Jueves, 28 de Marzo de 2024

Jesús, el judío (XI)

Domingo, 16 de Septiembre de 2018
Jesús y sus discípulos arrancaros espigas durante el Shabbat Jesús y sus discípulos arrancaros espigas durante el Shabbat

"¿Qué es más fácil decir…?” (I):  La controversia sobre el shabbat

Durante aquellos primeros meses, la actividad de Jesús fue una curiosa mezcla de predicación gozosa y de enormes expectativas, pero también de creciente oposición.  Para un espectador circunstancial, Jesús no sólo resultaba un predicador que anunciaba la cercanía del ansiado Reino de Dios sino que además confirmaba su autoridad con hechos taumatúrgicos.  Las distintas fuentes nos hablan de numerosos casos de curaciones colectivas, pero se detiene también en descripciones detalladas referidas a la suegra de Pedro (Marcos 1, 29-34; Mateo 8, 14-17; Lucas 4, 38-41), a un leproso (Marcos 1, 40-45; Mateo 8, 2-4; Lucas 5, 12-16) o a un paralítico (Marcos 2, 1-12; Mateo 9, 1-8; Lucas 5, 17-26). 

De manera bien significativa, los contemporáneos de Jesús no cuestionaron el origen sobrenatural de los hechos e incluso el Talmud – a pesar de su posición claramente contraria a Jesús y a sus discípulos – también los acepta como ciertos (Sanh 107b; Sotah 47b).  Desde luego, resulta difícil negar que los relatos contienen la impronta del testigo ocular y, precisamente por ello, suelen provocarnos una especial emoción que nos permite imaginarnos, aunque sea lejanamente, el impacto que Jesús causó en sus contemporáneos.  Aquel predicador procedente de un pueblecito de Galilea no se limitaba a anunciar la cercanía del Reino o a insistir en la necesidad de volverse a Dios.  Además subrayaba la autoridad de sus palabras con un inusitado poder sobre la enfermedad.

Sin embargo, no todos acogieron aquellos hechos con la misma alegría.  No se trataba sólo de que insistiera en que todos debían convertirse; ni tampoco de que afirmara que esa necesidad no era menor en los judíos que en los impíos gentiles.  Además Jesús cuestionaba con sus acciones la interpretación, la halaja, que de la Torah hacían escribas y fariseos.  Los ejemplos son, al respecto, bien significativos.  Jesús comía con publicanos y pecadores violando las interpretaciones que consideraban que la santidad de una mesa quedaba comprometida por la catadura moral de los comensales.  Por añadidura, Jesús no estaba dispuesto a someterse a las normas rigoristas sobre el ayuno impulsadas por escribas y fariseos (Marcos 2, 18-22; Mateo 9, 14-17; Lucas 5, 33-39).  Sin embargo, la controversia más áspera giraría en torno a otro tema. 

Históricamente, resulta más que establecido que Jesús no tenía la menor intención de aceptar la interpretación sobre el shabbat extraordinariamente rigorista que propugnaban los escribas y fariseos.  En ello coinciden tanto las fuentes rabínicas como las cristianas por lo que no existe motivo para dudar de ello.  A decir verdad, este tema se convirtió en verdadero campo de batalla y, una vez más, los datos históricos de que disponemos al respecto tienen toda la impronta del relato que sólo puede proceder de un testigo ocular. 

Jesús no cuestionaba el mandamiento del shabbat, pero, a la vez, no estaba dispuesto a que la interpretación farisaica sobre las normas relativas al shabbat prevalecieran sobre la necesidad de la gente (Marcos 2, 23-28; Mateo 12, 1-8; Lucas 6, 1-5) o sobre el ejercicio de la compasión (Marcos 3, 1-6; Mateo 12, 9-14; Lucas 6, 6-11).  Esa interpretación era escandalosa para otros, pero esencial para él.   No se trataba, sin embargo, de una relativización de la Torah, sino que arrancaba precisamente de su estudio: 

 

Y aconteció que pasando él (Jesús) por los sembrados en shabbat, sus discípulos arrancaban espigas, y, tras restregarlas con las manos, se las comían.  Y algunos de los fariseos les dijeron:  “¿Por qué hacéis lo que no es lícito hacer en shabbat?”  Y respondiendo Jesús les dijo:  “¿Ni siquiera habéis leído, lo que hizo David cuando tuvo hambre, él, y los que con él estaban, cómo entró en la casa de Dios, y tomó los panes de la proposición, y comió, y dio también a los que estaban con él, los cuales no era lícito comer, sino tan sólo a los sacerdotes?” 

(Lucas 6, 1-4)

       

De manera bien significativa, una bajada de Jesús a Jerusalén en esa época – muy posiblemente durante la Pascua – también provocó una discusión sobre la última cuestión citada (Juan 5, 1-47). 

Que la discusión no era meramente el enfrentamiento de unos planteamientos teológicos, sino el choque de dos cosmovisiones queda de manifiesto cuando se examina el resultado de la última de esas controversias en Galilea.  Tanto Marcos (3, 6) como Mateo (12, 14) coinciden en que los fariseos decidieron a partir de ese momento acabar con Jesús.  Marcos incluso señala que para conseguirlo pensaron en el concurso del partido de los herodianos. 

Algunos autores han intentado minimizar la cuestión indicando que, a fin de cuentas, tanto Jesús como los fariseos creían en el mandamiento del shabbat sólo que el primero seguía las normas de cumplimiento propias de Galilea y que, por ello, menos estrictas.  El argumento es interesante, pero carece de consistencia.  De entrada, las controversias de Jesús sobre ese tema se produjeron precisamente en Galilea.  Quizá en esta región eran menos rígidos a la hora de cumplir con el mandamiento del shabbat, pero aún así, su punto de vista era también mucho más estricto que el de Jesús.  Pero además la cuestión de fondo resultaba mucho más profunda que la mera delimitación de las prohibiciones concernientes al shabbat.

