Imprimir esta página

Cándido o la estafa de RETAR (Capítulo VI)

Lunes, 22 de Febrero de 2016

En las semanas siguientes a que RETAR pretendiera quedarse con la mitad de las cantidades recaudadas en el crowdfunding y con la práctica totalidad del dinero producido por el campus, Cándido estuvo muy ocupado.

Por un lado, hizo todo lo que estuvo en su mano para que RETAR devolviera el líquido del crowdfunding del que se había apoderado. No fue del todo fácil porque siguiendo el principio retariano de “dólar que entra, dólar que no sale” RETAR sólo devolvió las sumas que se le pedían expresamente e incluso en esos casos, se hizo rogar no poco. Meses después del final de aquel crowdfunding y de que Cándido diera inicio a otro nuevo para financiar el programa de radio, todavía le llegaban mensajes de personas que no habían conseguido la devolución. Incluso supo Cándido que Magdaleno había dado largas a más de uno impidiendo que recuperara sus diez, quince o veinte dólares.

Resultó el segundo crowdfunding más rápido que el primero y con ello quedó de manifiesto la descarada falsedad de RETAR que pretendía que la gente había deseado entregar su dinero a Radio Solitaria, radio que, por cierto, nunca llegó a tener un nombre más adecuado porque nadie la escuchaba. Por supuesto, Miguel Díaz intentó mantener la audiencia de la franja horaria que había conseguido Cándido a pesar de que colocó a Magdaleno a frente de un programa sustitutorio.

En medio de aquella situación, la buena gente que había acudido al campus literario y que había formado un grupo de wasap comenzó a solicitar a Cándido que llevara a Díaz a los tribunales para recuperar no sólo su biblioteca sino también el dinero que debían darle y que no le entregaban. La indignación de aquellas personas estaba más que justificada, pero Cándido sabía que debía dar cada paso con suma prudencia y que cualquier movimiento erróneo podía tener fatales consecuencias. La gente que dirigía RETAR había demostrado que era capaz de casi cualquier cosa y, por supuesto, también lo era de deshacer su biblioteca o de lanzarla a un vertedero. Obligado resultaba estar atento y moverse de la forma más adecuada.

Fue precisamente entonces cuando, de la manera más providencial, RETAR se puso en comunicación con él para informarle de que necesitaban urgentemente el lugar donde tenían recogida su biblioteca y que le daban apenas unos días para retirar los libros. No estaba Cándido en su país y no contaba con medios para poder atender a aquella exigencia. En algún momento, llegó a pensar que en RETAR serían capaces de acabar dejando sus libros en una cuneta. Si todo se salvó, finalmente, se debió a la gente del grupo de wasap y, de manera muy especial, a Toni, el marido de una de sus componentes llamada Charo. Como si no hubiera hecho otra cosa en su vida, Toni negoció la salida de los libros, localizó un guardamuebles, los trasladó e incluso abonó la primera mensualidad. Era verdad que Cándido no podía utilizar aquella biblioteca, que no sabía cuándo la recuperaría, que había terminado en un almacén. ¡Ah! Sí, todo eso era dolorosamente cierto, pero Cándido estaba convencido de que, gracias a Toni, a Charo y al resto de la gente del campus, se había consumado una verdadera proeza: algo que había estado en manos de RETAR había sido recuperado.

Fue precisamente aquel logro inesperado lo que movió a Cándido a aceptar la propuesta generosa de Toni de intentar negociar que le pagaran el campus literario. Esperanza no tenía ninguna, pero también era cierto que contaba con el no a una salida justa y no perdía nada por intentarlo. Durante varias semanas seguidas, Toni le fue enviando las cuentas – nuevas y novísimas – que le pasaba RETAR. En un primer momento, se negaron a aceptar sus gastos. Luego los incluyeron, pero, a la vez, hincharon los de RETAR con partidas que se les iban sumando con el paso de las horas. En un momento determinado, RETAR ofreció a Cándido zanjar la cuestión entregándole el montante de cuatrocientos dólares. En otras palabras, se embolsaban todo el dinero y le arrojaban una cantidad miserable para que se contentara a pesar de que no cubría ni siquiera la quinta parte de sus gastos.

Por unos instantes, Cándido se sintió tentado de acabar con aquel enojoso incidente si la gente de RETAR al menos le entregaba no una parte de las ganancias sino meramente lo que habían sido sus gastos. Sin embargo, fiel a la consigna de “dólar que entra, dólar que no sale”, Daniel Díaz fue añadiendo gastos adicionales como el del autobús donde más de uno de los asistentes al campus estuvo a punto de sufrir una lipotimia o una presunta publicidad. Todo esto además lo perpetraba con aquel tono gimoteante mediante el cual, al mismo tiempo que desvalijaba al prójimo, encima se presentaba como víctima.

