en esto demuestra una honradez no tan común en personas relacionadas con la religión - reconoce que aquel proceso de no someter al judaísmo a los cristianos de origen gentil se había visto sometido a ataques en medio de los que no todos habían sabido mantenerse a la altura de las circunstancias. A este respeto, el comportamiento del apóstol Pedro constituía un verdadero ejemplo de cómo no debían hacerse las cosas. El choque entre él y Pablo se había producido precisamente en Antioquía.

Inicialmente, Pedro había aceptado sin ningún problema, en régimen de completa igualdad, a los cristianos de origen gentil e incluso había comido con ellos a pesar de que no guardaban los preceptos de la ley de Moisés relativos a los alimentos puros e impuros (2, 11-12). Al comportarse de esa manera, Pedro seguía fundamentalmente las conclusiones a las que había llegado cuando se produjo la conversión del centurión Cornelio y mantenía coherentemente el principio que consistía en afirmar que la salvación derivaba de la fe en el mesías y no de cumplir la ley mosaica, principio defendido también por Bernabé y Pablo. Sin embargo, se produjo entonces una circunstancia que alteró sustancialmente el panorama :

 

pero después que vinieron [1], dio marcha atrás (Pedro) y se apartó, porque tenía temor de los de la circuncisión. Y en su simulación participaron también los demás judíos, de manera que incluso Bernabé se vio arrastrado por su hipocresía” (2, 12-13)

 

En otras palabras, Pedro - que había sido un verdadero precursor de la entrada de los no-judíos en el seno del cristianismo - había cedido en un momento determinado a las presiones de algunos judeo-cristianos y había abandonado la práctica de comer con los hermanos gentiles. Aquella conducta - que Pablo califica de hipócrita - había tenido nefastas consecuencias de las cuales no era la menor el hecho de que otros decidieran actuar también así pese a que les constaba que tal conducta era inaceptable. La reacción de Pablo ante ese comportamiento que vulneraba los principios más elementales del Evangelio había sido fulminante :

 

 

“... cuando vi que no caminaban correctamente de acuerdo con la verdad del evangelio dije a Pedro delante de todos : ¿porqué obligas a los gentiles a judaizar cuando tu, pese a ser judío, vives como los gentiles y no como un judío ? Nosotros, que hemos nacido judíos, y no somos pecadores gentiles, sabemos que el hombre no es justificado por las obras de la ley sino por la fe en Jesús el mesías y hemos creido asimismo en Jesús el mesías a fin de ser justificados por la fe en el mesías y no por las obras de la ley ya que por las obras de la ley nadie será justificado” (2, 14-16)

 

Con un valor que hoy resultaría difícil de concebir en situaciones equivalentes, Pablo había reprendido públicamente a Pedro - ¿cuántos católicos se atreverían a hacer algo semejante con un papa a pesar de que, por ejemplo, han mantenido en funcionamiento una banca donde blanqueaba dinero la mafia o han protegido a depredadores sexuales de la acción de la justicia? - acusándolo de actuar con hipocresía y contribuir con ello a desvirtuar el mensaje del Evangelio. Para él, era obvio que la justificación no procedía de cumplir las obras de la ley sino, por el contrario, de creer en Jesús el mesías. Precisamente por ello, el someter a los gentiles a un comportamiento propio de judíos no sólo era un sinsentido sino que contribuiría a que éstos creyeran que su salvación podía derivar de su sumisión a la ley y no de la obra realizada por Jesús.

Algunas personas manifiestan su perplejidad ante el hecho de que la salvación pueda derivar de la fe. Semejante estupor arranca de identificar a la fe con una especie de obra y de considerarla, por lo tanto, escasa para adquirir la salvación. Semejante punto de vista – como tendremos ocasión de ver – parte de no comprender en absoluto el mensaje de salvación expuesto no sólo por Pablo sino, en general, por todos los apóstoles. Porque el tema en si no es si se puede adquirir la salvación aportando obras o aportando fe, o una suma de ambas. La cuestión de fondo es si la salvación es fruto del mérito humano o, por el contrario, un regalo que inmerecidamente Dios ofrece al ser humano. Si el primer supuesto es el correcto, no cabe duda de que la salvación se obtiene por obras, pero si, por el contrario, la salvación es un don inmerecido, lo único que puede hacer el hombre es aceptarlo mediante la fe o rechazarlo. Para Pablo – que no creía en la salvación por obras, sino por la gracia a través de la fe - este aspecto resultaba tan esencial que no dudó en formular una afirmación, clara, tajante y trascendental, la consistente en señalar que si alguien pudiera obtener la salvación por obras no hubiera hecho falta que Jesús hubiera muerto en la cruz :

