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La conjura

Miércoles, 5 de Febrero de 2014

Hace unos años, me quedé gratamente sorprendido al ver una película española titulada La conjura del Escorial. Su director, Antonio del Real, articulaba de manera muy atractiva, una recuperación de un período apasionante de la historia nacional, un retrato fiel de la corte de Felipe II y un relato policíaco.

Junto al reparto internacional – de excepción – aparecían intérpretes nacionales como un magnífico Juanjo Puigcorbé encarnando a Felipe II o como una jovencísima y brillante Blanca Jara en el papel de una morisca. He vuelto a ver la película en varias ocasiones y cada vez, me ha gustado más. Por supuesto, a Antonio del Real lo vapulearon porque no era de la progresía subvencionada y porque había decidido salir de un género que cultiva magníficamente como es la comedia, pero la obra hablaba por si sola.

He sabido hace unas horas de que Antonio del Real ha sido desahuciado de su vivienda porque debía a una caja una cantidad derivada de la producción de aquella película. En su día, no recibió subvenciones, pagó religiosamente a actores y producción, y ahora – vivo reflejo d nuestra sociedad - está en la calle por poco más de cien mil euros. El caso de Antonio del Real no es, lamentablemente, una tragedia aislada.

Sé cómo Hacienda ha quitado su vivienda a actores dejándolos en la calle con familias de varios hijos y me consta que no son pocas las actrices que se han visto obligadas a abandonar su domicilio porque los funcionarios de la Agencia tributaria tenían que ayudar a sufragar los dispendios de Mas, las subvenciones de los sindicatos o tantos agujeros por donde se va el dinero del contribuyente. Que un artista gane mucho un año y luego se pase cuatro o cinco en dique seco – sí, España es así – no les importa un pimiento a los encargados del cotarro recaudatorio. No es el único comportamiento llamativo. Son centenares de miles las pequeñas y medianas empresas que han cerrado en la última década por la sencilla razón de que ya no podían más. En otras ocasiones, Hacienda se ha dedicado a inspeccionar a periodistas de una orientación política muy clara, pero, por supuesto, eso es mera casualidad y nadie debería ver en ello un instrumento de extorsión al servicio de un ejercicio despótico del poder. Incluso en una hermosa región española, unos fabricantes de cierto producto espumosos se valían de la agencia para hundir a sus competidores en la misma tierra.

Pero volviendo al mundo del arte, señálese que a esos desahucios del techo que los cubría domésticamente hay que sumar otros como los referidos a los teatros que van cerrando inexorablemente asfixiados por el peso de un IVA que convierte en ruinosas hasta las funciones donde se colocan carteles de “no hay localidades”. Imagino que hace tiempo que llegaron a la conclusión de que conseguir tener medianamente tranquilos a los sindicatos o a los nacionalistas bien se podía pagar no sólo aniquilando la cultura sino incluso hundiendo literalmente en la miseria a muchos de los que viven contribuyendo a la misma. A lo mejor, hasta tienen razón pensando que para teatro el de la saga de los Pujol y para películas, las que nos cuentan tantos estamentos privilegiados.

Quizá sea así. Pero yo lo que veo es a gente dignísima y trabajadora que ha dado todo y que se ve arrojada a la papelera de la existencia por políticos carentes de sensibilidad y burócratas sin corazón. Temo que vivimos una conjura y no es la del Escorial que tan magistralmente filmó Antonio del Real. Es más bien la conjura de los necios y los miserables empeñados en seguir apuntalando las prebendas de las castas privilegiadas aunque eso signifique arrasar todo a su paso.