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(LI) La España de la contrarreforma (VIII): Felipe II. La espada de la contrarreforma (III): De la alianza contrarreformista al exterminio de los protestantes españoles (III)

Jueves, 22 de Octubre de 2020

La Expulsión de los judíos tuvo pésimas consecuencias, como ya vimos, en el desarrollo ulterior de la Historia de España.  La intolerancia religiosa, la identificación de la nacionalidad con una religión concreta y el desprecio hacia el trabajo, el comercio y la empresa marcar negramente, como tendremos ocasión de ver, los siglos siguientes. 

Sin embargo, en buena medida, todas estas circunstancias negativas hubieran podido verse revertidas de no haber tenido lugar el gran drama español de la Edad Moderna:  el exterminio de los protestantes españoles.  Es cierto que en una nación en que la unidad religiosa fue enseñada como un valor esencial – a decir verdad, el valor esencial – la historiografía se guardó muy mucho de hacer referencias al protestantismo hispano.  Menéndez Pelayo lo abordaría en el s. XIX simplemente para considerarlo un fenómeno patológico y extraño al alma española.  Por otro lado, incluso los autores no incursos en esa especie de ortodoxia histórica católica no prestaron atención a un segmento social cuyo eje de acción y pensamiento había sido fundamentalmente religioso.  Sin embargo, la Reforma existió en España, dio frutos sazonados y de repercusión internacional y su extirpación final tuvo – y tiene - consecuencias profundamente nefastas para la nación.  No es éste el lugar para hacer una Historia, por muy resumida que sea, de la Reforma en España.  Sí resulta, sin embargo, obligado dejar constancia de algunos episodios, meros botones de muestra, para mostrar hasta qué punto la vida interna de España estuvo marcada por la iglesia católica; por la Inquisición, su brazo represor y por el deseo de la monarquía de acomodar a ambas la existencia nacional.  A los efectos de la Inquisición en la vida española nos referiremos más adelante.  Baste ahora decir que, aunque siguen existiendo apologistas de la misma o autores revisionistas, como Henry Kamen[1], empeñados en reducir su impacto, la realidad histórica es que la inquisición tuvo dos finalidades fundamentales, más allá de las declaraciones oficiales, y que éstas fueron sembrar el terror en la sociedad paralizando cualquier posibilidad de disidencia de la iglesia católica y exterminar a cualquiera que decidiera seguir ese camino.  Manuel Fernández Álvarez, quizá nuestro mejor historiador de la Edad moderna en décadas, no dudó en señalar que la Inquisición se valía de “el terror como sistema”[2].  Se trataba del ejercicio “del terror premeditado, preparado y anunciado”[3].  Por si cupiera alguna duda, Fernández Álvarez escribiría:  “Y todo aquel horror en nombre de Cristo.  ¿Cabe contradicción mayor?.  Era la técnica del terror.  Algo muy bien señalado por el hispanista francés Bartolomé Bennassar.  Se trataba de asegurar la ortodoxia religiosa más estricta por la vía del terror.  El inmovilismo ideológico.  Que nadie se atreviera, ni remotamente, a innovar nada, a criticar nada, a generar ninguna duda.  Y a este respecto, el terror era lo más seguro.  A los inquisidores no les importaba ser amados; lo que les importaba era ser temidos”[4].  Guste o no, como también señaló Fernández Álvarez, al estudiar es tema “estamos, sin duda, ante la mayor sombra que proyecta aquella época: la sombra de la Inquisición; la sombra de la más cerrada de las intolerancias religiosas; la sombra, en suma, del fanatismo inquisitorial”[5].  Si ese terror lo padeció toda la sociedad española, se descargó de manera especialmente cruel sobre los protestantes españoles.  No fueron éstos personajes de escasa relevancia.    

Uno de los primeros exponentes de la Reforma española fue el conquense Juan de Valdés. Aunque se ha discutido mucho sobre su origen familiar hoy ha quedado establecido fuera de toda duda que era judío tanto por la rama paterna como por la materna. Incluso un tío materno, Fernando de la Barreda, fue quemado por la Inquisición por ser un judío relapso. Es muy posible que precisamente esa circunstancia que lo ubicaba en una posición de segunda dentro de la sociedad fuera una de las razones que le llevaron desde muy joven no a intentar profundizar en la fe judía de sus antepasados sino en la línea de reforma popular que había surgido al abrigo de las medidas adoptadas por Cisneros.  Por desgracia para la iglesia católica, la reforma cisneriana – como previamente la llevada a cabo por Isabel la católica – había fracasado estrepitosamente en la medida en que sólo había afectado, y de manera muy superficial, a un número limitado de clérigos.

CONTINUARÁ


[1]  No son pocos autores los que han refutado a Kamen.  Entre ellos, véase especialmente a Manuel Fernández Álvarez, Sombras y luces en la España imperial, Madrid, 2004, pp. 124 ss; Ángel Alcalá, Literatura y ciencia ante la Inquisición española, Madrid, 2001, pp. 225 ss y Bartolomé Bennassar, “Modelos de la mentalidad inquisitorial: métodos de su “pedagogía del miedo” en Ángel Alcalá, Inquisición española y mentalidad inquisitorial, Barcelona, 1984.   De manera muy acertada califica la interpretación de la Inquisición de Kamen de “revisionista y amable” señalando que “sus tajantes afirmaciones hacen agua por todas partes” (A. Alcalá, Literatura…, p. 221).

[2]  M. Fernández Álvarez, Luces…, p. 126.

[3]  Idem, Ibidem, p. 133.

[4]  Idem, Ibidem, p. 135.

[5]  Idem, Ibidem, p. 137.