 

 

“... lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mi. No rechazo la gracia de Dios ya que si fuese posible obtener la justicia mediante la ley, entonces el mesías habría muerto innecesariamente” (2, 20-21)

 

La afirmación de Pablo resultaba tajante (la salvación se recibe por la fe en el mesías y no por las obras) y no sólo había sido aceptada previamente por los personajes más relevantes del cristianismo primitivo sino que incluso podía retrotraerse a las enseñanzas de Jesús. Con todo, obligaba a plantearse algunas cuestiones de no escasa importancia. En primer lugar, si era tan obvio que la salvación derivaba sólo de la gracia de Dios y no de las obras ¿por qué no existían precedentes de esta enseñanza en el Antiguo Testamento? ¿No sería más bien que Jesús, sus discípulos más cercanos y el propio Pablo estaban rompiendo con el mensaje veterotestamentario ? Segundo, si ciertamente la salvación era por la fe y no por las obras ¿cuál era la razón de que Dios hubiera dado la ley a Israel y, sobre todo, cuál era el papel que tenía en esos momentos la ley ? Tercero y último, ¿aquella negación de la salvación por obras no tendría como efecto directo el de empujar a los recién convertidos - que procedían de un contexto pagano - a una forma de vida similar a la inmoral de la que venían ?

A la primera cuestión Pablo respondió basándose en las propias palabras del Antiguo Testamento y, más concretamente, de su primer libro, el del Génesis. En éste se relata (Génesis 15, 6) como Abraham, el antepasado del pueblo judío, fue justificado ante Dios pero no por obras o por cumplir la ley mosaica (que es varios siglos posterior) sino por creer. Como indica Génesis : “Abraham creyó en Dios y le fue contado por justicia”. Esto tiene una enorme importancia no sólo por la especial relación de Abraham con los judíos sino también porque cuando Dios lo justificó por la fe ni siquiera estaba circuncidado. En otras palabras, una persona puede salvarse por creer sin estar circuncidado ni seguir la ley mosaica – como los conversos gálatas de Pablo - y el ejemplo más obvio de ello era el propio Abraham, el padre de los judíos. Por añadidura, Dios había prometido bendecir a los gentiles no mediante la ley mosaica sino a través de la descendencia de Abraham, en otras palabras, del mesías :

 

“... a Abraham fueron formuladas las promesas y a su descendencia. No dice a sus descendientes, como si se refiriera a muchos, sino a uno : a tu descendencia, que es el mesías. Por lo tanto digo lo siguiente : el pacto previamente ratificado por Dios en relación con el mesías, no lo deroga la ley que fue entregada cuatrocientos treinta años después porque eso significaría invalidar la promesa, ya que si la herencia fuera por la ley, ya no sería por la promesa, y, sin embargo, Dios se la otorgó a Abraham mediante la promesa”” (3, 16)

 

El argumento de Pablo es de una enorme solidez porque muestra que más de cuatro siglos antes de la ley mosaica e incluso antes de imponer la marca de la circuncisión, Dios había justificado a Abraham por la fe y no por las obras y le había prometido bendecirle no a él sólo sino a toda la Humanidad mediante un descendiente suyo. Ahora bien, la pregunta que surge entonces resulta obligada. Si la salvación se puede obtener por creer y no deriva de las obras ¿por qué entregó Dios la ley a Israel ? La respuesta de Pablo resulta, una vez más, de una enorme concisión y, a la vez, contundencia :

 

Entonces ¿para qué sirve la ley ? Fue añadida por causa de las transgresiones hasta que viniese la descendencia a la que se había hecho la promesa… antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, recluidos en espera de aquella fe que tenía que ser revelada de tal manera que la ley ha sido nuestro ayo para llevarnos hasta el mesías, para que fuéramos justificados por la fe, pero llegada la fe, ya no estamos bajo ayo, pues todos sois hijos de Dios por la fe en Jesús el mesías” (3, 19-26)

