Viernes, 29 de Marzo de 2024

XLV.- La España de la contrarreforma (II): la aventura imperial de Carlos V (II): El proyecto imperial de Carlos V (II)

Jueves, 9 de Julio de 2020

No puede sorprender que la llegada de Carlos I a España resultara muy conflictiva.  Los españoles se percataron enseguida de que Carlos veía a España meramente como un arcón del que sacar dinero para su política y además contemplaron con desagrado que nombrara sólo a flamencos para los puestos principales.  Esa política de Carlos provocó la rebelión de las Comunidades en Castilla (1520-1) y la de las Germanías en Valencia (1521-3).   Los Comuneros no intentaban derrocar a Carlos I.  Se quejaban, eso sí, del poco amor y del poco cuidado que Carlos tenía para con sus reinos y, en especial, del despojo de Castilla.  El 23 de abril de 1521, los Comuneros sufrieron la derrota de Villalar.  Los cabecillas de la revuelta – Padilla, Bravo y Maldonado – fueron decapitados.  En adelante, la política de Carlos no tuvo frenos y estaría cada vez más determinada por su papel de emperador católico de Alemania.

La elección imperial de Carlos resulta un episodio de especial relevancia porque permite ver la duplicidad de la iglesia católica hacia España y, sin embargo, la manera en que la nación fue sacrificada a los intereses de esta religión.  Que la Santa Sede veía con verdadera repugnancia cualquier avance era español era público y notorio.   Con la excepción de Alejandro VI Borgia – a fin de cuentas, un español – los papas contemplaban con enorme aversión el avance de los Tercios por la península italiana.  De ellos temían un recorte de su influencia política e incluso de su extensión territorial.  Llama, desde luego, la atención con que los papas se referían a los españoles de la época en términos no sólo despectivos sino profundamente racistas.  La idea, pues, de que un rey de España pudiera además ceñirse la corona del imperio alemán resultaba insoportable.  De manera expresa, el papa hizo campaña en contra de la elección de Carlos como emperador.  Esa posición del papa, sin embargo, iba a resultar providencial para la causa de la Reforma protestante[1].

El 31 de octubre de 1517, un monje agustino llamado Martín Lutero [2]fijó noventa y cinco tesis sobre las indulgencias en las puertas de la iglesia del castillo de Wittenberg.  El origen de este paso que cambiaría la Historia universal se encontraba en las prácticas económicas de ciertas jerarquías católicas incluido el papa.  En 1514, Alberto de Brandeburgo, arzobispo de Magdeburgo y administrador de Halberstadt, fue elegido arzobispo de Maguncia.  En aquella época, los cargos episcopales no sólo implicaban unas tareas pastorales sino que llevaban anejos unos beneficios políticos y económicos extraordinarios hasta tal punto que buen número de ellos eran cubiertos por miembros de la nobleza que contaban así con bienes y poder más que suficientes para competir con otros títulos.  El arzobispado de Maguncia era uno de los puestos más ambicionados no sólo por las rentas inherentes al mismo sino también porque permitía participar en la elección del emperador de Alemania, un privilegio limitado a un número muy reducido de personas, y susceptible de convertir a su detentador en receptor de abundantes sobornos.   Al acceder a esta sede, Alberto de Brandeburgo acumulaba, sin embargo, una extraordinaria cantidad de beneficios y por ello se le hacía necesaria una dispensa papal.  Con todo, la dispensa en si sólo planteaba un problema ya que el papa siempre estaba dispuesto a concederla a cambio del abono de una cantidad proporcional al favor concedido.  En este caso exigió de Alberto la de 24.000 ducados, una cifra fabulosa imposible de entregar al contado.   Como una manera de ayudarle a cubrirla, el papa ofreció a Alberto la concesión del permiso para la predicación de las indulgencias en sus territorios.   De esta acción todavía iban a lucrarse más personas.  Por un lado, por supuesto, se encontraba Alberto que lograría pagar al papa la dispensa para ocupar su codiciado arzobispado, pero además la banca de los Fugger recibiría dinero a cambio de adelantar parte de los futuros ingresos de la venta de las indulgencias; el emperador Maximiliano obtendría parte de los derechos y, sobre todo, el papa se embolsaría el cincuenta por cien de la recaudación que pensaba destinar a concluir la construcción de la basílica de san Pedro en Roma.

Para comprender lo que significaba la venta de indulgencias hay que situarse en la mentalidad de la Europa del Bajo Medievo.  En esos siglos cobró una enorme importancia la creencia en el Purgatorio.  Aunque el dogma no fue definido como tal hasta el s. XV, ya contaba con precedentes desde el siglo XII y había recibido un inmenso impulso como consecuencia de dos razones fundamentales.  La primera era la absoluta convicción de que la mayoría de los seres humanos no resultaban tan perversos como para ir al infierno ni tan bondadosos como para merecer al cielo.  De ahí se desprendía que para los hijos fieles (pero bastante pecadores) de la iglesia debía existir un lugar intermedio en el que fueran purificados durante un tiempo más o menos prolongado, pero desde donde pudieran finalmente alcanzar el cielo.  La segunda consistía en el hecho terrible de lo efímero de la existencia, una circunstancia angustiosamente clara en unos años en los que la peste o la guerra habían despoblado casi por completo regiones enteras de Europa.

