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Mateo, el evangelio judío (VIII): El Sermón del monte (I)

Viernes, 23 de Febrero de 2018

Una enseñanza para discípulos (Mateo 5: 1-2)

Como hemos señalado desde el inicio de esta serie, Mateo es el evangelio judío por antonomasia. Su autor fue un judío – sabedor de sobra de las carencias espirituales de su pueblo – que deseaba brindar a sus correligionarios la Buena noticia de que el mesías había llegado, había cumplido las profecías, se llamaba Jesús y podía ser seguido. Una de las circunstancias más geniales de este evangelio es la manera prodigiosa en que logró reflejar toda la fuerza de la Torah en su relato. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento, aparecen cinco libros escritos por Moisés lo que conocemos como Torah o Pentateuco. Pues bien Mateo incluye cinco discursos largos de Jesús al estilo de esos cinco libros y la verdad es que se trata de porciones discursivas que sobrecogen en su lectura por la manera en que se pueden hallar paralelos con la experiencia de Israel.

El primero de esos discursos es el conocido como Sermón del Monte (c. 5-7) donde hallamos – como en Génesis – la raíz del comportamiento de los discípulos de Jesús. El Sermón del Monte ha impresionado durante siglos incluso a aquellos que no son cristianos – es el caso de Mahatma Gandhi, por ejemplo – y por eso resulta tan lamentable que algunas escuelas teológicas como el dispensacionalismo pretenda que no tiene nada que ver con la dispensación de la iglesia. Hace décadas que llegue a la conclusión de que el dispensacionalismo era un colosal racimo de disparates – a fin de cuentas lo crearon dos jesuitas para intentar detener el avance de la Reforma – aunque debo reconocer que para aquellos que han escrito libros de escatología-ficción resulta especialmente lucrativo, especialmente, porque al cabo de unos años nadie recuerda los disparates que difundieron y aceptan pasmados los nuevos. Ese exceso de imaginación tiene pésimas consecuencias y una de ellas es la de sacar el Sermón del Monte – o al menos pretenderlo – de la vida de los cristianos. A decir verdad, no hay un bloque de enseñanzas de Jesús más íntimamente ligado con lo que espera de sus discípulos. El Sermón del Monte es, ciertamente, enseñanza, pero una enseñanza con características muy concretas.

1. Una enseñanza para discípulos. Mientras que algunos discursos de Jesús van dirigidos a gente que no lo sigue o que no creen en él – igual que en el Éxodo, Moisés se dirigió al endurecido faraón – en el Sermón del Monte queda claro desde el principio que dejó aparte a las multitudes y se dirigió, única y exclusivamente, a los discípulos (Mateo 5: 1). Lo hizo además de manera totalmente docente. Abrió la boca – un término acuñado para referirse a esa circunstancia – para enseñarles.

2. Una enseñanza para los discípulos como colectivo. La enseñanza de Jesús, en ocasiones, va dirigida a individuos y, en otras, al conjunto de sus seguidores. Esta segunda característica se encuentra especialmente desarrollada en el Sermón del monte. En pocos lugares, mostraría Jesús con más claridad que de los discípulos espera que actúen conjuntamente, unidos, conscientes de que no son un conjunto de individuos flotantes. Por ejemplo, aparecen instrucciones para cada uno a la hora de la oración, pero, a la vez, enseña que los discípulos – como veremos – se dirigen a Dios no como Padre mío sino como Padre nuestro (Mateo 6: 9 ss).

3. Una enseñanza de testimonio. Otro de los aspectos que encontraremos en los próximos capítulos es que Jesús espera que sus discípulos den testimonio. A decir verdad, ésa es su razón de ser – mal testimonio cuando hay gente que se repliega dentro de un lugar convencido de que así alcanza una espiritualidad mayor – y si no sirven para dar ese testimonio sinceramente es que no sirven para nada y sólo les queda esperar ser pisoteados (Mateo 5: 13).

4. Una enseñanza anti-cultural . El Sermón del monte constituye la cima de la ética universal y en no escasa medida es así porque actúa de manera subversiva frente a los valores del mundo. Entre esos valores del mundo no sólo se hallan los de la ideología dominante o el imperio más importante de cada época sino también los del pensamiento religioso. Jesús reconocía el papel de la Torah porque era Palabra de Dios, pero, a la vez, apuntaba a las interpretaciones limitadas, cicateras, penosas y pobres de los religiosos profesionales. Iremos viendo ejemplos, pero ya adelantemos que Jesús interpretó en su verdadero sentido - ¡era el mesías! – la Palabra de Dios sin seguir los dictados de una escuela y

5. Una enseñanza de amor. Dentro de esa visión contracultural, Jesús enfatizó algo que no conocieron otros maestros y ni siquiera intuyó el pueblo de Israel a pesar de la revelación. Con todo lo notables – a veces, sublimes - que pudieron ser personajes como Sócrates, Marco Aurelio, Confucio o Epicteto nunca llegaron a crear una ética del amor. Lo mismo pasó con el judaísmo. Levítico 19: 18 hablaba de amar al prójimo, sí, pero dejando claro que se trataba del pueblo de Israel. De los judíos se esperaba que se amaran entre ellos, se ayudarán y fueran comprensivos. Por supuesto, semejante conducta era impensable en relación con los goyim, los gentiles, hacia los que, salvo excepciones, no solían abrigar los mejores sentimientos. La manera en que podían incurrir en conductas como la estafa o la compraventa de esclavos, sin duda, estaba relacionada con esa visión. Los judíos podían decir: amamos – o lo intentamos – a gente de nuestro pueblo, pero los goyim son los goyim y, desde luego, no eran el prójimo. Semejante visión no ha sido exclusiva de los judíos a lo largo de la Historia – sin duda, habría sido maravilloso que se tratara del único pueblo contaminado por esa visión limitada – pero, fuera como fuese, Jesús la rechazó en el Sermón del Monte.

Al fin y a la postre, el Sermón del Monte es una carta magna de conducta, de obediencia y de discipulado. Nacido del corazón de Dios y enseñado por Jesús, Su Hijo y mesías, aquellos que pretenden ser cristianos indispensablemente deben seguir su enseñanza.

 

 

CONTINUARÁ