(La negrita es nuestra)

 

También digo que mientras el heredero es niño no se diferencia en nada de un esclavo aunque sea señor de todo. Por el contrario, se encuentra sometido a tutores y cuidadores hasta que llegue el tiempo señalado por su padre. Lo mismo nos sucedía a nosotros cuando eramos niños : estábamos sometidos a la esclavitud de acuerdo con los rudimentos del mundo. Sin embargo, cuando llegó el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos” (4, 1-5)

 

Para Pablo, resultaba innegable que la ley de Moisés ciertamente era de origen divino y, por supuesto, tenía un papel en los planes salvadores de Dios. Sin embargo, ese papel era cronológicamente limitado extendiéndose desde su entrega en el Sinaí hasta la llegada del mesías. También era limitado su papel en términos espirituales. Fundamentalmente, la ley cumplía una misión, no la de servir de instrumento de salvación, sino la de preparar a las personas para reconocer al mesías. Igual que el esclavo denominado por los griegos paidagogos (ayo) acompañaba a los niños a la escuela pero carecía de papel una vez que éstos llegaban al estado adulto, la ley mosaica servía para mostrar a los hombres que el camino de la salvación no se podía encontrar en las obras sino en la fe en el mesías.

 

De esto además se desprendía otra consecuencia no carente de relevancia. A los ojos de Dios el linaje de Abraham no son aquellos que tienen una relación física o genealógica con este patriarca sino los que han creído en el mesías, su descendencia. En otras palabras, la condición de judío no es física, nacional o racial sino espiritual :

 

Ya no hay judío ni griego ; no hay esclavo ni libre ; no hay varón ni mujer ; porque todos vosotros sois uno en Jesús el mesías y sois del mesías, sois realmente linaje de Abraham y herederos de acuerdo con la promesa” (3, 28-29)

 

Semejantes palabras, sin duda, podían ser interpretadas de manera muy ofensiva por los judíos de la época de Pablo ya que separaban de Israel a un número considerable de judíos y por añadidura concedía tal consideración a gentiles de origen pagano. Con todo, no era, en absoluto, original. De hecho, está claramente contenida en la enseñanza de Jesús y cuenta además con precedentes en los profetas judíos. Fue Juan el Bautista y no Pablo el que señaló que sólo aquellos que se volvían a Dios eran hijos de Abraham y no todos sus descendientes ya que Dios podía levantar hijos de Abraham hasta de las piedras (Lucas 3, 8-9 y par). De la misma manera, Isaías, posiblemente el profeta más importante del Antiguo Testamento, consideró que los judíos contemporáneos que se negaban a volverse a Dios no eran tales judíos sino miembros de Sodoma y Gomorra (Isaías 1, 10). En todos los casos, la perspectiva era palpable : sean cuales sean los condicionamientos nacionales, Israel, el pueblo espiritual de Dios, está formado por los que se comportan como Israel y no por los que pertenecen genéticamente a él.

Hasta aquí el razonamiento de Pablo puede ser calificado de impecable, pero, obviamente, surgía un problema que, en el fondo, resultaba esencial para la vida de la comunidad cristiana. Si los gentiles convertidos no iban a guardar la ley mosaica, ¿qué principios morales debían regir su vida ? La respuesta de Pablo resulta de una enorme importancia al señalar que los cristianos debían vivir no como esclavos sino como hijos de Dios, no de acuerdo a rudimentos legales del pasado sino según el impulso del Espíritu Santo :

 

Ya que sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama : ¡Abba, Padre ! De manera que ya no eres un esclavo, sino un hijo, y puesto que eres un hijo también eres un heredero de Dios por medio del mesías. Ciertamente, en otro tiempo, cuando no conocíais a Dios, servíais a los que por naturaleza no son dioses, pero ahora que conocéis a Dios, o más bien, que Dios os conoce ¿cómo es posible que os volváis a los rudimentos frágiles y pobres ? ¿cómo es posible que deseis volver a convertiros en esclavos ? Guardáis días, meses, tiempos y años. Me temo por vosotros que haya trabajado en vano en medio vuestro” (4, 8-11)

 

