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Ida

Miércoles, 14 de Enero de 2015

​El cine, más allá del mero entretenimiento proporcionado por uno u otro género, ha servido siempre para adoctrinar a una sociedad o para mostrar lo que ésta piensa digerido y traducido para la gran pantalla.

Precisamente por ello, resulta especialmente llamativo cuando una película decide romper con tabúes y exponer temas que se han mantenido ocultos porque nadie deseaba pensar en ellos. Es el caso, sin duda, de Ida, una película polaca dirigida por Pawel Pawlikowski.

La Historia de Polonia durante la Segunda guerra mundial tiene, al menos desde 1944, una versión oficial que nadie se ha atrevido a cuestionar porque, en no escasa medida, interesaba a todos. Católicos y comunistas, exiliados y judíos, estaban de acuerdo en presentar a Polonia como una víctima de la ambición hitleriana – algunos añadirían que de la stalinista – que se habría defendido heroicamente frente al invasor y que habría sido fundamentalmente mártir y noble. La versión - ¿hay que decirlo? - es radicalmente falsa. No se trata sólo de que Polonia se vio favorecida injustamente tras la I Guerra mundial con un pedazo de Alemania sino que además desarrolló una política altivamente estúpida frente a Hitler que se sustentaba en el supuesto apoyo que recibiría de Estados Unidos y de Gran Bretaña y Francia y que tuvo terribles consecuencias. Ni siquiera la resistencia o la vida en el ghetto de Varsovia estuvieron libres de miserias y bajezas escalofriantes recogidas por sus propios protagonistas. No sorprende que haya dos tipos de episodios que se han ocultado durante décadas porque dejaban en pésimo lugar a los polacos de distintas religiones. Nos referimos tanto al antisemitismo de corte católico de los polacos – más feroz si cabe que el de los alemanes según no pocos judíos- y a los denominados Zydokomuna o judíos que tuvieron un papel más que relevante en el partido comunista polaco, en general, y en su aparato represivo, en particular.

Ambas situaciones innombrables hasta ahora aparecen recogidas en Idaporque Ida no es sino una joven que, a punto de profesar como monja, es informada de que procede de una familia judía desaparecida durante el Holocausto y de que tiene un familiar vivo, una tía. Antes de convertirse, pues, en monja se le ofrece la posibilidad de visitar a su pariente.

De la manera más inesperada, Ida – que ha vivido toda su existencia en un convento – descubrirá que los católicos polacos no tuvieron el menor problema en asesinar a sus compatriotas judíos – dicho sea de paso y también en quedarse ocasionalmente con los niños que luego no aparecieron y que acabaron siendo el tema de algunos de los peores encuentros entre la Santa Sede y distintos rabinos después de 1945 – pero también descubrirá que los judíos insertos en el aparato del partido comunista practicaron una represión sanguinaria y despiadada no sólo con los prisioneros de guerra alemanes sino con sus compatriotas. No es poco despertar para una joven que ha vivido sin sobresaltos toda su vida y que aspiraba en sólo unos días en dar el paso decisivo para no abandonar ya el convento.

No voy a destriparles la película porque va en contra de mis principios, pero sí debo recomendarles esta cinta sencilla, en blanco y negro, sin grandes pretensiones y, a la vez, muy valiente porque se atreve a señalar dos heridas mal cerradas de las que los polacos prefieren no hablar.

Ignoro que será de este director de cine. Me consta que hace unos años, un historiador polaco descubrió que en un pueblo donde la mitad de la población que era judía había sido exterminada no por los nazis sino por los católicos polacos se vio obligado a exiliarse y que su libro se ha convertido en una obra maldita y muy difícil de encontrar en Polonia. Espero que no le suceda lo mismo a Pawlikowski, pero ya se sabe que contar la verdad no suele salir barato y uno de los pagos más habituales es el exilio incluso en los sistemas democráticos.