Inicialmente, la creencia en el purgatorio no había estado ligada a las indulgencias, pero no tardó mucho en establecerse una relación entre ambas.  Resultaba obvio que si el papa era el custodio del tesoro de los méritos de Cristo y de los santos podía aplicarlos a los fieles para que, a cambio de ciertas prácticas, éstos sufrieran por menos tiempo en el purgatorio.  No pasaron muchos años antes de que semejantes concesiones fueran obtenidas mediante pago y crearan, como queda señalado, un negocio extraordinario.  

Como otras ventas destinadas a las masas y a obtener pingües beneficios, ésta también utilizaba recursos propagandísticos extraordinarios.  Sus vendedores afirmaban, por ejemplo, que apenas sonaban en el platillo las monedas con las que se habían comprado las indulgencias, el alma prisionera en el purgatorio volaba libre hasta el cielo.   Además dado que semejante beneficio podía adquirirse no sólo para uno mismo sino también para otros, no pocas familias dedicaban una parte de sus recursos a beneficiar a sus seres queridos ya difuntos que, supuestamente, padecían en el purgatorio.

Martín Lutero consideró que semejante conducta era indigna y decidió comunicarlo en un escrito privado y muy respetuoso a su obispo, el prelado de Brandeburgo, y a Alberto de Maguncia que era el responsable de aquella campaña concreta de venta de indulgencias.     Lo hizo además siguiendo el uso propio de los profesores universitarios, es decir, redactando un conjunto de tesis que podían ser discutidas con diversos argumentos a favor o negadas con otros en contra.   Así nacieron las noventa y cinco tesis.  Las primeras tesis de Lutero apuntan al hecho de que Jesucristo ordenó hacer penitencia - literalmente : arrepentíos en el texto del Evangelio - pero que ésta es una actitud de vida que supera el sacramento del mismo nombre.  Precisamente, por ello el papa no puede remitir ninguna pena a menos que previamente lo haya hecho Dios o que sea una pena impuesta por si mismo.  De esto se desprendía que afirmar que la compra de las indulgencias sacaba a las almas del purgatorio de manera indiscriminada no era sino mentir ya que el papa no disponía de ese poder (tesis 5, 6, 20, 21, 23, 24).  A fin de cuentas, la predicación de las indulgencias no sólo se basaba en una incorrecta lectura del derecho canónico sino que además servía para satisfacer la avaricia de determinadas personas y colocar en grave peligro de condenación a aquellos que creían sus prédicas carentes de base real (27, 28, 31, 32, 35).  En realidad, según Lutero, mediante predicaciones de este tipo, se estaba pasando por alto que Dios perdona a los creyentes en Cristo que se arrepienten y no a los que compran una carta de indulgencia.  La clave del perdón divino se halla en que la persona se vuelva a Él con arrepentimiento y no en que se adquieran indulgencias.   Con arrepentimiento y sin indulgencias es posible el perdón, pero sin arrepentimiento y con indulgencias la condenación es segura.  Por otro lado, había que insistir también en el hecho de que las indulgencias nunca pueden ser superiores a determinadas obras de la vida cristiana.  Aún más, el hecho de no ayudar a los pobres para adquirir indulgencias o de privar a la familia de lo necesario para comprarlas constituía una abominación que debía ser combatida (36, 37, 39, 41, 43, 44).   En multitud de colectivos rígidamente jerarquizados o donde la personalidad del máximo dirigente es esencial para la cohesión, suele ser común ante los abusos una reacción psicológica consistente en culpar de ellos no a la cabeza sino a los estratos intermedios e incluso pensar que si la cabeza supiera realmente lo que está sucediendo cortaría por lo sano.    En este mismo sentido, Lutero - que seguía siendo un fiel hijo de la iglesia católica - estimaba que  el escándalo de las indulgencias no tenía relación con el papa y que éste lo suprimiría de raíz de saber lo que estaba sucediendo (Tesis 48, 49, 50, 41).   Para Lutero - que tenía un concepto idealizado del papa que, francamente, no se correspondía en este caso con la realidad - resultaba obvio que el centro de la vida cristiana, que debía girar en torno a la predicación del Evangelio, no podía verse sustituido por la venta de indulgencias.  Ésa era la cuestión fundamental, la de que la misión de la iglesia era predicar el Evangelio.  Al permitir que cuestiones como las indulgencias centraran la atención de las personas lo único que se lograba era que apartaran su vista del verdadero mensaje de salvación (Tesis 54, 55, 62, 63, 64, 65). 