Ciertamente, se podía alegar que los judíos - que seguían guardando la ley mosaica - eran los descendientes directos, carnales de Abraham, pero, como ya ha indicado antes Pablo, esa circunstancia es mucho menos importante que la de la promesa de Dios. En realidad, se trataba de una especie de repetición del pasado, cuando Abraham quiso por sus propios medios forzar el cumplimiento de la promesa que Dios le había hecho de darle un hijo y con esa finalidad mantuvo relaciones con la esclava Agar. En aquel entonces Dios insistió en que sus propósitos se cumplirían no por las obras de Abraham - en este caso, tener un hijo de Agar - sino mediante su propia promesa que cristalizó en el hijo que Sara, la esposa de Abraham, le dio. Ahora, buena parte de los judíos pretendía obtener la salvación mediante su esfuerzo como antaño había hecho Abraham juntándose a su esclava. Sin embargo, al igual que en el pasado, el camino no vendría por el propio esfuerzo personal sino por la sumisión a la promesa de Dios. Igual que el hijo de Agar, la esclava, fue rechazado por Dios en favor de Isaac, el hijo de Sara, ahora eran hijos de Abraham no los procedentes de la carne (los judíos) sino los que se apegan a la promesa de Dios (los cristianos fueran judíos o gentiles). Éstos además se deberían caracterizar por una vivencia ética de libertad - pero no de libertinaje - que, por sus propias características, debía superar la normativa de la ley mosaica :

 

 

Por lo tanto, permaneced firmes en la libertad con que el mesías nos liberó y no os sujeteis de nuevo al yugo de la esclavitud… del mesías os desligasteis los que os justificais por la ley, de la gracia habeis caido…” (5, 1)

 

Pablo era claro y contundente: aquellos que pretenden justificarse mediante las obras de la ley han caído de la gracia. Para ellos no existe posibilidad alguna de salvación mientras se mantengan en esa actitud. Y esa situación no se altera porque guarden fiestas religiosas o se entreguen a otro tipo de ritos. Han caído de la gracia.

Por lo que se refiere a los que han sido justificados por la fe no caerán – en contra de lo que dicen ignorante y maliciosamente los que se oponen al mensaje de la salvación por gracia – en la anomía sino que en sus vidas se verán los frutos del Espíritu, precisamente esos frutos que no aparecen en los que pretenden justificarse por las obras porque viven en una esclavitud espiritual creada por el hombre:

Por lo tanto digo : Andad en el Espíritu y no satisfagais los deseos de la carne porque el deseo de la carne es contrario al Espíritu y el del Espíritu es contrario al de la carne… Sin embargo, si sois guiados por el Espíritu no os encontráis bajo la ley. Las obras de la carne son evidentes : adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, disensiones, envidias, iras, contiendas, enfrentamientos, herejías, celos, homicidios, borracheras, orgías y cosas similares a éstas, sobre las que os amonesto, como ya he dicho con anterioridad, que los que las practican no heredarán el reino de Dios. Pero el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, gobierno de uno mismo. Contra estas cosas no existe ley” (5, 16-23)

 

Sin duda, el modelo ético de Pablo era más difícil que el de cumplir la ley en la medida en que implicaba no tanto ceñirse a un código moral como incorporar una serie de principios éticos coronados por el del amor al prójimo. En lugar de fiestas, rituales, liturgias, ceremonias y demás creaciones humanas, Pablo insistía en una vida de gratitud que nacía de haber sido justificado por la fe sin las obras. La obediencia no era una manera de ganar el cielo al estilo mercantilista de las religiones paganas sino la consecuencia de haber sido ya salvos por fe y no por obras. Como años después escribiría a los Efesios:

8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe. 10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2: 8-10).

 

Como ya hemos indicado, las tesis de Pablo - la salvación es por la fe sin las obras de la ley, los cristianos gentiles no están sometidos a esta última, los verdaderos descendientes de Abraham son los de la fe en la promesa y entre ellos no podía existir discriminación por ser gentiles, esclavos o mujeres, y la ética debe fundamentarse no en un código sino en la guía del Espíritu Santo - no eran, en absoluto, originales. De hecho, encontramos precedentes suyos en la enseñanza de Jesús y de los judeo-cristianos e incluso en el Antiguo Testamento. Pero estando todo tan claro por qué había gente que pretendía imponer la tesis de que la justificación no era sólo por la fe sin las obras sino por la fe más las obras. Pablo responde claramente a esa cuestión en Gálatas 4: 17:

“Tienen celo por vosotros, pero no para bien, sino que quieren apartaros de nosotros para que vosotros tengáis celo por ellos”.