Al fin y a la postre, Cándido aceptó la realidad. Había trabajado totalmente gratis para RETAR, no habían cumplido una sola de sus promesas, le habían engañado con la publicidad, se habían quedado con todo el dinero que habían podido, no le habían dado un céntimo e incluso le habían dejado un agujero de no menos de tres mil dólares. Ésa era la realidad y no tenía sentido darle más vueltas. Y sin embargo… sin embargo, no se sintió mal ni triste ni amargado.

Por el contrario, experimentaba un raro sentimiento de paz, sentimiento al que se había sumado la tranquilidad de comprender que, por unos cientos de dólares, RETAR no podría pretender que se había comportado con justicia siendo como eran sus responsables gente que no tenía el menor problema en defraudar a sus semejantes. No se trataba, en absoluto, de una opinión subjetiva de Cándido. Justo en aquellos días, la policía de Perú desalojó a la gente de RETAR de un centro que tenían en Lima. La razón no podía ser más clara. Durante un tiempo, las autoridades peruanas habían cedido un importante local en el centro de Lima a RETAR. Sin embargo, dejando de manifiesto quién eran realmente, la gente de RETAR no había cumplido con sus compromisos, había descuidado el lugar del que, al parecer, no podía extraer todo el dinero que deseaba y, por enésima vez, había defraudado a los que habían depositado en RETAR toda su confianza. Bueno, a fin de cuentas, había pasado antes en Argentina y a saber dónde sucedería en el futuro.

Pero, por encima de todo, a Cándido le infundía una paz inmensa la absoluta certeza de que, una vez más, Dios lo había salvado de algo mucho peor. Sabía que así había sido en multitud de situaciones de las que, quizá en la mayoría de los casos, no había sido consciente. Había perdido tiempo y dinero, sin duda, pero conservaba la salud, el buen humor, la integridad y la esperanza en el futuro. Había también conocido a gente extraordinaria en el campus y sabía que mantendría la amistad con ellos en los años venideros. Por añadidura, no podía dejar de pensar que Dios había permitido todo aquello simplemente para que otros no cayeran en situaciones similares a aquellas en las que él y muchos otros habían caído.

No quería Cándido que RETAR se cerrara y que se sumiera todo en el caos. En realidad, Cándido pensaba que Dios le estaba dando a Miguel Díaz una última oportunidad de arrepentirse antes de que el desastre fuera global. Lo estaba instando para que no usara aquel dinero surgido del sudor y no pocas veces del engaño en colocar a sus hijos en puestos para los que no estaban preparados. Le estaba advirtiendo de que el día menos pensado el peso de la ley caería sobre él mucho más allá del cierre de locales por todo el mundo. Le estaba señalando que ni él ni RETAR eran la medida del bien y que, por haberse colocado en lugar de Dios, el juicio se estaba acercando. A decir verdad, ¿quién sabía si Miguel Díaz no se despojaría de toda la inmundicia acumulada con el paso de los años, de toda la soberbia, de toda la prepotencia, de toda aquella falta de integridad y volvería a lo que nunca debió dejar de ser?

 

En cuanto a Cándido… una tarde se descubrió hablando consigo mismo en francés. Se dio cuenta de ello mientras se encaminaba a abrir la puerta del despacho y cruzaba el pasillo. Comprendió entonces que aquel detalle no era sino el regreso a una época feliz – conocía todas las de su existencia y todas las guardaba en su corazón - de su vida pasada. De repente, su mente parecía haberse rebobinado a unos años rezumantes de esperanza, de ilusión, de alegría, de idealismo y sintió como en el interior de su pecho crecía una sensación de felicidad fresca y lozana.

Aquellos tiempos estaban a varias décadas de distancia en el pasado, pero también ahora sentía que tenía muchas razones para sentirse dichoso y darle gracias a Dios. Como dice el salmo, ningún arma forjada contra él había tenido éxito ni tampoco en el juicio había prevalecido contra él ninguno de sus enemigos. Así sería, sin duda, el resto de su vida. Así sería hasta que un día se reuniera con Aquel en quien pensaba siempre. Así sería aunque hasta entonces sin duda le quedaba mucho por hacer, por decir, por escribir. Precisamente, porque consideraba así las cosas, con seguridad, no tenía tanta relevancia que, de vez en cuando, aún volviera a actuar de la misma manera que indicaba su nombre.

 

FIN DE LA SERIE