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Después de Maduro

Miércoles, 12 de Marzo de 2014

El deterioro creciente de la situación en Venezuela ha llevado a los más diversos analistas a preguntarse por la permanencia de Maduro al frente de la nación y por la supervivencia del chavismo. Ambas cuestiones son diferentes y no se encuentran tan relacionadas como puede parecer a primera vista.

Resulta más que previsible que Venezuela, a pesar de los profesores universitarios españoles que aparecen por allí para hacer las Indias con lo que les da el chavismo gobernante, vea muy empeorada su situación económica en lo que le queda de año. Algunos se sentirán incluso tentados de culpar de esa situación a los docentes venidos de la Madre patria porque de ellos es sabido que no destacan ni por su saber ni por su inteligencia salvo a la hora de trincar fondos públicos. Sin embargo, más allá de sus jugosos emolumentos y de sus aduladores comentarios, no me atrevería yo a decir que estén quebrantando la economía venezolana. La realidad es que los ingresos nacionales previstos son escasos e incluso una parte quizá ni llegue a cobrarse porque los deudores – como China - están cansados con la informalidad del gobierno chavista en los suministros de crudo. Por otro lado, la oposición no puede derribar al chavismo porque no cuenta con un solo resorte de poder, porque ni Estados Unidos ni la OEA respaldan esa visión y porque el ejército es del régimen más que de la nación. En esa tesitura, es posible que, para salvarse, el chavismo esté dispuesto a prescindir de una figura como la de Maduro contestada incluso en sus propias filas por su abierta incompetencia. La salida no sería – y bien que me duele decirlo – democrática. Me explico. El ejército, previsiblemente sometido a Cabello, podría forzar la salida de Maduro y, acto seguido, proceder a expulsar – siquiera simbólicamente – a los asesores cubanos que son aborrecidos incluso por los propios chavistas como una intolerable – y cara – injerencia extranjera. Después el régimen intentaría mantener el respaldo de poderes fácticos indispensables como las fuerzas armadas, las iglesias – especialmente la católica que ya se ha entregado a respaldar a los sandinistas en Nicaragua y que cuenta con un pontífice que en su día cantó al régimen cubano - y aquellos sectores de la población que aún siguen agradeciendo a Chávez que los convirtiera en oligarcas o en parte de una clientela receptora de beneficios. Finalmente, se trataría de aflojar mínimamente el dogal que oprime a la oposición hasta dar la sensación de que se produce una cierta liberalización que sirviera, al menos, para limpiar algo la imagen del régimen. No llegaría a garantizar unas elecciones limpias, pero sí que pudieran decir cuatro palabras seguidas sin recibir un golpe. Con una fachada remozada, la economía podría incluso experimentar un cierto respiro apelando a que se ha abandonado a los Castro y se opta por eso que algunos llamaron “el socialismo de rostro humano”. Una conducta semejante podría salvar al chavismo – como ha sucedido con el sandinismo en Nicaragua - aunque, obviamente, significaría el final del poder Maduro. Si yo fuera Maduro, comenzaría a preocuparme, pero si fuera la oposición democrática todavía me inquietaría más.