Precisamente, partiendo de estos puntos de vista iniciales - la desvergüenza y la codicia de los predicadores de indulgencias, la convicción de que el papa no podía estar de acuerdo con aquellos abusos y la importancia central de la predicación del Evangelio - Lutero podía afirmar que las indulgencias en si, pese a su carácter de escasa relevancia, no eran malas y que, precisamente por ello, resultaba imperativo que la predicación referida a las mismas se sujetara a unos límites más que desbordados en aquel momento.  De lo contrario, la iglesia católica tendría que exponerse a críticas, no exentas de mala fe y de chacota, pero, a la vez, nutridas de razón que sólo podían hacer daño por la parte mayor o menor de verdad que contenían (Tesis 69, 70, 71, 72, 73, 74, 81, 82, 83, 86, 89).

Para Lutero, aquellas objeciones no implicaban mala fe en términos generales.  Por el contrario, constituían un grito de preocupación que podía brotar de las gargantas más sinceramente leales al papado y precisamente por ello más angustiadas por lo que estaba sucediendo.  La solución, desde su punto de vista, no podía consistir en sofocar aquellos clamores reprimiéndolos sino en acabar con unos abusos que merecidamente causaban el escándalo de los fieles formados, deformaban las concepciones espirituales de los más sencillos y arrojaban un nada pequeño descrédito sobre la jerarquía (Tesis 90, 91).

En su conjunto, por lo tanto, las 95 Tesis eran un escrito profundamente católico e impregnado de una encomiable preocupación por el pueblo de Dios y la imagen de la jerarquía ante éste.  Además, en buena medida, lo expuesto por Lutero ya había sido señalado por autores anteriores e incluso cabe decir que con mayor virulencia.  Sin embargo, el monje agustino no supo captar que la coyuntura no podía ser humanamente más desfavorable.  Ni el papa ni los obispos eran tan desinteresados como él parecía creer y, desde luego, en aquellos momentos necesitaban dinero con una fuerza mayor de la que les impulsaba a cubrir su labor pastoral.

Quizá de no haber sido ésa la situación, de no haber requerido el papa sumas tan grandes para concluir la construcción de la basílica de san Pedro en Roma, de no haber necesitado Alberto de Brandeburgo tanto dinero para pagar la dispensa papal, la respuesta hubiera sido comedida y todo hubiera quedado en un mero intercambio de opiniones teológicas que en nada afectaban al edificio eclesial.  Sin embargo, las cosas discurrieron de una manera muy diferente y las 95 Tesis cambiaron de manera radical – e inesperada - la Historia.   Lutero fue tachado inmediatamente de hereje, se vio sometido al acoso – tan común – de los fanáticos y, seguramente, lo habría pasado muy mal de no contar con el respaldo del príncipe del lugar donde se hallaba asentado su monasterio, Federico de Sajonia.  El príncipe, por añadidura, era uno de los que determinaban con su elección la figura del emperador.  Así iban a entrecruzarse los intereses de Carlos I con los de la Santa Sede y con el inicio de la Reforma protestante. 

CONTINUARÁ


[1]   Acerca de la Reforma, resultan de especial interés P. Blickle, Die Reformation im Reich, Ulm, 1985;  P. Chaunu, The Reformation, Gloucester, 1989; E. Iserloh, J. Galzik y H. Jedin, Reformation and Counter Reformation, Londres, 1980; F. Lau y E. Bizer, A History of the Reformation in Germany to 1555, Londres, 1969; E. G. Léonard, A History of Protestantism, 2 vols, Londres, 1965-7; J. Lortz, Historia de la Reforma, 2 vols, Madrid, 1963; B. Moeller, Deutschland im Zeitalter der Reformation, Gotinga, 1988;  H. A. Oberman, The Dawn of Reformation, Edimburgo, 1986; L. W. Spitz, The Protestant Reformation 1517-1559, Nueva York, 1986; R. Wohlfeil, Einführung in die Geschichte der Deutschen Reformation, Munich, 1982. 

 

[2]  Sobre Martín Lutero, véase C. Vidal, El Caso Lutero, Madrid, 2008 y como biografías:   J. Atkinson, Lutero y el nacimiento del protestantismo, Madrid, 1971; R. H. Bainton, Here I Stand: A Life of Martin Luther, Nueva Cork, 1950; H. Boehmer, Martin Luther: Road to Reformation, Filadelfia, 1946; H. Bornkamm, Luther in Mid-Career 1521-1530, Filadelfia, 1985; R. H. fife, The Revolt of Martin Luther, Nueva York, 1957; M. J. Harran, Luther on Conversion: The Early Years, Ítaca, 1983; B. Lohse, Martin Luther: An Introduction to His Life and Thought, Edimburgo, 1987; H. A. Oberman, Luther: Mensch zwischen Gott und Teufel, Berlín, 1982; D. C. Steinmetz, Luther in Context, Bloomington, 1986.

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