La razón de la ruptura era, en contra de lo que piensan algunos, de enorme relevancia para ambas partes.  Para los fariseos, el cumplimiento del shabbat – tal y como ellos lo entendían – resultaba absolutamente esencial si Israel esperaba obtener la redención que procedía de Dios.  El cumplimiento estricto de la Torah podía traducirse en que Dios se apiadara de Su pueblo y acudiera a salvarlo, pero, de manera semejante, un desprecio por la obediencia a sus normas sólo podía tener consecuencias negativas.  Al actuar – y enseñar – de la manera que lo hacía, Jesús estaba obstaculizando un discurrir positivo de la Historia y se estaba interponiendo en la consumación de un plan salvífico que sería de bendición para Israel.  Quizá eso no tendría una excesiva importancia si se hubiera tratado de un individuo aislado, pero Jesús ya no lo era.  La gente lo escuchaba y lo seguía.  Incluso estaba reuniendo un grupo de discípulos como si se tratara de un rabino.  ¿Podía extrañar que lo vieran como un sujeto al que había que eliminar?

Pero, desde la perspectiva de Jesús, la situación era muy diferente.  Mateo ha recogido su planteamiento con ocasión de uno de los episodios a los que ya nos hemos referido:

 

Pasando de allí, fue a su sinagoga.  Y había allí un hombre que tenía seca una mano; y preguntaron a Jesús, para poder acusarle:  ¿Es lícito curar en shabbat?  El les dijo: ¿Quién de vosotros, si tiene una oveja, y se cae en un hoyo en shabbat, no la agarra y la saca?  Ahora bien, ¿qué vale más?  ¿Un hombre o una oveja? Por lo tanto, resulta lícito hacer el bien en shabbat.  Entonces le dijo al hombre: Extiende la mano. Y él la extendió, y le quedó tan sana como la otra. Y marchándose los fariseos, planearon como destruir a Jesús.

(Mateo 12, 9-14)

 

Tal y como Jesús veía la situación, todos los hombres eran pecadores – enfermos por usar sus palabras - y necesitaban redención, con independencia de si se esforzaban o no por cumplir la Torah. Debían volverse hacia Dios para ser perdonados y, una persona que atravesaba esa experiencia, debía vivir su existencia siguiendo comportamientos como la compasión.  ¿Qué compasión tenía alguien que no dejaría morir a uno de sus animales en shabbat, pero que estaba dispuesto a volver la mirada hacia otro lado si ese dolor acontecido en shabbat era el de uno de sus semejantes?  La compasión para Jesús estaba por encima de una interpretación peculiar siquiera porque la finalidad de la Torah era asemejar a los hombres a Dios y Dios es, por definición, compasivo.

A todo lo anterior, se sumaba una circunstancia de enorme relevancia.  Jesús no sólo cuestionaba el nacionalismo espiritual judío y no sólo se enfrentaba frontalmente con las interpretaciones farisaicas.  Además se atribuía una autoridad que sólo tenía Dios, la de perdonar pecados.  Esta circunstancia nos ha sido transmitida por distintas fuentes [1] que coinciden en mostrar el desagrado de los fariseos:

 

Entró Jesús de nuevo en Capernaum al cabo de algunos días; y se oyó que estaba en casa.  E inmediatamente se juntaron muchos, de manera que ya no cabían ni siquiera en la puerta; y les predicaba la palabra.  Entonces vinieron a él unos que llevaban a un paralítico, que era cargado por cuatro. Y puesto que no podían acercarse a él a causa de la multitud, deshicieron el techo del lugar donde se encontraba, y abriendo un boquete, bajaron el lecho en el que yacía el paralítico. Cuando Jesús vio su fe, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados.  Estaban allí sentados algunos de los escribas, que cavilaban en sus corazones:  ¿Por qué habla éste de manera semejante? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, sino únicamente Dios? Y conociendo Jesús en su espíritu que cavilaban de esta manera en su interior, les dijo: ¿Por qué caviláis así en vuestros corazones?  ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda?  Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico):  A ti te lo digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa.  Entonces él se levantó de inmediato, y tomando su lecho, salió a la vista de todos, de manera que todos se asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto cosa semejante.

(Marcos 2, 1-12) 

   

El shabbat era un mandato importante y Jesús lo reconocía, pero sobre el cumplimiento del shabbat estaba la compasión hacia los demás, el cuidado de los necesitados o la satisfacción de necesidades como el hambre.   A esa conclusión se llegaba no mediante la relativización de la Torah, si no a través de su profundización.  Jesús podía apelar al ejemplo de David saciando su hambre con panes que sólo podían ser comidos por los sacerdotes, pero, sobre todo, podía recordar las palabras que Dios había dicho al profeta Oseas: 

 

 ¿Qué voy a hacer contigo, Efraín?  ¿Qué voy a hacer contigo, Judá?  Vuestra piedad es como nube de la mañana y como el rocío de la madrugada, que se evapora.  Por esa razón, los corté por medio de los profetas, con las palabras de Mi boca los maté, y tus juicios serán que como la luz cuando sale.  Porque misericordia quiero y no sacrificio, y conocimiento de Dios antes que holocaustos.

 (Oseas 6, 4-6) 

 

Una vez más, Jesús confirmaba la Torah en su plenitud y, como los nevim de antaño, indicaba que, según fuera la actitud de Israel, la cosecha sería de bendición o de juicio. 

CONTINUARÁ


[1] Marcos 2, 1-12; Mateo 9, 1-3; Lucas 5, 17-26.

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