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Lucas, un evangelio universal (XLIX): (19: 28-45-48): La purificación del templo

Domingo, 19 de Septiembre de 2021

En tan sólo cuatro versículos Lucas consigue resumir magistralmente una situación de enorme relevancia y tensión.  Tras entrar en Jerusalén, Jesús se dirigió al templo y expulsó de él a los que comerciaban en su interior (19: 45).  Aquella chusma había convertido a fin de cuenta la casa de oración en una cueva de ladrones, como antaño había señalado el profeta Jeremías precisamente en vísperas de que Dios desencadenara sobre el reino de Judá y Jerusalén y su templo (Jeremías 7: 11).  La afirmación de Jesús iba dirigida contra el centro del sistema religioso judío y recuerda mucho a la cínica afirmación de Erasmo ante Carlos V afirmando que Lutero tenía razón en lo que afirmaba, pero que se había equivocado al arremeter contra la andorga de los frailes y la tiara de los obispos, en otras palabras, contra los intereses económicos y de poder. 

En verdad, el templo de Jerusalén podía seguir sirviendo de casa de oración, pero era, de manera destacada, una cueva de ladrones.  Los sacerdotes habían decidido no aceptar loa animales que los fieles llevaban a sacrificar alegando que no eran suficientemente puros y obligándoles, por tanto, a comprar otros mucho más caros que, por supuesto, vendía el clero de Jerusalén.  Esos animales tenían que exponerse en aquel lugar y ¿qué sitio mejor que el patio donde podían orar los gentiles?  A fin de cuenta – debían pensar - los no-judíos estaban sólo de pegote en el templo.  Era más importante llenarse los bolsillos que dejarles un espacio para orar. 

 A ese lucrativo negocio se sumaba otro y era el de los cambistas.  Había que entregar dinero a las autoridades del templo y éste no podía llevar una imagen humana.  Ideal.  Ideal porque el poder político y religioso siempre está dispuesto a llevarse bien con los banqueros y por eso mismo, los cambistas tenían permiso para cambiar las monedas impuras por otras que no lo eran ya que carecían de imágenes.  Naturalmente, se llevaban su comisión.  Naturalmente, las autoridades del templo también obtenían una tajada.  Naturalmente, también ocupaban un espacio en el recinto del templo.  ¿Y los gentiles?  ¡¡¡Por Dios, ya hemos explicado que los gentiles carecían de importancia!!!  Es más del mesías se esperaba que los arrancaría de la faz de la tierra. 

Esto de que la religión acabe siendo un negocio lucrativo es una maldición que, seguramente, viene desde la noche de los tiempos y que continua en la actualidad.  Sin embargo, no por ello deja de ser una conducta criminal que Dios aborrece.  Por eso no puede sorprender que a todos ellos, los echara Jesús de un templo que habían prostituido con su codicia.  La lección deberíamos aprenderla.  Cualquier centro religioso donde se acaba desarrollando una actividad lucrativa y donde la predicación se orienta, más o menos sutilmente, a sacar el dinero a los fieles ha convertido lo que debería ser una casa de oración en una cueva de ladrones por duro que pueda sonar.

Esta acción de Jesús – limpiar lo espiritual para darle su verdadero uso – provocó reacciones diversas.  Por supuesto, para los beneficiarios de la corrupción (19: 47), lo ideal era asesinar a Jesús.  Así de claro.  Como había sucedido ya con Jeremías – que se salvó por poco – o sucedería con Lutero – que también eludió ese destino por muy poco – y como acabaría sucediendo con Jesús.

¿Y el pueblo?  ¿Y la masa?  ¿Y los que lo habían aclamado apenas unas horas antes?  Como dice Lucas (19: 48), estaba en suspenso.  Lo suficiente cargado de esperanza como para que las autoridades religiosas no se atrevieran todavía a matar a Jesús, pero, seguramente, preguntándose porque, tras la limpieza del templo, Jesús no había seguido adelante.  ¿Qué pasaría si ese pueblo se desilusionaba?

CONTINUARÁ