Jueves, 28 de Marzo de 2024

Estudio bíblico (XXXIX): Los libros sapienciales (II): Eclesiastés (IV)

Viernes, 7 de Agosto de 2015

De manera que a no pocos les sorprenderá, el Predicador, Qohelet,también señala la vanidad de la religión debajo del sol. Incide así en un principio que suele ser pasado por alto por muchos, pero que se repite una y otra vez a lo largo de la Biblia: una cosa es la relación con Dios y otra – bien diferente – la religión.

La mayoría puede no comprenderlo, pero por eso no deja de ser realidad. No sólo eso. La religión “bajo el sol” es también vaciedad. Tan vaciedad como el resto de las circunstancias humanas. Si alguien desea evitar esa vaciedad debería optar por un distanciamiento prudente. Es mejor que se calle (5: 1) a que se sume al sacrificio – algo propio de idiotas si se sabe leer el texto de Qohelet – es mejor que se calle delante de Dios a que hable ante un Ser que, a fin de cuentas, está más allá del sol (5: 2), es mejor que no se hagan promesas a no cumplirlas (5: 5). El juicio del Predicador puede sonar cínico, pero la verdad es que se limita a observar la religión con realismo. Todas las conductas religiosas descritas – tan propias de ciertos personajes – son ensoñaciones, vanidad y verborrea, es decir, lo contrario del temor de Dios (5: 7). Y no puede negarse, a poca capacidad de observación que se posea, que Qohelet tiene razón.

Algunas personas se consideran piadosas porque repiten como mantras consignas en defensa de sus creencias, porque se entregan a las promesas a Dios en el lenguaje de su religión, porque piensan que realizan una labor espiritual. A decir verdad, todo eso es mera vaciedad y más les valdría guardar silencio en lugar de aparecer donde nadie los ha llamado. Creen que son espirituales, pero, en realidad, hacen el ridículo. Y es que la religión per se es algo vacío y bien distinto del temor de Dios.

Justo es decir que no sólo la religión es vaciedad. También lo es el no percatarse de que la injusticia no desaparece por que las instancias del estado sean muchas. En realidad, cuanto más numerosas son más injusticia se perpetra (5: 8-9). Y también lo es el deseo de acumular bienes materiales (5: 10-14) ya que la realidad es que nada hemos traído a este mundo y nada vamos a poder sacar de él (5: 15). Esto, dicho sea de paso, deja de manifiesto que, por mucho que se trabaje, no nos llevamos nada (5: 16), todo ello sin contar el stress y la presión propia de la vida. A decir verdad, de esa vanidad sólo escapan – y aquí Qohelet permite que veamos un destello más allá del sol – aquellos a los que Dios favorece no sólo con bienes sino con alegría en sus corazones (5: 18-20).

El hecho de que el ser humano no se pueda disfrutar de lo que tiene (6: 2), de que no pueda beneficiarse de su descendencia (6: 3), de que se extinga como si no hubiera nacido (6: 4), de que las palabras sean muchas veces vacías (6: 11) obliga a preguntarse con angustia qué tiene verdaderamente el que nace. No sólo eso. Uno se ve obligado a preguntarse dos cosas todavía más importantes. La primera es si su vida – que pasa como un soplo - tiene algún sentido positivo y la segunda, si hay alguien que pueda decirle si existe algo más allá del sol (6: 12). Pero esas cuestiones nos llevan – como tendremos ocasión de ver – más allá de la vanidad que nos rodea.

 

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