En otras palabras, en el fondo, lo que se discutía era una cuestión de poder. Para que los falsos maestros pudieran dominar las congregaciones cristianas, era preciso que negaran no sólo la justificación por la fe sin las obras sino que además impusieran un sistema de salvación por obras. Naturalmente, la interpretación de cuáles serían esas obras quedaba en sus manos proporcionándoles un inmenso poder no sólo espiritual sino, como la Historia demuestra, además económico, social y político. Celosos serían, pero a causa de una clara intención: la de someter a las almas apartándolas del Evangelio bíblico de la justificación por la fe sin obras. Por eso Pablo resulta especialmente contundente en esta carta, porque le causa una profunda indignación el que se ataque el Evangelio de la justificación por la fe sin obras para imponer una doctrina falsa que sólo pretende someter a las gentes a la esclavitud espiritual de falsas enseñanzas y falsos maestros. Pero los cristianos no están llamados a someterse a maestros que niegan el Evangelio de la gracia, el evangelio de la justificación por la fe sin las obras, sino que están llamados a vivir en libertad. Como dice Gálatas 5: 1:

“Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud”.

Por eso el mensaje del Evangelio negado y perseguido durante siglos por la iglesia de Roma y recuperado por la Reforma tuvo un impacto de sublime libertad. El ser humano descubría quién era, pero ese descubrimiento de su naturaleza pecadora incapaz de ganar la salvación por sus medios no lo sumía en la desesperación ni en la angustia – como ha sucedido y sucede con tanta frecuencia en la iglesia de Roma – sino que era sustituido por una alegría indecible al descubrir que Cristo había hecho todo pagando en la cruz por sus pecados y que bastaba aceptar por fe su sacrificio expiatorio para ser justificado. Sólo entonces, cuando ya había sido justificado, cuando ya había recibido la salvación, podía comenzar una nueva vida en la que las obras no eran las cadenas forjadas por unos usurpadores espirituales para mantenerlo en perpetua esclavitud sino muestras de gratitud al Dios que lo había salvado.

Y es que el que afirma que la salvación es por gracia y a la vez por obras, sólo puede ser un necio, un ignorante o un malvado ya que el Evangelio es pura gracia y no compraventa espiritual. Como señaló tajantemente Pablo: “¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne? 2 Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. 3 Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia. 4 Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; 5 mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4: 1-5).

¿Cómo no glorificar a Dios que regala el don más grande - la salvación - y que lo hace mediante el derramamiento de la sangre de Su Hijo en la cruz del calvario?

¿Cómo no sentirse agradecido ante un Dios que no comercia la salvación como las deidades del paganismo cambiando méritos por dicha de ultratumba sino que da todo por gracia y, al hacerlo, nos libera de autoridades espirituales auto-legitimadas que pretenden vender – no pocas veces en el sentido más literal – lo que Dios da de manera gratuita?

¿Cómo no mirar, cuando se comprende el Evangelio de la gracia de Dios, con profundo horror a un sistema que tiene la intención de apoderarse de lo que sólo puede obtenerse por gracia y comerciar con ello?

¿Cómo no dar gracias a Dios porque la Biblia arroja la suficiente luz como para apartarse con gozo indecible de semejante cautiverio espiritual?

Lo cierto es que, en la medida en que regresó al mensaje de la sola gratia contenida en las Escrituras, la Reforma devolvió al pueblo la libertad, la salvación y el Evangelio, pero jamás se jactó de hacerlo por si misma. Sólo una falsa iglesia puede pretender que da la salvación o que es el camino para obtenerla. La salvación se halla sólo en Cristo y éste es otro de los aspectos que la Reforma devolvió a la gente al regresar a la Biblia. Pero de eso hablaremos otro día.

CONTINUARÁ

La Reforma indispensable (LIII): En que acertó Lutero (VI): Solo Christo (I)

 

[1] Los partidarios de que los gentiles guardaran la ley mosaica.

 

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