En contra de lo que afirman algunos de sus apologistas más o menos encubiertos, Franco nunca deseó el advenimiento de la democracia. Por el contrario, vez tras vez, insistió en que el Régimen del 18 de julio debía continuar y, precisamente, ésa era la misión de su sucesor.

Si Alcalá-Zamora, católico y conservador, se doblegó ante las izquierdas y Manuel Azaña aceptó una alianza con los revolucionarios, sin duda, mayor responsabilidad en el deterioro de la II República tuvo el socialista Francisco Largo Caballero.

Procedía de la clase política de la monarquía parlamentaria y quizá por eso mismo la contemplaba con incontenible aversión. Algunos lo acusarían de ser sólo un resentido que deseaba vengarse de un rey distante.

La palabra “dictadura” tiene una merecida mala prensa, pero, originalmente, no pasó de ser una magistratura romana destinada a enfrentarse con situaciones especialmente dramáticas.